Cecilia Bákula
Centenario del APRA
Empezando un nuevo siglo de vigencia política
El 7 de mayo recordaremos la fundación del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), que tuvo lugar en la ciudad de México, cuando Víctor Raúl Haya de la Torre, líder y fundador, formulara, en el Anfiteatro de San Ildefonso en dicha ciudad, los conceptos sustantivos de su propuesta. Y de lo que sería motivo de lucha durante toda su vida y de doctrina que lo llevó a vivir muchos años en el exilio, no pocos en la clandestinidad, otros en el asilo y algunos gloriosos en la actividad pública. Desde sus inicios, el APRA marcó un hito en nuestra historia, pues se estableció, asentó y continúa siendo una alternativa posible y real defendiendo lineamientos sólidos y convocando a sus filas y a la acción a ciudadanos de todos los estratos sociales, haciendo del APRA una colectividad, formulando una propuesta y una gran fraternidad.
Esa historia centenaria que hoy queremos destacar debe comprenderse desde dos perspectivas fundamentales: la carencia de formación y conciencia política que, a lo largo de los años han mostrado las diversas propuestas que se ha ofrecido a la ciudadanía y la presencia genial, creadora, innovadora y coherente de Víctor Raúl Haya de la Torre. Una organización política que, con momentos de auge como de aparente declive, resalta en nuestro panorama histórico en el que las agrupaciones políticas, variopintas por cierto, se han esfumado en el tiempo y ninguna ha logrado encarnarse ni en nuestra historia, ni en nuestra diversa manera de ser y mucho menos en los corazones de las multitudes.
Nacido en 1895, Víctor Raúl se nutre de su inicial vida académica en Trujillo integrando el “grupo Norte” y es a partir de su llegada a Lima en 1917 cuando despierta el hombre de acción, el joven capaz de encender los corazones y las expectativas de los de su generación. Es por ello que se debe mencionar, creo yo, que la teoría política que él plasma y da a conocer en 1924 en México, es, de alguna manera, la expresión ya madura de un pensamiento político que, por novedoso y posible, se instaló en el corazón de los peruanos de todos los tiempos, por lo que él fue reconocido como “el peruano del siglo”, pues su legado se sustenta en bases ideológicas profundas y reales que mantienen actualidad.
Al respecto, Alan García en su libro “Noventa años de Aprismo” señaló: “Es imprescindible reconocer que gran parte de sus ideas originales ya han sido adoptadas y aplicadas por otros movimientos… una ideología que en su origen pareció herética a los comunistas y los reaccionarios, se ha convertido en un pensamiento consensual.” Y en esa precisión es que encontramos la genialidad de Haya de la Torre de concebir y propugnar una visión de la acción política sustentada en la justicia social. Bien lo dijo él mismo que no se trataba de quitar riquezas a nadie, sino de generarla para todos.
En México, ese 7 de mayo que hoy recordamos como la primera expresión latinoamericana de una nueva doctrina política, Haya pronunció un premonitorio discurso que ha sido entendido como un mensaje a la juventud de entonces y de siempre:
No sólo queremos a nuestra América unida sino a nuestra América justa. Sabemos bien que nuestro destino como raza y como grupo social, no puede fraccionarse: formamos un gran pueblo, significamos un gran problema, constituimos una vasta esperanza”. “Esta bandera que yo os entrego, no presume originalidades recónditas… La juventud indoamericana que tiene ya un alma fuerte, que entona un himno unánime, adivina en el escudo de vuestra casa universitaria, el intento simbólico de la enseñanza del futuro que saludaremos un día en todos los rincones de América. La tenéis aquí; el rojo dirá de las aspiraciones palpitantes de justicia que en esta hora admirable del mundo inflama la conciencia de los pueblos, que nuestra generación proclama con la nueva humanidad; nos habla, también del amor convivido de la justicia. Sobre el ancho campo, la figura en oro de la nación indoamericana, señala las tierras vastas que unidas y fuertes brindarán hogar sin desigualdades a todos los hijos de la raza humana.
Ese preclaro pensamiento irá madurando sin alterarse en la esencia y lo encontramos en obras sustantivas del propio Víctor Raúl como “Teoría y práctica del aprismo” y los conceptos ampliados y expresados con la vocación de un auténtico maestro en “El antiimperialismo y el APRA”. Después del acto simbólico pero realmente fundacional de 1924 en México, Haya empezará a convertirse en un ciudadano del mundo; viaja mucho, aprende y se enriquece con la realidad de otros pueblos; se nutre y es un estudioso inagotable del momento que le toca vivir. Es por ello que las propuestas básicas iniciales, como eje de todo su planteamiento, se han mantenido y se pueden reinterpretar a la luz de los cambios que se van sucediendo en la historia del siglo XX y XXI; quizá, esa es una de las genialidades de su pensamiento político y de su propuesta pues el APRA nació no para vivir un momento, sino para brillar y persistir, responder y aportar a la comprensión y conducción del país, teniendo siempre la posibilidad de, sin quebrar los lineamientos iniciales, ser una doctrina actual, moderna y vigente.
