Hugo Neira

El cuento (verdadero) del agua de mar sin sal

Lo de Tía María con agua de mar no es mentira

El cuento (verdadero) del agua de mar sin sal
Hugo Neira
11 de agosto del 2019

 

El contenido de una crónica es ocuparse de la actualidad —esa es la definición del periodismo, sea quien sea quien la practique— y me atengo a algo que proviene de una información que llega del extranjero. Pero también pasan cosas penosas. Ruego se vea la nota final.

Entre tanto, debo decir también al amable lector que estoy suscrito a revistas y diarios del exterior. Es un hábito, nada del otro jueves. Me interesa, tanto como el Perú, el rumbo actual de otras sociedades, el pensamiento científico y filosófico y, últimamente, las ciencias naturales. En una de esas revistas, que por cierto no se editan en castellano, hay un artículo sobre las usinas que extraen la sal de las aguas del mar y las vuelven agua potable.   

Sí, pues, hay usinas que eliminan la sal de las aguas de los océanos, en los Estados Unidos, Sudáfrica, China e India, por todas partes. «En lugares donde el agua dulce escasea y no se cuenta con grandes ríos ni capas subterráneas con hídricos». Por mi parte, no lo sabía. Hay 20,000 lugares donde se transforma el agua salada en agua dulce. Hay que decirlo en voz alta. «Hay 300 millones de personas en este planeta que utilizan el agua que surge de las usinas de desalinización» (Yale Environment 360, New Haven).

Lo de Tía María con agua potable de una usina no es, pues, una mentira. Como vivimos en una era de incredulidad ante los medios, políticos y expresidentes, señalo de inmediato algunos casos. Entre Los Ángeles y San Diego, en territorio americano, se encuentra una usina de desalinización, bautizada Claude 'Bud' Lewis. «Es la más grande central sobre el continente norteamericano. Funciona desde el 2015, y provee agua a 3.1 millones de habitantes de la región». «La sequía era el gran problema de California», dice Jeremy Crutchfield, responsable de los recursos hídricos. Ahora bien, en Huntington Beach, al sur de Los Ángeles, se está construyendo una usina desalinizadora del agua de mar, que «producirá 190,000 metros cúbicos por día». ¿Sabe el amable lector cuántas usinas de este tipo hay en California? Hay 11 y preparan otras 10. Vale la pena ir y verlas.

No solo el gigante americano lucha contra la sequedad. Ocurre en Israel, Australia y Arabia Saudita. Esta última, mundialmente, la primera en agua dulce. En Israel se cuenta con cinco grandes usinas y se prevé otras cuatro más. En Australia, con una sequía de tipo milenaria, de 1990 a 2009 las reservas de agua se agotaron. Pero en ciudades como Perth y Melbourne se han construido numerosas usinas de desalinización. La de Melbourne produce agua dulce desde el 2017. Las usinas han costado US$ 3,500 millones. Hoy un tercio de su población consume agua sin esperar las lluvias. 

Volvamos a tierra al Perú. Entiendo la actitud de la población de Islay. Tienen toda la razón del mundo en el valle de Tambo para sospechar ante los recursos científicos e hidráulicos que les propone Southern Perú. Pero lo que es sorprendente es que nadie ha reparado que ese procedimiento exista, y entonces, es tomado como una fantasía arrancada de una película de ciencia ficción. Pero es real. Sin embargo, ¡ni un solo congresista, ministro, político ni comunicador alguno ha dicho lo que aparece en esta crónica! No obstante, existen entidades que podían ponernos al día. Por ejemplo, el Pacific Institute, la sociedad de las empresas que desalinizan las aguas del mar. 

Hay una modalidad para entenderse. En vez de querer convencer a los dirigentes locales, lo mejor era dirigirse al pueblo mismo. A gente que vive en la cercanía de las mineras y al lado del mar, se le puede invitar a un tour científico, pagando la empresa —obviamente— los gastos. Me encuentro pues, en esa situación que me recuerda a Mario Moreno Cantinflas. «Si yo fuera diputado». Si lo fuera, llenaría tres o cuatro aviones y llevaría a los de Tía María, de visita político-turística a nada menos que Texas, donde hay 49 usinas de desalinización. Es preciso que eso lo toquen, lo vean, nuestros paisanos. Como Santo Tomás, «ver para creer». 

Uno de esos tours, lo hizo el presidente ecuatoriano Correa. Había un problema de desconfianza en un sector rural ante una planta de petróleo en el lado amazónico de ese país. Correa llenó un avión y los llevó a Chile, donde había una industria que se parecía a la que se iba a montar en Ecuador. Los hechos los convencieron, no las palabras. Un tour así es costoso, como lo es reconvertir el agua de mar en agua potable. Pero peor es cerrar las minas y que los campesinos y la nación sigan pobres. La ciencia existe, señores. Pero la vanidad de muchos evita informarse cómo marcha el mundo. Y Arizona y Texas no están tan lejos. Pero el Perú vive y razona desconectado del planeta. Lo de los Panamericanos deportivos estuvo bien. ¿Para cuándo un Mundial de tecnología y ciencias para el progreso, ya en curso? Sería bueno porque muchos peruanos todavía van a ver a curanderos y no a médicos. 

El papel de un estadista no es darle la razón de inmediato a la presión de un grupo popular. Tuve el honor de conocer al padre Gutiérrez en una cena con colegas, es decir, profesores universitarios. Y alguien, en la conversación, dijo algo como «la voz del pueblo es la voz de Dios». El padre Gutiérrez lo corrigió. «Ni la voz del pueblo es la voz de Dios». El pueblo, ¿infalible? ¿Y quién votó en Alemania de los años treinta por Hitler si no los alemanes mismos? ¿Y quién por Chávez? Los venezolanos mismos. Hay sociedades que se suicidan. No lo digo yo, sino José Antonio Marina, filósofo español, en un libro que todos deberíamos conocer, Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades. Se le encuentra sin gran esfuerzo en las librerías limeñas.  

Hay crisis porque las élites se han hecho escasas. Los estadistas, los verdaderos, no solo escuchaban a los pueblos, además los instruían. Eso en el pasado, Haya de la Torre. Y por un buen rato, la izquierda cuando tenía líderes como Alfonso Barrantes o Ricardo Letts. Hoy se sigue a los que no saben. Ahora bien, los pueblos pueden ser inteligentes y reflexivos —categorías kantianas— si se les ilustra. El peor experimento social de toda nuestra historia ha sido salirse de la educación estándar que teníamos, con maestros, libros y lectura. Lo que se ha hecho en aulas es inculturizar. Los efectos perversos de la peor educación del planeta nos harán llorar de pena y de vergüenza en las urnas. Poco importa si el 2020 o 2021. Se ha conseguido tener un lumpen que no cree ni lee, pero manda. 

Nota. Se nos ha ido François Mujica. Decente, libre, honesto, consecuente..., me dice un amigo por mail. Es cierto. El hijo de Nicanor Mujica y el padre, venían de una familia aristocrática y no vacilaron en ser apristas. Los de los años treinta. François tenía la moral de un arcángel. Combativo y limpio hasta la muerte.

 

Hugo Neira
11 de agosto del 2019

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