Cecilia Bákula
El Rímac: ciudad bicentenaria, en compás de espera
Dos importantes proyectos para su puesta en valor

Dos años atrás se declaró tanto al Rímac, como a Ayacucho, ciudades bicentenarias. Las razones son evidentes y en este caso, deseo referirme solo al Rímac, en tanto es una realidad que se asocia a la riqueza e historia de nuestra capital de manera fundamental. Posteriormente escribiré de Huamanga, la capital de Ayacucho, severamente postergada siendo cuna de nuestra libertad.
El Rímac fue “antes” que Lima. Por allí ingresaban las autoridades políticas y religiosas, y era el paso previo indispensable para ingresar a la capital. Allí se desarrolló la primera y más importante labor misionera, a cargo del sacerdote jesuita Francisco del Castillo, a quien se le recuerda por su labor de predicador, tanto desde la ya inexistente iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados, como desde su labor con los leprosos y los esclavos negros en el Rímac. Y también por su andar evangelizador en el Baratillo y predicando cada Viernes Santo, en lo que desde mediados del siglo XVII se convirtió en el tradicional “Sermón de las tres horas”. Hoy, la cruz que acompañó su caminar misionero se encuentra en la Iglesia de San Pedro.
Y si el Rímac fue “antes” que Lima, es incomprensible el estado de abandono y desinterés que hay por ese extraordinario sector de nuestra ciudad, donde se forjó la identidad y donde puso su simiente nuestra propia historia. Darle la espalda al “río hablador” ha sido una constante que solo ha significado deterioro, pobreza, marginación y olvido.
Me resulta casi imposible comprender la inacción y pasividad respecto a los temas vinculados al Bicentenario. Y en ese contexto, de conmemorar los 200 años de la proclamación de la Independencia, el Rímac espera que se ejecuten proyectos y obras emblemáticas que no solo relevarán su carácter monumental e histórico, sino que también serían el detonador de acciones que podríamos entender como progreso, inclusión y recuperación de la memoria.
He señalado, en otras ocasiones, que de no estar dispuestos a una acción decorosa para el 2021, se debería asociar el festejo y recuerdo de la gesta libertadora lograda en Ayacucho y trasladar los simbólicos y de reflexión al 2024. No obstante, el Rímac no puede esperar más a que se le tome en cuenta, a que se note que existe, se destaque su valor y se ejecuten obras fundamentales que están en el partidor. Obras que significarán entender la conexión entre la ciudad “vieja” y la ciudad “nueva”, y que dotarán de sentido a lugares en donde nuestra esencia “criolla, religiosa y festiva” ancla sus orígenes.
En este momento en que el país enfrenta una crisis económica severa –cuando las cifras nos hablan de millones de puestos de trabajo perdidos y de familias que, lamentablemente, están cayendo en niveles de severa pobreza– existen encarpetados cuando menos dos importantísimos proyectos de inversión y acción. Proyectos que solo requieren ser rescatados de las telarañas burocráticas, para recibir la última firma, el último sello para ponerse en marcha y ser lanzaderas de intervención social, generando trabajo y aportando alegría e ilusión a una ciudad que cada vez vemos más gris, con menos esperanza y más empobrecida.
En ese panorama oscuro se vienen quedando olvidadas dos acciones listas para ser ejecutadas. Una es el mejoramiento del centro histórico del Rímac, propuesto por el Patronato del Rímac y desarrollado con el apoyo y respaldo de técnicos del más alto nivel, aglutinados para desarrollar este estudio. Para este proyecto, liderado por el Ministerio de Cultura y realizado con la colaboración tanto del BID como de AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) están concluidos y aprobados todos los estudios, análisis, perfiles y expedientes. Y entonces, una vez más uno se pregunta ¿qué falta? Nuevamente, esa gota de voluntad política para que la acción del Gobierno, vaya más allá de la perspectiva que les da mirar a través de un ángulo agudo. Pero, ¿qué falta? Solo que el MEF, traslade un documento a la PCM para que se firme el “hágase”.
Lamentablemente, no se quiere entender el valor inclusivo y de identidad de los bienes de patrimonio en los que debemos reflejarnos para encontrar, entre todos, los elementos que nos unen y que nos hacen herederos de una historia singular. No se quiere comprender que no es gasto, sino importante inversión la que se debe hacer. Máxime cuando los presupuestos y los expedientes están listos y esperando esa gota de voluntad política, antes de que se seque el ya casi vacío pozo de amor por lo nuestro, por parte de quienes deberían dar el ejemplo y asumir estas oportunidades para difundir lo positivo de nuestra identidad.
Adicionalmente y por si fuera poco, está también listo el proyecto para la puesta en valor de la Quinta de Presa, singular monumento asociado a la grandiosidad de Lima como capital del virreinato más grande en América. Una obra para la que existen ya todos los perfiles, documentos, informes y procesos aprobados y ratificados. ¿Qué falta?, pregunto nuevamente, ¿Qué falta? Solo algo de lo que hay grave escasez: aunque sea una gota voluntad política y dinamismo en la gestión pública para que se pueda convocar de inmediato la licitación para que, mediante el sistema de obras por impuestos y con el respaldo del Plan Copesco, empiece a ejecutarse esta obra indispensable. Pasan los ministros, pasan las autoridades, pasan los burócratas y el patrimonio espera en una condición de abandono que resulta vergonzosa.
¿Qué nos pasa como sociedad que vemos solo lo inmediato, y creemos que con solo atender la dramática situación creada por la pandemia y la coyuntura que vivimos, todo lo demás es secundario? ¿Dónde está esa visión de “águila” de quien, ostentando una autoridad, pueda mirar más allá de los límites que la presente situación le plantea? ¿Por qué se niegan a pensar en el país con un futuro de esperanza, con una gran dosis de ilusión, con la voluntad de despertar? Atender lo inmediato es indispensable y ocuparse del futuro es necesario. Pero en estos tiempos esa visión de largo alcance parece reservada a los grandes, a los gigantes del Perú, a aquellos que se atreverán a mirar el mañana como una realidad mejor (una realidad que deberíamos construir hoy) y que, lamentablemente, no están ahora en la primera trinchera.
El Rímac espera, la sociedad espera. Y nuestra memoria y la riqueza del patrimonio, que nos debe enorgullecer a todos, se diluyen y se pierden.
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