Hugo Neira

Después de Alan

Pensamiento mágico y etnopolítica sureña

Después de Alan
Hugo Neira
28 de abril del 2019

 

En estos días he andando por los canales de televisión. Dije que estaba conmovido y apenado por la pérdida de un amigo a quien echaremos de menos. Dije que se había perdido no solo un líder para su partido, sino para la nación. En ese terreno, firmo y confirmo.

Sin embargo, la vanagloria de salir en las pantallas de la televisión no es precisamente mi taza de té. Prefiero la pluma y, acaso, conversar. Pero tampoco es que me sienta incómodo. No sufro de agorafobia, es decir, el temor a hablar en público. Perdone el amable lector, si explico la agorafobia es debido al lamentable estado de la «comprensión lectora», hasta las patas en nuestro país. Me llama para RPP Raúl Vargas y para Contacto N, Mijael Garrido-Lecca. Al parecer, la cosa salió bien, sencillamente conversamos. Con Raúl Vargas tengo una amistad de toda la vida. Y si acaso no se sabe, Vargas conoce a fondo la educación, pero prefirió esa pedagogía de los medios de comunicación. En cuanto a Garrido, tiene treinta años y una cultura de un hombre muy mayor y con amor a la lectura y el saber universal. En fin, dije todo lo que me parecía evidente.

Dicho esto, veamos lo que sigue. En primer lugar, es permanente el fastidio y el dolor del pueblo ante los corruptos. En este país —en que se chambea duramente y más allá de las 12 o 15 horas diarias, y que millones de peruanos  (un 96%) trabajan en pymes por lo general informales y tienen ganancias mínimas—, es natural la ira y el rencor ante una buena parte de expresidentes enriquecidos en los últimos 18 años. El ambiente de este tiempo me hace pensar en César Vallejo:

La cólera del pobre
tiene un fuego central contra dos cráteres.

¿Cuáles son esos dos cráteres? Por una parte, un debate con pros y contras. El gesto trágico de Alan García ha provocado páginas enteras en el curso de las últimas semanas. Hubo de todo. Y no estoy diciendo que concuerde con la enorme producción de crónicas y puntos de vista, sino que se tomó el tema como algo real. Un hecho concreto, un «suceso lamentable»; la descripción del suicidio, «su última apelación», «el Apra llora a Alan García», «consternación entre los distintos líderes políticos». Es decir, los ex rivales, desde César Acuña a Keiko Fujimori. Y las opiniones de Daniel Salaverry y Mercedes Araoz.

Sin embargo, algo me asombra. Nada de esto ha convencido a una gran parte de la sociedad peruana. Resulta ahora que la tendencia es que Alan García ¡está vivo! No se repite el México revolucionario, a la muerte de Emiliano Zapata, por décadas y por afecto, los campesinos lo veían a caballo por las sierras sureñas. A Alan lo creen escondido en algún lugar del planeta. ¿Lo quieren vivo para seguir odiándolo? Varios choferes me han preguntado por qué lo han cremado. Está claro, hay una plebe que necesita de un chivo expiatorio. Un culpable. Es curioso. Alan no mató a nadie. Abimael Guzmán, cuyas huestes mataron a apristas, a izquierdistas, y a más campesinos que Pizarro cuando la Conquista, ¿no hay ningún reproche? Lo que veo es una reacción popular absolutamente desconcertante. La llamo «pensamiento mágico».

La lucha contra la plaga de la corrupción tomará décadas, acaso nuestro siglo XXI. Es un combate, tiene que hacerse con el arma de la razón, no de la pasión. Lo cual lleva a otros terrenos, cuando el nacimiento de autoritarismos evita las leyes para que reine la sanción. De eso no se habla en Lima, pero sí en los diarios del mundo externo. «La presunción de inocencia es una distinción crucial entre el Estado de derecho y la inquisición». Lo dije hace semanas. Ahora coincide The Economist de Londres.

Volviendo a lo de la tele, no hice sino decir las cosas como si estuviera conversando en un café. Contaré, pues, brevemente, un episodio de mi juventud. Eran los años de Velasco. Sí, una dictadura, pero la única manera para acabar con el latifundio, el ni siquiera un feudalismo. Y entonces, Delgado Parker, titán de la televisión en ese momento, propone algunos espacios de gente no velasquistas. Y Velasco acepta a condición de que me dieran un espacio también a mí, para que hablara. Así, tras las primeras sesiones, una amiga mía, a la que siempre admiré y escribí sobre ella —Chabuca Granda, sí, Chabuca—, se pone el sombrero, coge guantes y cartera, y se va al canal. Y me llama para decirme tres cosas que no olvidaré jamás. «Hijito, mira, eres inteligente, pero eso no basta. Tienes que pensar que miles de ojos y orejas te están mirando. Entonces, primero no mientas jamás. Dos, sé sincero y sé sencillo. Y por último, no te olvides, hijito, que no estás en un mitin. O sea, eres un invitado. A nadie le gusta que le vengan a gritar en su propia casa». Esos consejos no los olvidé nunca.

El «pensamiento mágico» es grave en esta hora crucial del alma peruana. ¡No se razona! Y vienen tiempos oscuros. Y pienso en el sur. Hay una tesis universitaria, Cultura y política en Puno: el dispositivo de la identidad etnocultural, de Eland Dick Vera Vera. No lo conozco, pero es una buena tesis. De hecho, ya hay partidos locales con nombres quechua y aymara. No les interesa el país global, sino su colectividad. Y en Lima, no se oye, padre. El enclenque Estado central juega con fuego al mover sentimientos y pasiones con el aparato mediático que usufructa. No saben argumentar. Emocionalizan. Todo esto puede acabar mal, muy mal. Y Alan se llevó consigo el enigma de entender a la sociedad peruana y a los peruanos mismos.

 

Hugo Neira
28 de abril del 2019

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