Eduardo Zapata
Antonio, señor rector

Sobre Antonio Pinilla, fundador de la Universidad de Lima
En tiempos en los que aún parece creerse que las leyes engrandecen universidades, o institucionalizamos y damos forma de ley al imperio de la improvisación universitaria, conviene recordar a personas de verdad identificada con la educación superior. Eran los años sesenta. Antonio Pinilla Sánchez Concha —junto con brillantes maestros universitarios como Carlos Cueto Fernandini, Francisco Miró Quesada Cantuarias, el almirante Jorge Dellepiane y Héctor Velarde, entre otros— creó la Universidad de Lima. Y tuve la suerte de conocerlo porque en aquel entonces yo me iniciaba en la enseñanza.
Eran tiempos en los que un estudiante de la Facultad de Artes y Ciencias de dicha institución estudiaba ¡cuatro años de cursos de lengua y literatura! Todo terminaba en un hermoso año, en el cual los jóvenes con sus profesores hacíamos un curso de hermenéutica del Quijote. ¡Un año completo! Aún recuerdo las carpetas tipo sillón forradas en cuero, los catorce o quince brillantes alumnos en clase, las ganas de cultura que entonces tenía aquella universidad.
Luis Jaime Cisneros tenía a su cargo los cuatro años del curso de lenguaje y literatura. Y, más que obvio, recuerdo también mi juvenil entusiasmo y gratitud cuando Luis Jaime me propuso dictar todas las horas de práctica de aquellos cursos. Que por cierto no eran pocas, pues se dictaban cuatro de teoría y tres de práctica. De más está decir que aproveché todo ese tiempo para ir yo mismo a las clases de Luis Jaime. Un privilegio renacentista. Íbamos y veníamos diariamente a Monterrico en su viejo Mercedes, y la conversa fluía siempre atenta, siempre permanente, siempre con el humor tan especial de Luis Jaime.
Pero vayamos a Antonio Pinilla. Por diversas razones las corbatas y yo no nos hemos llevado bien. Y mi primer día de clase —debo decirlo, con mucho temor— fui evidentemente vestido con saco, pero sin corbata. Luis Jaime me presentó a Antonio y tal vez por una falsa conciencia de culpa sentí sus ojos escrutadores sobre mi camisa entreabierta. Ninguno de los maestros reunidos en la sala de profesores vestía informalmente. Y ante mi sorpresa, recuerdo que Antonio me dijo “Nunca deje de venir sin corbata. Nuestra universidad necesita seriedad, pero también vientos jóvenes e iniciativa, mucha iniciativa”.
Y es que ese gran hombre que fue Antonio Pinilla Sánchez Concha —despojado de su universidad por la ley del gobierno militar y asesinado gradualmente por traiciones internas— siempre creyó que las universidades las hacen profesores y alumnos, y no los burócratas. En honor a la verdad, debo decir que Antonio fue un hombre brillante y anticipado a su tiempo.
Desde hace diez años Antonio no está más entre nosotros. Agradezco de corazón a Amelia Pacheco —secretaria general de la Universidad de Lima de aquel entonces— haberme permitido recordar la anécdota de la corbata, tal vez intrascendente para muchos, pero altamente significativa para quienes creemos en la universidad como una institución libre.
Eduardo E. Zapata Saldaña
COMENTARIOS