¿Cómo está todo por el Perú?

¿Cómo está todo por Perú? La habitual pregunta de ascensor. La pregunta que te hacen los colegas del trabajo después de un fin de semana largo, la que me hace el pescadero mientras su cuchillo arranca las tripas de una trucha de río. La obligatoria pregunta que me hacen mis suegros cada vez que los visito. Ya no se puede excusar achinando los ojitos, soltando una risita de dos ja ja, acompañada de un bajito “bien”.

La pregunta cada día se vuelve más densa y la respuesta se carga de un mayor pesimismo. Tormenta a la vista. Cambiar el tema a veces no funciona porque siempre hay alguien con ganas de visitar Perú. Y uno que otro iluso que vive al margen de las noticias me cuenta que quiere retirarse en mi tierra maravillado por los paisajes de montañas y hechizado de por vida por un humilde potaje de zapallo y papas, el querido locro. El curry peruano lo llama.

¿Les debería decir la verdad? Que esas montañas que lo han enamorado permanecen bloqueadas por semanas por ciudadanos de primera clase. Que la justicia apresa sin acusar, sin presentar pruebas. Que el denominado cuarto poder aúpa el cierre de un legítimo poder del Estado peruano. El poder que puede mandar mensajes por medio del papel, la televisión y la radio da el visto bueno al manejo de una república por medio de referéndums. Hoy es el cierre del Congreso, mañana podrían quizás ser las empresas extranjeras.

¿Te quieres retirar allí? Les debería decir que el día de hoy un columnista ha descrito que un acto democrático como lo es la elección del presidente del Congreso, debe ser tomado como una declaración de guerra. Su tinta suena como un cañonazo del vizcarrismo. ¡Bum a estribor! Si piensa retirarse allí debe aprender por qué se repite tanto que el peor enemigo de un peruano es otro peruano, y por qué nos jode tanto que nos estampen la ciudad con esa frase.

Quizás debería contarles qué ocurrió con los afectados por el fenómeno de El Niño. Los del 2017 y 2018. Mis angustiosos correos no tuvieron seguimiento. No les pude mandar fotos del después, el Perú sigue siendo esa mujer hundida en el barro. ¿Cómo escribirles ahora sobre la campaña anual contra el friaje? Siempre la misma postal de un par de niños sin zapatos mirando al vacío, el más pequeño, con una ramita en su mano derecha, intenta revivir un bulto de hueso y pellejos. Las vicuñas no pueden comer ramitas, ellas dormirán eternamente cubiertas por el manto de las montañas.

Me toca explicarles a los preguntones qué es una dictadura y a qué, con un juego de palabras, llamamos dictablanda. Un tirón en la boca del estómago me recuerda que yo siento con las tripas. Les cuento entonces que desde hace un mes mi estómago me increpó las rabias que le había hecho pasar. Me ordenó relajarme, aunque eso no estuviera en mis planes, y me mandó a la cama a escucharlo.

Al principio creí oír a mi estómago pedir ocopa, un seco de cordero y una teja de Ica. Pero luego, en la más absoluta quietud de la noche, logré escucharlo. Me dijo que vaya al campo a darle de comer a los patos, a caminar con los perros, a sentarme en un canal y dejar que el río lave toda mi ansiedad. A alzar la mirada al cielo y ver las más brillantes estrellas. No se me presentó Mufasa, quizás sí un búfalo. Me recomendó recorrer el área de Cotswolds. Parece que alguna partecita de mi cerebro guardaba la esperanza de encontrar a sir Patrick Stewart tomando un café en alguna de sus callecitas floreadas. Así he estado, viajando, comiendo y sacándome fotos con todos los animales que voy encontrando por el camino y que se prestan a la cegadora luz de los flashes.

Se puede decir que desde hace un mes vivo como lo ha hecho el Poder Ejecutivo, en la más absoluta frivolidad.