Miguel Rodriguez Sosa
Reflexiones sobre el imperialismo de Trump (I)
Los cambios en la estrategia de seguridad nacional estadounidense
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional 2025 estadounidense –National Security Strategy of the United States of America, en adelante NSS– muestra cambios sustantivos en la política exterior de EE.UU. bajo el principio rector de hegemonía que es propiamente imperialista (y uso como un descriptor esta palabra, forma del sustantivo o del adjetivo de superioridad y dominación; no apuntando un juicio de valor moral). En este sentido, es un documento que cancela anteriores visiones de la NSS en el presente siglo, que se pueden resumir haciendo un rápido recorrido partiendo de la generada en la administración de Bill Clinton (segundo período 1997-2001), temerariamente optimista –y fracasada– sobre la globalización liberal con su fórmula engagement and enlargement (compromiso y ampliación) articulando la idea de que la seguridad nacional de EE.UU. se fortalecía con la ampliación del espacio de democracias y el reforzamiento de las instituciones multilaterales.
Bajo la administración de George W. Bush (2001-2005 y 2005-2009) la NSS centró su enfoque en afrontar amenazas como la proliferación de las armas de destrucción masiva y el terrorismo global, que se empantanó fracasando en Afganistán e Irak, dilapidando el poderío militar estadounidense. La administración de Barack Obama (2009-2013 y 2013-2017) intentó equilibrar los enfoques de las NSS de Clinton y Bush, pero tenía una gran diferencia resaltando el creciente papel de Rusia en el escenario de las grandes potencias y con la figura del Pivot to Asia, un cambio estratégico fundamental en la NSS de cara a los poderes asiáticos y el rol de China.
Ha sido Donald Trump en su primera administración (2017-2021) quien efectúa un cambio decisivo en la NSS postulando la idea de «paz mediante la fuerza» y el fortalecimiento de la soberanía económica como base para potenciar la defensa nacional, con menos interés en el multilateralismo como herramienta para una gobernanza global. Durante la gestión de Joe Biden (2021-2025) la NSS retomó el enfoque de Clinton y Obama, orientado a liderar coaliciones con poderes de estados calificados como democráticos y con entidades supranacionales; fue la apoteosis del globalismo y, a la vez, el abandono del realismo, al extremo que reveló pronto su derrumbe ante la resistencia de gobiernos europeos impulsando un revisionismo del presunto orden global en progreso, y más cuando tuvo que afrontar agresivas maniobras hegemonistas de Rusia y China.
Lo que no había terminado de cuajar en el primer gobierno de Trump ha sido retomado y con mayor firmeza y claridad en su segundo gobierno iniciado el 2025. La nueva NSS muestra que EE.UU. abandona el espacio de confort en el cual –principalmente durante las administraciones de los demócratas Clinton, Obama y Biden– se había apoltronado creyéndose actuar en un escenario internacional mayormente amigable y floreciente de procesos de concertación. Ciertamente no había tal: la promesa globalista de la gobernanza mundial operada a través de agencias multilaterales se ha revelado como una fatuidad, una «lista de deseos» inalcanzables. El ensueño de una paz mundial conquistada por el progresismo tuvo un despertar abrupto con las 10 guerras interestatales ocurridas en el mundo en el último cuarto de siglo, a las que se suman más de 30 guerras civiles de alta intensidad y unos 80 conflictos armados de menor magnitud.
La nueva NSS de Trump advierte el derrumbe del globalismo progresista y su ilusión de una gobernanza con base en la expansión de compromisos por la democracia auspiciadora del multiculturalismo que opera a través de la dominación coercitiva desde su plataforma proliferante de derechos, abiertamente woke (de paso, muy bien aprovechada por sus enemigos, en especial los islámicos). Es consciente de discurrir respecto de un mundo ideológica y tecnológicamente cada vez más disputado y políticamente fragmentado en forma creciente. Aprecia con pulcritud los nuevos desafíos existentes para la seguridad nacional de EE.UU. con empeño por restañar las debilidades de su posición actual, mostrando una clara –y justificada– desconfianza hacia los «aliados» europeos y se pronuncia abordando abiertamente los temas del empleo de poder duro y poder blando, de competición, y de realineamientos estratégicos que se deben producir para restaurar la preeminencia estadounidense y contrarrestar la influencia externa en una zona de influencia que inicialmente es marcada en el terreno sobre América en el hemisferio occidental, pero que no excluye su interés en otros espacios. En este sentido, la nueva NSS aparece afirmando la ambición de supremacía mundial de EE.UU. en el contexto actual.
