Raúl Mendoza Cánepa
El poder del miedo
Su empleo en política, desde Maquiavelo hasta la actualidad

Maquiavelo aconsejaba al príncipe preferir ser temido que ser amado. En la política y la vida la atmósfera de temor es también de dominación. El gran poder es aquel que la gente cree que puede ser devastador. Ser querido en política no ofrece un poder duradero.
En Akelarre (2020), una extraordinaria película de Pablo Agüero sobre la brujería y la estupidez humana, un grupo de jóvenes son injustamente acusadas y juzgadas por brujería y culto al demonio. Y aunque son inocentes iban a ser condenadas sí o sí, entonces reparan que su poder reside en que aquellos hombres crean que son las hijas del diablo y les teman. Les siguen el juego en una dinámica de danzas, confesiones falsas y llamados al temible Luzbel. El clima no es ya el de juzgadores empoderados sino el de hombres temerosos que por momentos se doblegan y tiemblan frente a lo desconocido. La fábula es que el miedo es poder, la capacidad de ilusionar sobre los alcances destructivos o transformadores de una persona, de un grupo, de un partido, de una multitud, de una raza o de lo que fuera, pues el miedo alimenta al miedo como una bola de nieve incontenible.
Si no produce temor nadie tiene poder. Y decirlo en una democracia parece fuera de lugar, pero el miedo es el motor de la historia y, desde la psique, es la gran fábrica de rabia y violencia, tanto que quien lleva un arma teme, y quien teme está siempre dispuesto a pasar los límites para sentirse seguro, ¿recuerdan Bowling for Columbine, de Michael Moore? Stalin desaparecía a sus amigos “desleales” de las fotos y torturaba para “reeducar”, el tema era que todos lo supieran. Hitler era el mejor orador de su tiempo, pero “ser amado” por su pueblo no era su debilidad, su propensión era hacerse temer para “gobernar mil años”, de allí la propaganda y las demostraciones de su poder destructor en los desfiles. El miedo se propaga rápido con verdades o mentiras.
Se dice que era importante que se supiera que Franco en España decidía los nombres que debían desaparecer tras almorzar, al menos así lo dice un documental. A veces las cosas no son como son sino como queremos que lo crean los demás. El poder de un Ejército invencible no es que sea realmente invencible, sino que sea esa la percepción del enemigo. La propaganda ayuda tanto como la demostración. En la vieja China, un emperador que pretendía disciplinar a su ejército cercenó una cabeza. Del caos se pasó al orden por una solitaria manifestación de aquello que sería capaz de hacer a la primera señal de desobediencia.
Siniestro, oscuro o maligno, pero no hay fuerza que domine la conciencia del ser humano como el miedo. En Francia hubo un hombre que sobrevivió a todas las etapas de la revolución, pese a sus implacables enemigos. Él tenía una habilidad, el cálculo político y el poder de la intriga. Se llamaba José Fouché (tan bien retratado por Stefan Zweig). Tenía la sangre helada y tal fue la apariencia de poder oculto del enjuto político que Robespierre, el carnicero de las guillotinas, y Napoleón Bonaparte, temblaron frente a él.
El miedo no es estático, es elástico y se eleva hasta el terror, aunque sea solo por una apariencia calculada. Un rumor puede tener poder y lo puede tener la habilidad política y el movimiento callejero y las “jugadas de ajedrez”. Curiosas reflexiones que una película magistral como Akelarre puede producir en un espectador que ve más allá de lo visible.
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