Juan Sheput
El gobierno de los peores
Un Ejecutivo que se ha vuelto desfachatado y hace lo que quiere
No hay nada nuevo bajo el Sol. Cuando Nicolás Maquiavelo reflexionaba en su “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio” señalaba que de la historia de Roma se desprendían una serie de enseñanzas que, una vez aprendidas, facilitaban el discurrir de la vida de los ciudadanos. La historia no se repite pero rima, señalaría años más tarde Mark Twain. Con esto quería recordarnos que, más allá de las circunstancias y los protagonistas, la esencia de los eventos se recicla.
Es por eso, porque ya ha sucedido, que indicaba que era imprescindible el adelanto de elecciones, una vez caído Pedro Castillo. Indicaba en ese entonces que un Congreso con más de 80 investigados en la Fiscalía y con una presidenta de la República en la misma condición, hacían que tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo sean inviables. De inmediato una serie de personas salieron al frente con argumentos simples: Boluarte no es lo mismo que Castillo, se tiene que dar una oportunidad, la vigencia de la República lo exige y, el más banal de todos, no hay que darle gusto a los “caviares”.
Al final se impuso el “que se quede Dina” con las consecuencias que estamos padeciendo. Un parlamento, literalmente tomado por poderes fácticos, se ha dedicado a legislar en beneficio propio olvidándose del bien común. Un ejecutivo que se ha vuelto desfachatado y hace, también literalmente, lo que quiere porque sabe que el Congreso tiene hacia ellos una actitud cómplice. En fin, una situación de deterioro que al menos, en este siglo XXI, no tiene comparación.
Es así, por esta complicidad que nace de la conveniencia, que tenemos que soportar a ministros vulgares e incompetentes, que han incrementado el nivel de desmoralización de las Fuerzas Policiales y que están destruyendo el sistema educativo, y que han logrado que la Kakistocracia, término del año, según The Economist calce como un guante en el país. Sí, el nuestro, es el gobierno de los menos calificados.
Como para corroborar lo señalado, la presidenta Boluarte ha pedido que se abra el debate en torno a la pena de muerte. La respuesta ha sido contundente: toda la prensa la ha ignorado. Al día siguiente de su anuncio no hubo primeras planas ni análisis sobre el tema. Esa es la dimensión política de Dina Boluarte y su gobierno: la nada, el cero absoluto. Es la ilegitimidad que la acompaña y que ella y su elenco no quiere ver.
No hay duda: próximo gobierno y Congreso tendrán que ser de reconstrucción nacional.
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