Horacio Gago
Avendaño, único e irrepetible

Bronco y directo, forjó vocaciones entre los civilistas
Si algún abogado peruano es merecedor de una memoria imperecedera, ese es Jorge Avendaño Valdez (1933 -2017), por sus méritos inmensos y su capacidad de actuar y protagonizar a la vez múltiples iniciativas con brillantez y magistral sello personal. Como profesor de Derechos Reales, genial; como Decano de la facultad de Derecho, de lejos el mejor; como gestor universitario, un grande (fue él quien debió ser rector de la PUCP); como abogado, creó uno de los mejores estudios de Lima durante años; como jurista, un visionario del derecho para el siglo XXI.
Estoy seguro de que decenas de profesores y centenas de alumnos y sus clientes tienen sus propias y personalísimas historias con o sobre Avendaño. La que me marcó a mí no proviene de las aulas, aunque he de reconocer que no recuerdo un mejor profesor de Derechos Reales —ágil, directo, sin subterfugios—, sino de cuando el urbanista Juan Tokeshi y yo, con la participación personal y directa del maestro Avendaño, sustentamos en 2007, ante los congresistas del quinquenio 2006-2011, un proyecto de ley para destugurizar los centros históricos sin desalojar a las personas de los callejones y casonas viejas. Tras escuchar la exposición del problema, el maestro Avendaño concluyó algo así: “si arreglar los tugurios supone reformular el concepto de propiedad, pues hay que hacerlo”. Don Jorge captó inmediatamente lo esencial del problema: subyaciendo a los tugurios se hallaba el tumor maligno de la fragmentación hasta la inutilidad de los títulos de propiedad de casonas y callejones. Para un civilista dedicado a estudiar durante cincuenta años la institución jurídica de la propiedad, concluir en la necesidad de reformularla era un divisorio de aguas.
Un civilista suele ser hierático e irreductible, cree que el mejor derecho es el civil pues hunde sus raíces en Roma, la madre de todos los corderos jurídicos. Sin embargo verificando las incongruencias entre textos y realidad, y sin ínfulas positivistas (que merecidamente hubiera podido darse), Avendaño avizoró la necesidad del cambio. En el tema, mi propuesta pasaba por activar una institución jurídica romanista llamada “abandono de dominio”, la que logramos plasmar en la Ley 29415, que impulsé como misión personal durante años. Don Jorge no estaba tan persuadido de que a tremendo problema correspondía tamaña solución, pero el solo hecho de que asistiera al Congreso y hablara de la reformulación de la propiedad fueron incentivos suficientes para los legisladores. Así era el maestro Avendaño. Valiente, sin retaceos ni regates, yendo al grano, siempre tratando de solucionar problemas.
Quizá sus años en la Universidad de Wisconsin y su amistad con David Trubek lo forjaron como un jurista comprometido con el desarrollo de su país. Sin par, Jorge Avendaño Valdez fue el mejor de todos en Derecho de la PUCP, de lejos. Un alfa completo, un genio multifacético, una personalidad integral a la que nadie se le acerca ni por asomo. El profesor Avendaño, bronco y directo, llamando a las cosas por su nombre, sin subterfugios ni hipocresía, con seguridad forjó vocaciones entre los civilistas que salieron de las aulas de la PUCP durante varias generaciones.
Mis oraciones para el maestro Avendaño, ahí donde se encuentre.
Horacio Gago Prialé, presidente de ELIS
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