Cuando Haya pudo regresar al Perú, decide postular en el proceso electoral de 1931 y, habiendo sido triunfador por la voluntad popular, se le arrebató el derecho a conducir los destinos del Perú que cayó en manos de Sánchez Cerro, iniciándose una de las etapas de mayor persecución para los entonces jóvenes líderes del Partido. El miedo al APRA se convirtió en una manera de intentar socavar y destruir a ese grupo que emergió y se consolidaba con una fuerza impresionantes; ni la cárcel, ni el odio, ni la injusticia ni las muertes lograron arrancar del pueblo la convicción de que “El APRA es el camino” ni debilitaron en Haya de la Torre y en sus más cercanos colaboradores, un ápice de su voluntad de transformar el Perú.
La década de 1930 fue sangrienta, los horrores que se vivió en aquellos años, la insanía, la injusticia y la matanza de quienes, por entonces, morían por una causa, por un compromiso, por la ilusión de que esa nueva ideología, ya entonces una doctrina, permitiera conducir el Perú hacia destinos de mejor augurio. Es necesario también remontarse a esos años y al heroísmo de quienes ofrendaron su vida en aras de un destino político y social mejor para el Perú y es en ese recuerdo y en la sangre de los mártires en que, de alguna manera, se sustenta y echa raíces el Partido Aprista que hoy, recordando su centenario y entrando ya a vivir su segundo siglo, busca afirmar los principios fundacionales, requiere avivar la memoria de los años aurorales y recuperar las formas de hacer y de ser aprista, de mantener los fundamentos del pensamiento del Compañero Jefe y de honrar, con una conducta privada y partidaria digna de ser herederos de aquellos que fueron luz y actores sustantivos del primer centenario.
La década del cuarenta tuvo solo cortos episodios de concordia entre los políticos de turno y Haya de la Torre; valga recordar el gobierno de Bustamante quien llegó al poder por los votos apristas y el desenlace en el golpe de Estado del general Manuel A. Odría, con el que se iniciaría una nueva etapa de horror que sólo se entiende porque se quería aniquilar a quien tenía la verdad, a quien entendía al pueblo y veía al Perú no solo circunscrito en sí mismo, sino lo comprendía en el contexto internacional; se quería hacer desaparecer a aquel que era un visionario respetado por tener los pies en la tierra y la mirada en el horizonte y a quien el pueblo, sediento de justicia y democracia, de coherencia y transparencia en el ejercicio de la política, respetaba, quería y honraba, porque había encarnado la urgencia del Perú, la necesidad de justicia y democracia concentradas, de alguna manera en su frase de “Pan con libertad”. Haya dio muestras de hidalguía y magnanimidad sin límites; así vivió su extenso asilo en la embajada de Colombia, dando lugar a un caso de injusticia y represión que traspasó los límites de nuestro territorio hasta convertirse en un asunto internacional que solo engrandeció a Víctor Raúl y mostró la pequeñez de sus opositores.
Por razones del todo ajenas a la legalidad, se impidió que Haya de la Torre llegara a asumir la primera magistratura del Estado, no obstante que la victoria en las urnas lo había elegido y su triunfo se ha podido demostrar posteriormente con datos irrefutables. El hecho de que el poder le fuera esquivo, por un miedo irracional y una incomprensión de su propuesta, no menguó en Víctor Raúl ni un ápice de su transparencia y compromiso con el Perú a quién había ofrendado su vida día a día, haciendo una decente docencia de la actividad política. Es por ello que estimo que todos los peruanos y en especial los apristas de este nuevo siglo, deben conocer a la persona que él fue, el pensamiento que nos ha dejado y la conducta intachable de servicio y renuncia porque ejercer la política y participar de ella no es solo una obligación de los ciudadanos, es un compromiso de vida para quienes tienen el privilegio de ser dirigentes y autoridades. Pienso que en estos tiempos, mensajes de Haya de la Torre como el que pronunció en la Plaza de Acho, conocido como el “Discurso programático del 23 de agosto de 1931” y, el que mostró la grandeza del ser humano y el compromiso con la historia que se conoce como el “Discurso del veto, del 4 de julio de 1962”, tienen una vigencia sin fin.
El APRA, como partido partido centenario recibido de Haya de la Torre tiene hoy una gravísima responsabilidad que es reflexionar sobre su origen programático y su destino histórico, para ofrecer al pueblo peruano una propuesta de acción y una conducción dignas de quienes han heredado las ideas del líder y son capaces de nutrirse de su vida y ejemplo.
COMENTARIOS