Raúl Mendoza Cánepa

Arrojados al mundo

Frente a las “predicciones” sobre desastres telúricos

Arrojados al mundo
Raúl Mendoza Cánepa
29 de noviembre del 2021


Hace algunas semanas un diario local nos alertaba de la posibilidad de un gran terremoto en la capital, uno de grado 9. Durante siglos la placa de Nazca se desplaza a lo largo de las costas de América del Sur, de no hacerlo acumula energía. Lima es la zona con mayor área de “acumulación de deformación”. De allí que los expertos tengan sus alarmas en rojo, asumen que la energía generada se liberará con un sismo de 9 grados. 

Lima es una ciudad grande y precaria. La mayoría de sus edificaciones carece de soporte, sin fierros ni columnas, y muchas con la antigüedad suficiente para no soportar un remezón. En total, el 80% de las construcciones, según Capeco, son deficientes. Esta nota no es casual, hace algunas horas un sismo de 5.2 grados nos alertó en la madrugada que a la calma puede seguir el tropiezo; horas después el movimiento telúrico fue en Amazonas, un terremoto de 7.5 grados, con daños en infraestructura.

¿Debemos despegar el ojo y no dormir tranquilos? En realidad, el tiempo para la Tierra no es el mismo que mide los eventos humanos, toda una longeva vida es corta para los fenómenos terráqueos. Hace cuarenta años los diarios reportaban el pronóstico de un gran terremoto en Lima. Quizás el nombre de Brian Brady suene a muchos. Decía una nota en El País (España) en 1981 que “un grupo de geólogos norteamericanos insiste que Perú sufrirá en septiembre (1981) el peor terremoto del siglo. Brian Brady afirmó que (…) se producirá un temblor con una intensidad de 9,9 grados”. La precisión espantó a los limeños de entonces. Pasaron cuatro décadas. 

Cuando las predicciones abundan, se van sumando notas que atemorizan, como la que leo hoy y nos recuerda que el mayor terremoto de la historia fue el de 1960 en Chile: 9,5, de magnitud, diez minutos y una liberación de energía equivalente a 20,000 bombas de Hiroshima, según la BBC. El Perú no vive algo similar desde 1746. Según Manuel de Odriozola en Terremotos, hay testimonios de aquel tiempo que señalan que los marinos ya reportaban exhalaciones de movimientos de fuego subterráneo desde tres semanas antes y rugidos extraños. Lima quedó devastada y el Callao devorado por las aguas. El gran reconstructor fue el Virrey Manso de Velasco, llamado el Conde de Superunda (“sobre las olas”), quizás el gobernante que hizo un trabajo mejor que diez alcaldes de Lima juntos.

Fue en el gran terremoto de 1687, cuarenta años más tarde, que Lima encontró un soporte en la fe frente a estas eventualidades, el Cristo de Pachacamilla, el Señor de los Milagros o el Señor de los Temblores. Quien crea que la fe no es crucial en esa sensación natural de haber sido arrojados a los pies de una naturaleza temperamental y que hay una mayor que nos alcanza los brazos, no sabe qué es la fe. 

Frente a las “predicciones” sobre desastres, como ocurre con los simulacros, solo queda decir que no hay nadie ni nada que pueda hacer algo frente a la furia de los elementos, ni nadie que precise los tiempos. No puede salvarnos la prensa y menos aún una autoridad incapaz de resetear la ingeniería de la ciudad. Hay medidas que se pueden tomar para reducir los daños si el mal se ceba, lo que no hay es una autoridad ejecutiva que sepa de “ciudad”. En eso estamos.

Raúl Mendoza Cánepa
29 de noviembre del 2021

NOTICIAS RELACIONADAS >

La gente está harta

Columnas

La gente está harta

Las encuestas son fotografías: capturan un instante, pero no ga...

03 de febrero
Trump, mi wayki, mi hermano

Columnas

Trump, mi wayki, mi hermano

En 1823, James Monroe, ante el congreso americano sentenció: &l...

27 de enero
Ese otro en ti

Columnas

Ese otro en ti

La política, decía Aristóteles, es la más ...

20 de enero

COMENTARIOS