Rocío Valverde

Detrás del filtro

Vivir la realidad, no en las redes sociales

Detrás del filtro
Rocío Valverde
22 de septiembre del 2019


"He borrado Instagram porque había comenzado a afectar mi salud mental", me dijo una compañera. 
Me contó que no podía seguir siendo bombardeada con la vida de los influencers que viven en el imperio donde el sol nunca se pone, también conocido como filtro Valencia. ¿Es que nunca llueve en sus jardines?

Las fotos de sus walk in closet, con atuendos de diseñadores, y sus salas con paredes impecables, sofás cabriole y flores recién cortadas la estaban deprimiendo. Su casa se volvía más gris cada vez que levantaba la mirada de su celular.

Que razón lleva esta mujer que hace ya un rato ha pasado los 30. Me preocupa porque, a pesar de su edad, ha sido afectada por las redes sociales, siendo ella una mujer exitosa, capaz de reconocer que la vida proyectada sobre un filtro no es real.

El 70% de adolescentes entre 13 y 17 años usa Instagram. Si tuviera 15 años no sé cómo me habrían afectado las imágenes de rutinas perfectas que publican las influencers con más seguidores del planeta. Se empieza el día contando las calorías. Mañanas de gimnasio full body blast, desayunos de smoothies de frutos del bosque con semillas chía y café edulcorado con arte que aparecen emplatados a la perfección. No olviden cargar con estas barritas de dátiles y nueces para la media mañana.

Los nutricionistas están culpando a esta red social por el aumento de casos de ortorexia, la preocupación excesiva por comer comida saludable. ¿Cuántas personas conocen que han hecho o han expresado su curiosidad por hacer una dieta de jugos detox? Me apuesto las orejas a que ese cosquilleo empezó al ver una publicación en las redes sociales.

Citas semanales con la manicurista, la dermatóloga, el dentista de sonrisas perfectas. Un staff de gente tan diversa que en el pasado ingenuamente solía creer que solo gente como Beyoncé o Mariah Carey podrían preocuparse por mantener. Ni qué decir de las vacaciones, parece que toda la gente visita de forma súper casual Disneyland. El eurotrip puede esperar hasta que llegues a la universidad. Hasta ese momento los bolsillos de los padres pueden agujerearse en paz.

He podido percibir la influencia de Instagram en los restaurantes, bares, incluso en las universidades y museos. ¿Por qué pedirías un simple ron con coca cola si te pueden poner un cocktail con gin, ajíes y decorarlo con flores secas? ¿Acaso no quieres estudiar en una universidad con un campus apto para Instagram?

Durante mi último viaje a Amsterdam me recomendaron un restaurante no por su comida, sino por sus paredes rosas, vajilla de cobre y una pared llena de flores de papel. ¿Cómo puede un peruano recomendarle a otro peruano la decoración de un restaurante pero no la comida?
No pude evitar mostrar mi sorpresa cuando otro grupo de amigos me comentaron que habían planeado su viaje a Londres siguiendo la lista de lugares más instagrameables de la ciudad. Tenían que ir al rascacielos de Sky Garden a tomarse aunque sea una coca cola, pero tenían que subir.

Del mismo modo, no pude ocultar mi furia cuando al llegar a la casa museo de Dalí me di con la sorpresa de que en su patio central un par de chicas no dejaban de posar sobre el coche lluvioso de Dalí. ¿A alguna se le ocurrió echarle una moneda al auto? Pasaron directamente al escenario a seguir con su sesión de fotos.

Qué pavor me daría ser madre de una adolescente hoy en día. Habría que enseñarles a los chicos que los cuerpos y maquillajes perfectos han pasado por algo llamado Facetune. A tu influencer favorito también se le debe haber quemado el pan en la tostadora. En todas las ciudades llueve, y no todos los atardeceres son una explosión de color. Lima es gris, acéptalo.

Las vivencias cuentan, aunque estas no hayan sido documentadas, y tu vida no depende del número de me gusta que recibas por publicación. Y por sobre toda las cosas, come en lugares donde la comida sea rica, no donde solo sea instagrameable.

Rocío Valverde
22 de septiembre del 2019

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