Cecilia Bákula

Identificar a los enemigos para poder atacarlos

Siguiendo el camino a la perfección de San Ignacio de Loyola

Identificar a los enemigos para poder atacarlos
Cecilia Bákula
30 de junio del 2025


La sabiduría de San Ignacio de Loyola (1491-1556) estriba no solo en su espiritualidad, la de un gigante, sino en su capacidad de organización y en la profundidad de su pensamiento, basado ello en una profunda comprensión de la naturaleza humana. En el camino a la perfección y santidad que proponía a sus seguidores, los exhortaba a entender que las faltas y tendencias, una vez conocidas e identificadas, debían ser erradicadas de raíz y una por una pues, señalaba, el enemigo es muy astuto y no se puede enfrentar ni pretender cambiar todo a la vez. Indicaba el santo que, actuando así, con radicalidad, uno podría quedar libre de faltas y trocaría las malas tendencias en buenas actitudes.

Aplicando esa propuesta a nuestro tiempo y a nuestra realidad, pienso que, si nosotros como país, tenemos ya identificadas algunas de sus nefastas realidades, que se nos presentan como tendencias, bien podríamos empezar a trabajar seriamente para erradicarlas una por una. Me refiero a cuatro realidades y conductas que todos conocemos como la raíz de muchos otros problemas y, permanentemente, referimos esos cuatro problemas, como lo sustantivo para impedir, aletargar o postergar el crecimiento y la mejora en la calidad de vida de todos los peruanos y en el ansiado desarrollo que lleve a los niveles de justicia, convivencia y felicidad a que todos tenemos derecho.

Nos cansamos de mencionar la corrupción y la cruda y profunda vergüenza que sentimos porque sea esta una conducta común, patéticamente enemiga de todos los ciudadanos; nos quejamos y detestamos la informalidad que campea por doquier y que no nos permite superar el subdesarrollo pues nos obliga a vivir en una sociedad en donde las leyes no se respetan, la autoridad no se hace respetar, la justicia es selectiva, la verdad no es un valor y así, seguiríamos con una larga lista de consecuencias de esa conducta informal, malamente llamada “criolla”; nos ofende el centralismo que condena a las regiones no capitalinas, a un estado de postergación e injusticia que ha motivado las grandes migraciones en búsqueda de oportunidades y al crecimiento de las cifras de pobreza en las ciudades y al alarmante abandono del campo; nos ataca también una tendencia histórica hacia la propuesta populista que es sin duda una visión paternalista, que arrastra a “dar pescado, en vez de enseñar a pescar” y motiva en muchos una actitud de mal entendida resignación y de espera en vez de motivar la acción, la búsqueda y hace del gobierno de turno, un agente de dádivas por lo que no se le exige una intensa acción de inversión y crecimiento hacia sectores y regiones menos favorecidas.

Si, con madurez y realismo, pudiéramos aceptar que, entre otros, estos son los lastres que nos empujan en el sentido contrario de la historia y del porvenir, deberíamos estar reflexionando, con seriedad, en cómo atacar estas lacras, estas actitudes que nos hunden como si tuviéramos atada al cuello, una piedra de molino. Y, por muy conocidas, comentadas, repetidas que sean estas cuatro realidades, pareciera que solo las mencionamos, pero no nos ponemos en marcha, con acciones claras y definitivas, para erradicar la corrupción, el paternalismo, el centralismo y la informalidad.

Nada, salvo la muerte, es una situación irreversible. Por ello, si conocemos la realidad, sabemos cuánto nos afecta y cuesta mantener en la conducta diaria, a nivel gubernamental y particular esas cuatro realidades, deberíamos ya estar iniciando acciones radicales para erradicarlas.

Volviendo al luminoso pensamiento de San Ignacio de Loyola, él proponía y exigía a sus seguidores el actuar con una “determinada determinación”; es decir, poner todo lo que se requiere para actuar, doblegar las malas tendencias y conquistar la práctica de la conducta correcta, demostrando que sí es posible que el ser humano logre hábitos positivos y deje de lado conductas que destruyen y perjudican.

Cierto es que estos cambios requieren del liderazgo de un conductor, pero, en tiempos de crisis, cuando no se ve a ese líder o el que funge como tal, dista mucho de serlo, debemos buscar fuerzas en nosotros mismos para imaginar propuestas colectivas que nos motiven, la fuerza y determinación hacia el cambio.

Cecilia Bákula
30 de junio del 2025

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