Todo análisis serio de la nueva NSS se obliga a señalar que, atenta a las reales limitaciones de EE.UU. frente a las amenazas que enfrenta, declara sin ambigüedades su reconocimiento del nuevo escenario mundial del trilateralismo imperialista que vincula y contrapone a los imperialismos soberanistas, el propio y el de Rusia, ante el imperialismo librecambista de China (que ya hemos explorado en otras entregas de esta columna: El imperialismo hoy, I y II). En este sentido, la nueva NSS expone con firmeza el objetivo de reforzar la influencia del gobierno de Washington en el continente americano que es definido como su propia e indisputable zona de influencia. Por lo mismo, muestra un decidido interés por concentrarse en aquellos temas y puntos del planeta que EE.UU. considera más relevantes para su seguridad ahora y a futuro, pero no por ello renuncia a su papel como potencia de ámbito global con el objetivo de corregir errores estratégicos antecedentes en pro de «inaugurar una nueva edad de oro» para ese país.
Es absolutamente necesario considerar que la nueva NSS es un desarrollo del ideario imperialista que conjuga en su visión dos ideas: America First (Estados Unidos primero) y Make America Great Again (Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande), ambas impulsadas por Donald Trump. En ese sentido se ha dicho bien que el documento, marcando una reorientación de la política estadounidense en lo que va de este siglo, porta una inspiración en el pensamiento de Hans Morgenthau.
Es inevitable señalarlo, sobre todo subyaciendo en las referencias que la nueva NSS contiene respecto de Europa, a la que apunta resaltando la disminución de su participación en la economía global y mencionando que su declive económico marcha hacia la desaparición de su civilización, advirtiendo: «Si las tendencias actuales continúan, el continente será irreconocible en 20 años o menos». Es muy duro el documento exponiendo que el gobierno de Washington cultivará una «resistencia a la trayectoria actual de Europa» dentro de las propias naciones europeas, y que respaldará a quienes opten allí por «poner fin a la percepción de la OTAN como una alianza en perpetua expansión», y también que respaldará a quienes se opongan a los valores multiculturalistas promovidos por la Unión Europea, especialmente en materia de migración.
Es en este sentido clara la impronta de Morgenthau en la visión de la NSS del decaído globalismo europeísta, pues en el texto su ideario de realismo político se grafica como interés definido en términos de poder que es dinámico porque su contenido específico puede variar según el contexto político y cultural de la época, por lo cual el realismo subraya la tensión existente entre moral y acción política.
Este punto es crítico en el documento, en cuyo discurso se rechaza el moralismo binario bueno / malo, típicamente progresista, planteando una ecuación cabalmente ajena a su código autoerigido como políticamente correcto, en los términos de paz mediante la fuerza disuasiva generadora de respeto con predisposición al no intervencionismo. En este sentido –ha sido señalado por algunos analistas– la NSS se describe como una estrategia «pragmática sin ser ‘pragmatista’, realista sin ser ‘utilitarista’ (…) muscular sin ser ‘belicista’, y contenida sin ser ‘conciliadora'». Podría alegarse que tales expresiones no dejan de ser juegos retóricos de lenguaje que calzan bien con la efigie que Trump ha erigido de sí mismo para definir su legado como el del «presidente de la paz», enarbolando sus gestiones apaciguadoras con logros como el Acuerdo de Doha con el talibán de Afganistán y los Acuerdos de Abraham que permitieron amenguar el aislamiento diplomático de Israel bajando las tensiones con países árabes (ambos en 2020) y en tiempo más reciente en los conflictos de Camboya-Tailandia, Kosovo-Serbia, Pakistán-India, Israel-Irán, Rusia-Ucrania y en la guerra en Gaza.
Con otro enfoque interpretativo se puede señalar que son manifestaciones de arrogancia. Sin embargo, en la nueva NSS es notorio que, en el marco del realismo político, junto a la indicada arrogancia se postula la prudencia como actitud ante los procesos y sucesos, cuyo análisis debe realizarse valorando las circunstancias concretas de tiempo y lugar: otro lineamiento heredero de Morgenthau. Así, no puede sorprender que el texto acoja la prudencia política como rasgo distintivo de la actuación de Donald Trump, aunque a veces él arriesga contrariarla con declaraciones tonantes. En los días presentes, esa prudencia guía su intervención respecto de la guerra entre Rusia y la OTAN por interpósita Ucrania, y es la que muestra frente a la satrapía comunista y criminal de Nicolás Maduro en Venezuela.
En una entrega siguiente continuará el análisis de la nueva NSS ante su proclama textual: «Estados Unidos debe ser la potencia preeminente en el hemisferio occidental como condición para nuestra seguridad y prosperidad, una condición que nos permite actuar con confianza donde y cuando sea necesario en la región» y sus impactos respecto de la seguridad y defensa regional americana y nacional del Perú.
















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