Miguel Rodriguez Sosa
El imperialismo hoy (II)
Se está consolidando un nuevo orden imperialista

En el espacio vasto e indeterminado donde juegan sus intereses soberanistas EE.UU. y Rusia la Unión Europea ha perdido mucha gravitación por errores propios en su deriva globalista y progresista. Respecto de Rusia y Ucrania, por ejemplo, se desentendió de los acuerdos de Minsk para poner fin al conflicto en el Donbás, suscritos por ambos países en 2014 bajo los auspicios de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Hay que recordar que la excanciller alemana Angela Merkel aceptó en 2022 (entrevista al diario Die Zeit) que esos acuerdos se firmaron con el único objetivo de dar tiempo a Ucrania para rearmarse y fortalecerse para enfrentar militarmente a Rusia con apoyo de la OTAN.
La UE más bien traicionó ese entendimiento y alentó el europeísmo ucraniano anti ruso que ha desembocado en la actual guerra que enfrenta a la OTAN-UE con Rusia por interpósita Ucrania, desde febrero del 2022. La UE también soslayó u ocultó los resultados de sus propias investigaciones de los sabotajes en septiembre de ese mismo año contra los gasoductos rusos Nord Stream 1 y 2 bajo el Mar Báltico, acciones militares hostiles a Moscú; y la UE ha promovido duras sanciones internacionales a Rusia adoptadas desde el 2014, luego el 2017 y el 2022.
Es más, la UE desperdició la oportunidad de hacer mediación, junto con China, respecto del conflicto mencionado. Vocerías de la UE han resentido en días recientes que la entidad haya sido apartada de las conversaciones sobre el caso de Ucrania, en Riad y en Estambul, entre EE.UU. y Rusia, aunque el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro británico Kier Starmer han visitado a Donald Trump en la Casa Blanca para conversar sobre la paz. Es claro que lo que la UE y el Reino Unido propongan será materia de coreografía en un escenario donde la actuación de Europa se ha dañado diplomática, económica y militarmente con su desmedido apoyo a Volodimir Zelensky. Ahora bien, que éste alcance a suscribir un acuerdo con el gobernante estadounidense en el que la máxima ganancia que pueda obtener sea la de preservar la existencia de Ucrania fuera de la OTAN y muy probablemente con cesión de territorios a Rusia, será señal clarísima de que su destino se está jugando en Washington como parte del gran ajedrez de Trump y Vladimir Putin, que sugiere una asociación compositiva de ambos respecto de Europa.
En la OTAN la situación es muy crispada para sus miembros europeos, porque más de la mitad de sus capacidades militares están en EE.UU. y depende excesivamente de la inteligencia provista por la red de satélites de este país. También porque la cohesión de la OTAN es precaria si se advierte el interés de Turquía (la segunda fuerza militar del bloque, después de EE.UU.) en aumentar su presencia en el esquema de defensa europea cuando está concertando con Rusia un acuerdo para el transporte de gas a través de su territorio hacia Europa; asimismo, porque Hungría y Eslovaquia se han opuesto a las sanciones de la OTAN-UE a Rusia; y porque Italia muestra un acercamiento con EE.UU. de Trump mientras que Rumanía con un nuevo gobierno soberanista probablemente opte por distanciarse de la UE y tal vez aproximarse a Rusia. En la misma cuenta hay que valorar la disminuida capacidad militar propia de Francia, del Reino Unido y de Alemania.
El bloque UE-OTAN está debilitado y más con el surgimiento de liderazgos nacionalistas en varios países de Europa, con Fratelli d'Italia, de Giorgia Meloni, y la Lega, de Matteo Salvini, en Italia; en Francia con Rassemblement National, de Marine Le Pen; con Alternative für Deutschland en Alemania, que acaba de obtener la segunda mayor votación siguiendo a la coalición derechista CDU/CSU (Unión Demócrata Cristiana de Alemania y Unión Socialcristiana de Baviera); con Freiheitliche Partei Österreichs, en Austria; con Vox en España y Prawo i Sprawiedliwość en Polonia, entre otros con creciente potencial electoral.
En cuanto al imperialismo soberanista, lo que esencialmente les interesa a los actuales gobernantes de EE.UU. y de Rusia es asentar cada uno la zona de influencia adyacente al dominio territorial propio, para su seguridad nacional, y en ese juego no está la UE-OTAN. Es el resurgimiento de los imperialismos con base en un estado hegemón (y en torno de éste), que descoloca a la Unión Europea con su cohesión interna cada vez más decaída y el aumento de brotes de liderazgos competitivos que se presentan como adversarios del globalismo multiculturalista progresista.
El clima de tensiones políticas internas en países contiguos a Rusia, como Estonia, Letonia, Georgia, o vecinos a ella, como Lituania y Bulgaria, algunos de los cuales se incorporaron a la OTAN el 2004, hace incierto e imprevisible su posicionamiento futuro ante Rusia. Más complicado es todavía el caso de Polonia, miembro de OTAN desde 1999 junto a República Checa y Hungría, porque Polonia ha sido malamente explotado como aliado de EE.UU. durante los gobiernos liberales en Washington y hoy en día, tomando en cuenta el retiro del apoyo estadounidense a la aspiración atlantista de Ucrania, es previsible que EE.UU. refuerce su influencia sobre Varsovia para acotar hacia Europa central y occidental el espacio de la influencia rusa.
