Raúl Mendoza Cánepa

El maestro meditador

Vivimos presos de los apegos y el temor a la pérdida

El maestro meditador
Raúl Mendoza Cánepa
13 de febrero del 2022


Nunca supe su nacionalidad, tampoco creyó importarle cuando se lo pregunté. Sabía que había vivido en la India y que tenía muchos métodos para meditar y no viene al caso detallar. Había leído un artículo mío sobre Eielson y su amigo zen, en aquel tiempo de El Dominical en
El Comercio. Le dije que la ansiedad es el mal de nuestro tiempo, me respondió que es un síndrome con el que algunos nacen, lo tienen latente y luego al primer trauma lo sueltan. El último tramo es el ataque de pánico, pero tiene su otra cara porque aquel fantasma adquiere diversas formas. Le confesé de mi miedo a sentarme al lado de la ventana en los vuelos o a subir al piso veinte de un edificio. “Le temes al vacío porque necesitas asirte de algo. Primero fueron tus padres los que te soltaron de la mano y el mundo no fue indulgente”.

El maestro de meditación había dado en el clavo. Mi primera salida al vacío fue la del útero. Luego la salida de casa a la escuela y luego a la vida. Me contó de su experiencia en paracaídas y me preguntó si le temía al mar; “allí tampoco tienes de dónde agarrarte”, señaló. Le dije que cierta vez casi me ahogo. Al inicio me envalentonaba y me iba hasta el fondo… y sin saber nadar, sin buscar una boya. El coraje concluyó una mañana, cuando una ola me arrastró y anduve a la deriva sin tener de dónde agarrarme. Desde entonces solo me acercaba a la orilla y en las piscinas no soltaba “las asas”. “Tu problema es siempre ‘de dónde agarrarte, lo has repetido cinco veces’”.

Ignoro si un psicoterapeuta hubiera sido tan rápido en detectar un problema de ansiedad estructural. “Tú te creas muchos problemas, y todo está aquí”, me decía el meditador, señalando mi sien. Aprendí a prestar atención plena a las cosas, a amedrentar al monito loco que me hablaba al oído según su humor y a no apurar las cosas. El monito “se la anda jodiendo a los que tienen un trastorno de ansiedad”, decía. “Sé lento, la lentitud es todo y fluye”. Observó mis letras en mala caligrafía, era una agenda que me obsequió aquella oficina donde trabajé varios años atrás. Agenda en el segundo año. En varias de sus páginas pronosticaba que me echarían y cada año se repetía la frase en cada agenda: “Creo que me van a botar”. A decir verdad, pasaron años, no me echaron y me fui cuando quise y por algo mejor. “El ansioso es pesimista”.

El meditador decía que los movimientos de yoga eran importantes, pero su pericia para las posturas no venía bien para alguien cuya única habilidad era levantar fierros. Los otros parecían no tener problemas para estirarse y doblarse en siete. Me decía que la flexibilidad de los otros denotaba la falta de temor y que el temor me hacía rígido porque la rigidez es dureza y la dureza es escudo. 

La ansiedad tiene una particularidad, la “preocupacionitis”, me decía. La pregunta del preocupado es: “¿Y si…?”. Es decir, ¿y si ocurre tal cosa? Todo puede ir para peor. El maestro meditador decía que vivimos presos de los apegos y más apegado es el “ansioso estructural”, tan temeroso de la pérdida, que es vacío. 

Aquella tarde de hace cinco años le dije que ese era el momento de vencer al monstruo, nos dirigimos a Miraflores para volar en parapente, volar sobre el mar no podía ser tan peligroso. Cuando lo vi llegar a tierra tras un largo vuelo lo felicité. No sé por qué fue la última vez que nos volvimos a ver.

Raúl Mendoza Cánepa
13 de febrero del 2022

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