Antonio Pereira

¿Debe la Iglesia seguir tanto al Estado?

Ante prácticas tan radicalmente anti-humanas como el aborto y el suicidio asistido

¿Debe la Iglesia seguir tanto al Estado?
Antonio Pereira
08 de septiembre del 2025


¿Debe Dios seguir al César? No conozco a nadie que diga que sí. Jesús separó jurisdicciones (igual que al negarse a partir herencias). Pues si nadie dice que sí, ¿por qué ese titular?

Según la vieja teoría católica de la legítima autonomía de las realidades temporales, es natural que, en ciertas actividades sociales, el poder público dicte normas y la Iglesia las acate —así, señales de tráfico— si bien, como siempre, con sentido común. Pero precisamente el sentido común y sus parientes prudenciales son la primera víctima del cientificismo, el legalismo, el relativismo, la medicalización de todo y demás. Así que, contra todo sentido común, últimamente encontramos que la Iglesia no sólo acata las normas del poder cuando es debido sino también cuando quizá no lo sea. Veamos algunos ejemplos.

Durante el covid, la reacción eclesiástica ante la pandemia fue hacer lo que decían los poderes públicos, como si una pandemia la vieran igual la OMS, la UE, el estado y el cristianismo. El inmoderado control y el sofocamiento de la libertad no fueron muy cristianos pero la reacción eclesiástica oficial fue la que todos conocemos.

Recientemente, la CEE defendió el derecho de los musulmanes a su culto público en Jumilla, pero los argumentos que usó, aunque razonables, fueron como los de un profesor de derecho constitucional. Ya el pronunciarse la CEE en un asunto de jurisdicción del obispo local es un tic estatista: los obispos son los sucesores de los apóstoles; las conferencias episcopales, un invento reciente —y cada día recuerdan más a las iglesias nacionales; así, Alemania.

O tómese la Agenda 2030: buena o mala, es una imposición elitista. No nació desde el cristianismo, ni desde el humanismo: apuesto algo a que no la suscribirían Cicerón, Locke ni Rousseau. Con todo, su logotipo figuró en diversas actividades eclesiásticas, incluso de muy alto nivel. Como últimamente la Iglesia parece partir del internacionalismo, sólo tardíamente se nos dijo que algunos de sus puntos son inaceptables. Para entonces ya había sido muy criticada en publicaciones y redes sociales por los católicos corrientes con sentido común.

¿Y qué decir del euro digital? Aunque sólo fuera por el golpe que dará a la limosna, en mi humilde opinión, la Iglesia debería oponerse.

Podríamos añadir mil asuntos que la Iglesia no debería ver como el estado. Así, los impuestos, tema en, el que a efectos prácticos, se nos dice básicamente lo mismo que el César: “paga”.

Carl Trueman comentaba hace unos días el profundo antihumanismo de algunas recientes leyes británicas (aborto hasta el final, suicidio asistido) y de unos repugnantes experimentos chinos para producir ratones (por ahora) de tres padres y modificados genéticamente. Trueman, pastor presbiteriano, se pregunta: ante tales ataques al hombre mismo, ¿no tiene la Religión nada que decir? (“Abolishing Ourselves”, First Things, 17-VII-2025). También en esto sobran ejemplos, incluso monstruosos, como el robot capaz de gestar un niño en diez meses.

Robert Spaemann, amigo de Ratzinger, dijo que a una Iglesia que no critique al mundo, éste le vuelve la espalda. Francisco dijo que la Iglesia no puede ser una ONG. Pero hoy parece partir de las mismas premisas que los poderes actuales, y en vez de mostrar al mundo el “esplendor de la verdad” (Juan Pablo II) o el atractivo de “las risas y los amigos” (Belloc) se afana en rebatir tibiamente la lluvia de acusaciones de abusos, quizá ni siquiera probados y a veces tan injustos que los acusados ni se pueden defender. A base de aceptar jugar en campo ajeno y con reglas ajenas, abandonamos a su suerte al Cardenal Pell y a tantos otros.

Yo no digo nada, pero León XIV ha recordado que no nos podemos acomodar demasiado a este mundo, idea tan vieja como la Iglesia misma.

Hoy, los planteamientos anti-biología campan por sus respetos. Así, la atracción entre los sexos disminuye (fenómeno más anti-hombre y anti-Génesis, no habrá otro). Si no decimos nada fuerte y claro sobre sexo y matrimonio, dejamos un campo libre que ocuparán el hedonismo, la pornografía, la tecnología, el Islam o los marcianos; ¿y por qué deberían no hacerlo?

Corríjanme si me equivoco, pero ante posturas tan radicalmente anti-humanas, y habiendo quedado la Iglesia casi como única defensora de la humanidad, por dimisión de los demás humanismos, ¿no debería su voz estar tronando hasta en el planeta Marte? Pero en los últimos 10 años el catolicismo oficial se ha dejado hasta dictar el lenguaje; y, con él, los conceptos, como ya sabía Humpty Dumpty. El faro ha dejado voluntariamente de dar parte de su luz. Los poderes y los medios imponen temas y objetivos y nos abruman con acusaciones; el cristianismo dominante muerde los anzuelos y gasta en eso las energías, en vez de alegrar al mundo con la esperanza del providencialismo y recordar a todos la distinción entre la mano derecha y la izquierda.

Aquí hay otra importante cuestión, vieja y de carácter general: el problema de la servidumbre voluntaria. Hay a veces una cierta dosis de auto-sumisión, actitud ya detectada por Etienne de la Boetie (Servidumbre voluntaria, 1574). Ejemplo: las universidades, que, durante siglos, incluso bajo las autocracias, fueron “islas de separación” y refugios del pensamiento, hoy, en plena democracia teóricamente ilustrada, sucumben sin lucha al Plan de Bolonia, el wokismo, el feroz capitalismo especulador y la tecnología. Otro caso: sin necesidad alguna, Ursula von der Leyen y la plana mayor de la UE, se ponen a los pies de Trump. Otro: el jefe del estado español habla oficialmente en inglés, sepultando así voluntariamente al español como gran idioma internacional. Y tanto Úrsula como Felipe VI son gobernantes duros ad intra.

Podríamos añadir más ejemplos pero ya en otro artículo, y humorístico, porque algunos son de risa.

Terminemos. Toda profecía es arriesgada, y más sobre el futuro, pero no creo que las masas de jóvenes que contra todo pronóstico humano están reviviendo el cristianismo en EE.UU., Inglaterra o Francia, busquen seguir más a los grandes poderes de este mundo, y el millón de jóvenes que recientemente acudió al jubileo en Roma, tampoco. Seguro que captan la idea de que la Iglesia sea libre del estado y de los diversos poderes en general; y de los actuales muy en particular, porque nos gobiernan tales chiquilicuatros que Hannah Arendt no encontraría, ni buscándolos, mejores ejemplos de cuán banal pueden llegar a ser el poder y el mal.

Antonio-Carlos Pereira Menaut
Tomado de El Confidencial

Antonio Pereira
08 de septiembre del 2025

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