Queda por verse lo que sucederá con la fenecida presencia de Rusia en el Mediterráneo a partir de la pérdida de su acceso portuario en Siria, tal vez a cambio de que le sea aceptada una mayor presencia en el Mar Negro, negociada con Turquía, que se presenta factible a partir del derrocamiento del gobernante sirio Al Assad.
Respecto de América hay señales sugiriendo que el imperialismo soberanista de EE.UU. gobernado por Trump distingue por el sur a México y Panamá. Con el segundo puede arribar a relaciones tensas, pero no hostiles, con base en un entendimiento respecto del interés estadounidense en un uso fluido del canal interoceánico. En lo que concierne a México, la presión de Trump para que el gobierno de Claudia Sheinbaum refuerce su cooperación en la lucha contra el narcotráfico ha dado un espectacular resultado inicial con la repentina extradición a EE.UU. de 29 narcotraficantes mexicanos el mismo día en que autoridades de ambos países se reunieron y acordaron efectuar «acciones coordinadas» contra el narcotráfico durante «las siguientes semanas y meses», cuando resaltan los esfuerzos de México para evitar que la potencia imperial vecina imponga aranceles del 25% a las importaciones mexicanas a partir del próximo martes. Lo que permite visualizar que puede materializarse una bien acordada agenda bilateral de control que acote el narcotráfico y el tráfico de armas entre ambos países, en función de erradicar las organizaciones criminales mexicanas con mayor actividad en EE.UU., que el gobierno de Trump ha señalado como organizaciones terroristas (entiéndase como autorización para combatirlas con fuerza militar donde y cuando sea), y para controlar el flujo de migrantes ilegales que acuden a EE.UU. desde México.
En cuanto a Venezuela, parecía haber una diferencia de enfoque entre el enviado especial de Trump a Caracas, Richard Grenell, y el secretario de estado Marco Rubio, en cuanto a su trato a Nicolás Maduro, pues el primero abrió un espacio de diálogo con el dictador venezolano, en tanto que el segundo mantiene su dura desaprobación. No hay tal, sin embargo. Trump ha negado que la visita le confiera legitimidad a Maduro y Grenell había obtenido que éste pague el retorno de los venezolanos deportados de EE.UU., pero el traslado fue suspendido por el gobierno de Caracas y el diálogo se ha cerrado por ese incumplimiento, con la administración de EE.UU. revocando las licencias extendidas por el gobierno de Joe Biden a empresas de EE.UU. para comprar petróleo a Venezuela, lo que podría materializarse en seis meses a partir de este 1 de marzo y sería un golpe muy fuerte para la economía venezolana, como lo reconoce la vicepresidenta Delcy Rodríguez, quien condenó la medida anunciada por Trump, asegurando que es «lesiva e inexplicable».
Habrá que ver hasta donde avanza el estado de la cuestión, que está planteada en los términos del propio Trump de «¿qué puedes hacer para mí?» y es obvio que Maduro nada tiene para beneficio de EE.UU., excepto aceptar la política de deportaciones decidida en Washington y luego –es previsible– alejarse de China e Irán. En cuanto a Cuba, el régimen arruinado de Díaz Canel evidentemente nada tiene que ofrecer a Trump y la relación con su gobierno probablemente se endurecerá con pronóstico reservado.
Históricamente, los imperios son maquinarias bélicas y es así desde la imposición de la Pax Romana. Trump ha declarado en día muy reciente y con relación al caso de Ucrania, que él desea la paz mundial. Hay que recordar que durante su primer gobierno no inmiscuyó a EE.UU. en algún conflicto bélico. Pero la paz no es asunto de voluntades sino de duras realidades y, desde luego, probablemente el futuro próximo del mundo no estará exento de guerras.
Es muy significativo que la actual guerra entre Rusia y la OTAN por interpósita agencia de Ucrania se desarrolle principalmente como un conflicto entre fuerzas armadas regulares de los estados contendientes, si bien se reporta regulares de Corea del Norte en el bando de Rusia y mercenarios extranjeros en ambos bandos.
Una situación que no parece configurar un patrón dominante o excluyente, porque hay otras situaciones de conflicto donde florecen las llamadas «guerras híbridas» o «guerras de tres bloques» con intervención de fuerzas militares regulares e irregulares, de estados nacionales o de formaciones étnico-culturales (también religiosas), como acontece en el enclave de Gaza, en Líbano, en Siria, en Yemen, etc.
En perspectiva, pueden presentarse en el futuro próximo los dos patrones de conflictos bélicos: los conflictos armados propiamente internacionales (entre estados y sus fuerzas militares regulares), y los conflictos híbridos en amplia gama, que sean aventuras militares de un estado sobre otro apoyando una fuerza secesionista o subversiva interna del adversario.
Pero lo que parece muy improbable es que en este nuevo período imperialista ocurra la apertura de un nuevo ciclo revolucionario, de transformación social disruptiva, como en los siglos XIX y XX. Si hay algo que muestra este tiempo nuestro es el agotamiento de las energías «clasistas» o «populares» que animaron las revoluciones de las dos centurias precedentes en sus vertientes comunista y fascista. Hay una pesada herencia de fracasos que determinan su inviabilidad; las identidades ampliamente colectivas se han difuminado por causa del progresismo faccioso y el conservadurismo no busca las masas. De hecho, las últimas «revoluciones» perpetradas con éxito, como las «primaveras árabes» o la del Maidán ucraniano han sido ejercicios de ingeniería social ideados por tecnócratas y carecieron de verdaderos liderazgos identitarios.
El nuevo orden imperialista se está consolidando y sus dimensiones exigen más análisis.
COMENTARIOS