Caminar un país

¿Cuál es su ruta favorita en Lima? No piensen en la enredadera de calles por las que los taxistas se escabullen para ganarle minutos al tráfico infernal de Lima, sino en una ruta senderística. ¿Recuerdan la última vez que pudieron caminar tres horas en Lima sin escuchar una sola bocina?

Cuando era pequeña y más rolliza, mi abuela Keka había sido diagnosticada de hipercolesterolemia. Los camotes fritos y su bien amada cachanga habían hecho subir sus niveles de colesterol hasta las nubes. En ese momento el remedio para su colesterol y mis juveniles rollos fueron las caminatas.

Rodeadas de cemento no teníamos muchos lugares a los que ir. A veces dábamos cinco vueltas por el parque de la cuadra, otras días caminábamos hasta el Instituto de salud mental Noguchi, por donde en aquella época solamente había polvo y una gran pila de basura.

Nuestra ruta más larga comprendía desde la primera cuadra de Habich hasta la Universidad de Ingeniería. En nuestro camino la única área verde que encontrábamos era la casa de nuestro vecino. ¡Qué peligrosa está esa trompeta amarilla, mira cómo ha cubierto todo el tejado del vecino!, decía mi abuela quejándose de la sombra de aquel arbusto en la que, según ella, podía ocultarse un ratero. Razones no le faltaban para temer lo peor, ya no quedaban flores de amancaes ni colibríes en la ciudad, la nueva fauna que pululaba en ciudad era el Raterattus limeñatus. Aquella flor amarilla era el único verdor de nuestra ruta, el resto del tiempo caminábamos con atención y prisas para esquivar a los mototaxis y micros.

Es domingo y me encuentro esta mañana en el Wyre Forest, haciendo una ruta de tres horas. Estoy rodeada de fresnos, abedules, abetos y pinos, y desde hace dos horas el ruido de los motores han sido cambiado por ladridos de los perros y los saludos de otros senderistas.
Cuánto he recordado mis tardes de caminatas llenas de contaminación atmosférica y acústica en Lima.

Uno de los tantos aciertos que envidio del Reino Unido, un país donde deprimentemente la relación dueño-arrendatario se remonta a la Edad Media, es que la gente recorre su país a pie. Son conscientes de su "derecho a deambular" por donde se les dé la gana porque tuvieron que luchar para conseguirlo. Creo que por ello siempre encuentro a algún ranger dispuesto a contarme el episodio de Kinder Scout Trespass en el que un grupo de jóvenes marcharon hacia una pradera de belleza extraordinaria, pero olvidada, sin fin alguno salvo servir ocasionalmente al duque de Devonshire como coto de caza de aves.

Las consecuencias de este acto son discutidas hasta nuestros días con algunos historiadores disputando que estos jóvenes hicieron más daño que bien a la causa común de la ley de campo. De aquel día al menos podemos rescatar la canción "El caminante de Manchester" de Ewan MacColl la cual dice: "El lunes puedo ser un esclavo asalariado, pero el domingo soy un hombre libre". Creo que esto resume la actitud de los británicos con respecto a sus paseos de domingo.

¿Cuándo perdimos los limeños el derecho a caminar? Probablemente cuando se perdieron las lomas y Lima se volvió un laberinto de cemento. Podría incluso decir que el derecho nunca lo tuvimos porque no formó parte de nuestra identidad. Con cuánta indiferencia hemos visto desaparecer lomas enteras a trazos de lotizadores. Me pregunto cuántas personas podrían contestar siquiera qué es una loma.

Estamos subiendo ahora mismo una cumbre un poco enlodada. Mi esposo me alienta diciendo que si una ruta no se camina, se pierde. ¿Por qué no salen un domingo a recorrer alguna loma de Lima? No sigamos perdiendo terreno.