Cecilia Bákula
De reconstrucción, nada. Y de cambios, menos
Una gestión poco eficiente y severamente irresponsable
![De reconstrucción, nada. Y de cambios, menos](https://elmontonero.pe/upload/uploads_images/reconstrucicion.jpg)
Con mucha impotencia y no poca indignación, por decir lo menos, los ciudadanos, y sobre todos los nuevamente damnificados, miramos este historial de pésima acción, de gran inacción y de desastre técnico y moral, de incapacidad técnica y de tremenda desidia administrativa. Ha prevalecido en muchos casos la molicie, pudo haber primado el amiguismo, el querer salir en la foto, la improvisación y, en resumidas cuentas, un inmenso, casi inconmensurable gasto poco refrendado por parte del Estado; es decir, del dinero de todos los peruanos, en obras que no eran las que correspondía directamente por función principal y una desatención a las que eran indispensables a la autoridad creada el 25 de abril de 2017, mediante Ley N° 30556.
De acuerdo a ese dispositivo, vio la luz con rimbombante nombre la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios (ARCC), cuya misión principal debió centrarse en diseñar , ejecutar y supervisar la realización de un plan integral para la rehabilitación, reposición, reconstrucción y construcción de la infraestructura de uso público; de aquella que había quedado severamente afectada como consecuencia del denominado Fenómeno de El Niño del 2017. Aún no sabemos a qué cambios se refería... Vale recordar que, además, las personas a cargo de esta entidad, recibieron el grandilocuente título de “zares” de la reconstrucción, sin tener un ápice de humildad y bastante menos eficiencia en su gestión. Hoy, imagino que podrán palidecer ante los resultados de su oneroso, improductivo e ineficiente paso por la historia y las vidas de los pueblos cuyo destino estuvo en sus manos. Muchas veces la responsabilidad, que pudiera ser indirecta, no deja de ser menos responsabilidad pues los pecados de omisión son tan graves como los de culposa acción.
Dicha entidad, adscrita a la PCM, recibió un sustancioso presupuesto y se le asignó un periodo de tiempo que, en principió venció en el 2021, para reconstruir la infraestructura básica de las 13 regiones afectadas. No obstante el fracaso absoluto de esa entidad, los miles de millones mal usados, los daños causados, las pérdidas ocasionadas, las vidas humanas que ha cobrado la falta de acción, la ausencia de planificación y la incapacidad puesta de manifiesto, nos enfrentamos a la propuesta del Ejecutivo, de pretender que la solución para atender a esta emergencia está en crear una nueva entidad...
Hoy, que la naturaleza azota con increíble fuerza a varias de las regiones ya sufridas en el 2017, la situación se muestra dramática y no parece ser el mejor momento para instaurar nuevas instancias administrativas, sino de crear sinergias eficientes con quienes están ya en cargos públicos y ello incluye, necesariamente, la obligación de cada gobierno regional de actuar con eficiencia, rapidez, honestidad y recurriendo a los mejores técnicos que puede haber a su alcance. Es el momento de peruanizar la acción y no de politizar mezquinamente el actuar. Esta es la coyuntura que la naturaleza pone para que salga a relucir, junto a la capacidad de acción creadora, la valentía de los honestos y el sentimiento nacional en vez de la pequeñez de los cotos partidarios y seguramente mínimos en sí mismos. En este momento, todos, absolutamente todos, estamos en la obligación de sumar. Actuar con eficiencia y honradez no es una virtud, es una obligación que no merece reconocimiento alguno más que el de la satisfacción personal, de la propia conciencia.
