Rocío Valverde

Blue Planet II

Para ser conscientes de nuestra huella ecológica

Blue Planet II
Rocío Valverde
30 de octubre del 2017

Esta semana Sir David Attenborough ha vuelto a iluminar las pantallas del mundo con una de sus producciones. A las ocho en punto de la noche el programa Blue Planet II empezó con la imagen de un infinito mar de color azul cerúleo en completa calma. Frente a él aparecía en la proa de un barco un veterano de los documentales vestido con una camisa celeste cielo y adornado con su cabello blanco. ¡Qué primera toma! Las tonalidades del humano y el océano se funden en una armoniosa transición. El tono del documental ha sido marcado.

La segunda entrega de Blue Planet llega 16 años después de la premier de la original. El desarrollo de la tecnología reciente hace una necesidad echarse al océano y explorar ese territorio salvaje que tanto ha cambiado en los últimos cincuenta años. El primer amigo que el equipo de la BBC ha decidido seguir es el delfín nariz de botella. En las costas de Sudáfrica un gran grupo aparece surcando majestuosamente el mar como siguiendo el trazo de una aguja que entra y sale de una tela. Este comportamiento, aunque impresionante, es un fenómeno conocido.

Lo que nos quiere mostrar la lente de la cámara se encuentra a unos cuantos metros debajo del nivel del mar. En la profundidad los delfines adultos se restriegan contra unos corales mientras que las crías los miran extrañados. Sin duda es un comportamiento que aún no han aprendido. Imagínese pues ver a sus padres rascándose como locos una y otra vez contra una superficie áspera sin tener picazón ni estando cubiertos de parásitos. Pero, como dice la canción, “Madre sabe más”; los corales están cubiertos de una sustancia mucosa que tiene propiedades antibióticas y les ayuda a luchar contra las infecciones. Touché. Una vez más el documental nos da una bofetada. Nosotros aquí en nuestras tierras secas sufriendo por la resistencia a los antibióticos y quién sabe ahora si quizás la última bala mágica está, o estaba, escondida en el océano en algún arrecife de coral.

Luego la lente se mueve un poco y enfoca al pez perciforme con sus “colmillitos” hacia fuera. Este pececito es tozudo y de paladar fino, pues busca específicamente almejas para poder almorzárselas; pero claro, si yo que tengo dos manos sufro cuando al comer almejas en salsa verde me encuentro con una con las valvas selladas, ya se podrán imaginar cómo la pasa este pez. Con sus colmillos coge la almeja y se va a una roca hueca que dentro tiene como una especie de pico afilado. Contra este pico lanzará a la almeja una y otra vez hasta lograr abrirla. El amigo resultó ser un genio de la ingeniería a nivel pez. ¿Saben de otro pez que use herramientas?

La última parte del primer capítulo del documental nos muestra dos tristes historias. Se nos presenta un mar color azul acero, sobre el que quedan trocitos de hielo en casi estado de aguanieve. En la tierra seca hay un grupo de morsas madres con sus crías peleando a colmillazo limpio por ocupar un poco más de espacio. En otra esquina vemos a dos crías junto a su madre, una osa polar bastante delgada. No hay para comer. La caza está dura.

Las morsas se echan al mar porque saben que en él sus crías se encuentran seguras de cualquier desesperado avance de la madre osa. Es ahora cuando empieza el drama para las crías de morsa. Las crías no pueden estar nadando todo el día y las madres son bastante conscientes de ello. Una cría débil es una cría muerta. Deben buscar un nuevo refugio para descansar; pero al haber tan pocas superficies de hielo, solo les queda pelear por los pocos trozos de iceberg que les queda de hábitat. Una madre parece haber encontrado una superficie más o menos estable que puede soportar sus 800 kg, pero al subirse se hace añicos frente a sus ojos. El corazón se me encoge. La cría de morsa parece hundirse y quedarse sin fuerzas, la madre lo abraza y nada con él a seguir buscando posada.

Es imposible no sentirme culpable al mirar esos cuatro recipientes de yogurt sobre la mesa y la lata de hojuelas de patatas. Hoy por hoy esos dos contenedores no son reciclables. El ciclo termina con ellos. Ahora pienso en el coche que usamos, la ropa que cambiamos cada temporada ¿Dónde acabarán? Los humanos somos culpables del martirio diario de todos los animales en peligro de extinción. Con nuestras actividades diarias destruimos a pasos agigantados lo que costó construir millones de años, y ponemos de jefes de Gobierno al iluminado del siglo que cree que el calentamiento global es un bulo creado por China.

¿Somos conscientes de nuestra propia huella ecológica? Luego de este primer capítulo lo somos un poco más.

Rocío Valverde

Rocío Valverde
30 de octubre del 2017

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