Heriberto Bustos
Detrás del manto de la corrupción
Urge revertir el predominio de los antivalores en nuestra sociedad
Entendemos por corrupción el mal uso de la autoridad de un funcionario, al igual que los derechos que se le es confiado, lo cual es contrario a la ley y ciertamente a los principios de administración ética que le corresponde. Ello sucede cuando los valores que son base de la formación personal y ciudadana dejaron de ser practicados; de modo que dichas inconductas afectan al funcionamiento de la sociedad y por ende al respeto y sostenimiento del bien común. Sabernos que los valores se aprenden tanto en el hogar como en la escuela y ciertamente en la sociedad.
En el escenario macro, la democracia se sustenta en el funcionamiento de sus instituciones, creadas con el fin de velar por el bienestar colectivo. Sin embargo, se ha hecho común el deterioro de valores que “lleva” a muchos funcionarios a incurrir en actos ilícitos, como aprovechamiento económico de fondos institucionales, contratación de familiares, viajes concertados entre directivos y trabajadoras como si se tratase de “damas de compañía”, “recorte” de haberes, (actividad popularizada con la denominación de “mocha sueldos”) como condición de continuidad en el trabajo, entre otros. Esto último se hizo evidente en las acciones de varios congresistas; sin embargo, importa señalar que, no siendo exclusividad de esa institución, resulta altamente probable que en otros poderes y distintos sectores públicos, situaciones similares u otras originales estén presentes. Sobre lo apuntado, corresponde recordar la afirmación de Cicerón “Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y abominable”.
Por ello, la afectación al Estado que últimamente Contraloría de la República calcula en S/ 10,700 millones de daño patrimonial generado por las entidades del gobierno nacional, indicando que, más de 76,000 contratos públicos a libre elección o a dedo se hicieron el 2022, durante el gobierno de Pedro Castillo, demandando un gasto de más de S/ 9,000 millones. No debe extrañarnos, por el contrario, alertarnos para en el ejercicio vigilante de nuestra ciudadanía, aportemos a ponerle freno.
Si bien en el desarrollo de las sociedades ocurren algunos cambios que “sacuden” ciertos valores, su necesidad es de tal magnitud que emergen “acuerdos” sobre el mantenimiento o afirmación de muchos de ellos (fundamentales); en esa direccionalidad y dada la diversidad presente en nuestra sociedad, resulta más compleja la vida en colectividad; peor aún, si dejamos de cultivar conductas orientadas al fortalecimiento del bien común y el despliegue de la vida en armonía.
Los valores, golpeados por los cambios ocurridos en el mundo moderno, dado el surgimiento de espacios multiculturales derivados de la constante migración interna o externa, astutamente utilizados por intereses individuales, políticos y económicos, resultan cada vez más necesarios para el mantenimiento de la vida y ciertamente de la sociedad. Reafirmar, reconquistar, revitalizar actitudes y comportamientos positivos (relacionados con el bien hacer y vivir) son términos que las actuales circunstancias ponen en el escenario de la discusión ética y del accionar humano. Educar en valores es una necesidad ineludible en el país y ciertamente en el mundo.
En esa línea, otorgando importancia a la tarea educativa en el asentamiento de los valores, se han pronunciado diversos personajes como C. I. Lewis, filósofo y docente universitario, quien señalaba: “La educación sin valores parece hacer al hombre un demonio más inteligente”; igualmente el novelista y artista visual, William S. Burroughs que afirmaba: “El objetivo de la educación es el conocimiento no de hechos sino de valores”. Nadie da lo que no tiene.
El progreso económico, la estabilidad social vía el asentamiento de la gobernabilidad, al igual que la justicia y la democracia, constituyen razones más que suficiente para entender la urgente necesidad de revertir la situación de antivalores presente en nuestra sociedad e iniciar una “cruzada” nacional que insinúe a la población a realizar acciones educativas concretas en los tres niveles de influencia existente en la colectivización de ideas y prácticas de convivencia, nos referimos a la familia, escuela y sociedad. La corrupción no desaparecerá por sí sola, corresponde a todos los peruanos modificar conductas dejando de aceptarla como un mal endémico que no tiene cura, combatiéndola sin importar el “tamaño” que tenga, no hacerla, nos convierte en cómplices. ¡Estamos convocados en el lugar y función que ocupemos a develar la corrupción!
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