Y si a pesar de la nefasta experiencia de la ampulosa Autoridad de la Reconstrucción con Cambios, de sus “zares”, los millones desperdiciados, los trabajos mal hechos, el incumplimiento de las obligaciones y de la cruda realidad que hoy enfrentan numerosos pueblos que ven como torrenciales aguas desbordadas se llevan casas, destruyen puentes, arrasan con vidas inocentes, siembran zozobra, arruinan sueños, devastan empresas, asolan ciudades y echan por tierra esperanzas de un futuro mejor, y si a pesar de esa realidad se insiste en creer que una nueva entidad será la solución, me permito con humildad repetir que engordar la administración pública, nunca es el remedio. Exigir eficiencia, reclamar honestidad y criterio de oportuno aporte técnico comprobado a los que están en este momento en los cargos de responsabilidad, y quizás hacer algunos cambios de timón pudiera ser necesario, pero no es el momento de nombrar más “zares”, aumentar, engrosar la planilla de un alicaído Estado cuyos niveles de cumplimiento y eficiencia, deja mucho que desear a los ojos del ciudadano común.
No debemos olvidar que en este momento, estamos intentando superar las nefastas consecuencias políticas y sociales del caos generado por la barbarie producida por los meses de desgobierno que significó el paso de Castillo por la casa de Pizarro; aún vivimos las secuelas de esos meses de fallido ensayo populista y, como si fuera poco, la naturaleza nos ha hecho ver que no fuimos capaces de tener mecanismos de previsión mínimos y que el dinero destinado a eso, realmente se lo llevó el agua...
Sin embargo y solo Dios sabe cómo, el nuestro es un país de resistencia inconmensurable, pero no se le debe llevar a probarlo hasta el extremo. Ser rico como Nación no es suficiente cuando esa riqueza no llega a satisfacer las necesidades de muchos por la mala administración de unos pocos y la población sabe que esos pocos malos peruanos, traidores a su propia patria, buscan el poder para desangrar a país. Hoy lo vemos de manera palmaria, tangible, e intolerable con consecuencias de muerte, dolor, atraso y postergación sin nombre ni justificación posible.
Los llamados “zares” de la reconstrucción, en cuya conciencia pesa o debería pesar lo que hoy día sufren miles de peruanos, deben saber que hay voces que gritan con desesperación y preguntan a viva voz el porqué de esa conducta cuando asumieron una responsabilidad tan alta y no reconstruyeron nada; se les reclama el haber obviado, en su momento, el involucrar a los mejores técnicos de la sociedad civil de cada región afectada entonces, el no haber superado la nefasta centralización pues no era un secreto que es uno de los lastres que ahoga el éxito de un buen gestor. Quizá se creyeron omnipotentes y obviaron el contar con agentes internacionales a manera de ayuda y orientación. Cuántas otras dudas y preguntas siguen rondando en la mente de quienes los investigan y en quienes sufren las consecuencias de las acciones mal realizadas, envueltas en procesos defectuosos, quizá delictivos por obras hechas con ineficiencias, inescrupulosamente y con dolo.
El Perú no merece esto; no se trata solo de que la Contraloría actúe, investigue, acuse y lleve a cabo otras muchas. Tampoco es suficiente que el Poder Judicial pueda dictaminar cárcel y señale reparación monetaria pues nada de eso, nada, cura con rapidez la moral de un pueblo que tiene el alma herida porque hubo quienes, provenientes de todos los grupos, colores y partidos, asumieron cargos olvidándose prontamente del sentido del deber frente la responsabilidad que aceptaron, quizás obnubilados de poder, fama y una no despreciable remuneración, dejaron de tener en su conciencia y en su corazón el sentido de la palabra servir. Términos como entrega, honestidad, transparencia, servicio, patriotismo, caridad y amor al prójimo, desaparecieron rápidamente de su minúscula esencia humana.
Es por ello que hoy vemos las consecuencias de una gestión tan poco eficiente y severamente irresponsable como la que ha tenido, desde el 2017 la ARCC que no ha sido capaz de cumplir en totalidad y a cabalidad el objetivo superior que le fue encomendado: dotar de infraestructura necesaria, adecuada, suficiente y bien hecha a aquellas ciudades y pueblos que habían sufrido los embates de la naturaleza. Seguramente se argumentará mil y una razones, lo cierto es que la ARRC no dio la talla, no obstante tener altas autoridades “reales”, a nivel de “zares”.
Años después, en una situación que se sabía sería recurrente, la realidad nos muestra, con vergüenza, dolor y frustración que las posibilidades de respuesta son aún más insuficientes y las consecuencias más severas y nefastas.
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