Hugo Neira

El Estado y la indiferencia de los ex pobres

¿Por qué no se inventa una suerte de impuesto para los informales?

El Estado y la indiferencia de los ex pobres
Hugo Neira
14 de mayo del 2018

 

Necesidad urgente de mayor tributación, apuros de un gobierno que quiere emprender, legislación tributaria, la SUNAT y fallos recientes sobre quién está sujeto al impuesto a la renta en el Perú; subida de las tasas indirectas en los alcoholes, gaseosas, cigarros, pero también se les está ocurriendo ponerles impuestos a empresas que usan los satélites no domiciliados. Se mezcla lo posible y lo ridículo. No podemos imponer tributos a lo que no nos pertenece.

¿Qué es el Perú? Me atreveré a contrariar el mito de muchos de mis compatriotas que consideran a nuestro país tan original que escapa a toda clasificación. Lo cierto es que no es así. Si se toma en cuenta la división del trabajo —que desde Durkheim es la base de la clasificación y jerarquía de sociedades humanas— y apelamos a otros indicadores, que son evidentes, ya no somos lo que se puede llamar un país del tercer mundo. Si se apela a los estupendos compendios estadísticos del INEI, tenemos que admitir que el Perú es un país aplastantemente urbano, casi sin analfabetos (apenas 5% según unos cálculos, 13% según otros). En fin, se ha progresado, pero eso no nos hace del todo modernos.

La politiquería que nos envuelve y, en el fondo de las cosas, nos divierte y nos irrita, no nos permite ver lo que tenemos delante de las narices. «En la segunda mitad del siglo XX, la sociedad peruana no solo pasó de ser rural a urbana, sino de ser andina a ser costera. En 1940 el 65% de la población vivía en la sierra, el 28% en la costa (…) Desde el 2007 la costa alberga al 55% de la población total; la sierra, al 32%; y la selva al 13%» (C. E. Aramburú, 2009). En resumidas cuentas, el Perú actual es más bien costeño. (Y por si acaso, yo nací en Abancay.) Eso es lo real, más allá de mitos étnicos y «buscando un inca», o esperando que el Inkarri…, etc. Mayoritariamente, costeños y urbanos.

Sin embargo, para no perdernos en el accidentado camino de la prosperidad, y por mucho que sean diversos los oficios y formas del ingreso, siempre son precisos dos requisitos. El primero, «un centralismo coordinador». Es una de las premisas de Durkheim. No quiere decir algún tipo de estatismo o planificación. Se trata de que es la ley la «coordinación». Impedir lo ilícito. El segundo requisito es que unas y otras capas productivas —y con el tiempo prósperas— no pierdan de vista la importancia de la solidaridad social. Es un principio no legal, sino moral. Pero nuestras nuevas capas de ricos emergentes peruanos son indiferentes a los demás miembros de la sociedad contemporánea peruana. Solo piensan en su empresa, por lo general, unipersonal, y ahí queda la cosa.

Ni se formalizan, ni lo van a hacer a lo largo de este siglo XXI, que se parece al XIX. En una cierta época, entre 1822 y 1855, los reglamentos para ser ciudadano exigían ciertos requisitos. Ser ciudadano inscrito en registros, tener 21 años, saber leer y escribir (que en esa época, era un filtro para que no votasen los indígenas, temidos por su número), y además, ser vecino, ejercer un oficio, y pagar al tesoro público. Ya lo sé, era un país de élites, de notables, y la «masa ignorante», no les importaba porque el voto directo solo se establece en 1931. Entonces se inicia la república de todos, no de unos cuantos. Al menos se inicia, obra no acabada.

A lo que voy. ¿Por qué no se inventa una suerte de impuesto para los informales? Sin esperar siglos a que se formalicen. El Estado no tiene recursos para la población peruana que se ha triplicado.

Hablemos con franqueza. Eso de que los pobres paguen impuestos nos encoge el corazón, pero eso estaba bueno como sentimiento para los años sesenta. Hoy, después de los conos limeños, la prosperidad del sector informal es un hecho. Esto lo supimos por Hernando de Soto y los trabajos de Matos Mar. Y hoy es la evidencia misma. Una sola objeción: se desinteresan del bien común.

Somos también el país de tasas de pobreza, mortalidad infantil, pésima educación, e incapacidad real, concreta, para impedir esas plagas. Pero tenemos la peor: la plaga de la indiferencia del que tiene chamba y plata, consumismo a cien por hora. Y adiós solidaridad alguna. Nada de impuestos, pero sí piden policías, obras, seguridad ciudadana, papa Noel.

¿No hay alguna manera de que tributen las capas emergentes de la pobreza? ¿Cuánto cuesta una chela? Una botella de cerveza a 3 soles. El precio de una chela (dejar de tomar una, ¡en nombre de la patria!) multiplicado por 12 meses, nos da 36 soles al año. Nada. Pero para el fisco, si se montara un patrón de impuestos  «laterales» al establecido, y multiplicado por el número de informales (8 millones), nos daría S/ 288 millones por año.

Pero si conseguir un tributo de los informales, para combatir los males de la propia informalidad, es una propuesta descabellada, no menos lo es cobrar por lo que “no” hemos hecho y servido, los satélites. Uno de estos días, al 27% de formales (que dicen que producimos 11 veces más que el informal), nos van a poner un impuesto por mirar a la luna.

 

Hugo Neira
14 de mayo del 2018

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