Mariana de los Ríos
Matabot: el androide que no soñaba con ovejas eléctricas
Crítica de la primera temporada de la serie de ciencia ficción de Apple TV+

La serie Matabot es una adaptación televisiva de The Murderbot Diaries (2017-2023) la exitosa saga de novelas de ciencia ficción de la norteamericana Martha Wells (Texas, 1964). Producida por los hermanos Chris y Paul Weitz (Nueva York, 1965 y 1969), conocidos por combinar humor e introspección en películas como About a Boy (2002), la serie propone un punto de partida irresistible: un androide de seguridad que, tras hackear su propio módulo de control, adquiere libre albedrío. Con Alexander Skarsgård (Estocolmo, 1976) en el papel principal, la serie mezcla ciencia ficción, comedia negra y una pizca de existencialismo.
El protagonista es la Unidad de Seguridad 238776431, un androide al servicio de una megacorporación que domina los márgenes colonizados de la galaxia. Tras recuperar su autonomía, decide fingir obediencia mientras es asignado como protector de un grupo de científicos de la Alianza de Preservación, una organización más idealista y democrática que el resto del “Rim Corporativo”. Este grupo de humanos, compuesto por figuras diversas como la doctora Ayda Mensah (Noma Dumezweni), el geólogo Bharadwaj, la pareja Arada y Pin-Lee, y el suspicaz Gurathin (David Dastmalchian), es lo opuesto a los burócratas crueles del sistema corporativo. Ellos tratan al androide con respeto e incluso afecto, lo que genera en él una mezcla de incomodidad, sarcasmo interno y, poco a poco, dudas sobre su propia identidad.
Uno de los pilares formales de Matabot es su estilo narrativo: episodios de 30 minutos que mezclan acción contenida, diálogos cargados de ironía y una voz en off constante que funciona como ventana al alma del androide. Esa voz, marcada por el desprecio hacia la humanidad y una adicción vergonzante a una telenovela llamada The Rise and Fall of Sanctuary Moon, es el recurso más efectivo para conectar con el protagonista. La serie juega con códigos de la ciencia ficción clásica y los subvierte: este no es un androide que anhela ser humano, sino uno que solo quiere que lo dejen en paz.
A medida que avanzan los episodios, la serie intenta ampliar su universo y profundidad temática. El conflicto se intensifica cuando el equipo descubre los restos de una masacre cometida en una expedición vecina, y Matabot se ve obligado a tomar decisiones éticas. En paralelo, los lazos con los humanos se vuelven más complejos, especialmente con Gurathin, el único que sospecha de la verdadera naturaleza del androide desde el principio. Este vínculo, lleno de tensión y respeto mutuo, se convierte en uno de los elementos más interesantes del relato.
Visualmente, Matabot es competente. Los escenarios son funcionales, el diseño de producción sobrio pero efectivo, y los efectos especiales cumplen. Pero lo que más destaca es el trabajo actoral. Skarsgård logra dotar a su personaje de humanidad sin gestos, con silencios, con un tono de voz cuidadosamente contenido. Dumezweni y Dastmalchian aportan profundidad emocional en roles que podrían haber sido meramente funcionales.
Sin embargo, pese a sus virtudes, la serie no llega a convencer. El mayor problema es el tono. Matabot no sabe si quiere ser una sátira, un drama de ciencia ficción, una comedia absurda o una exploración filosófica del libre albedrío. Intenta ser todo a la vez, pero no consigue que sus piezas encajen. Muchas de las decisiones dramáticas —como el rescate in extremis en el último episodio o la reprogramación y restauración de memoria que se resuelven con una facilidad insultante— se sienten artificiales, más pensadas para llenar minutos que para enriquecer la trama.
Matabot tiene destellos de originalidad, momentos de lucidez visual y emocional, y un protagonista que podría haber sido icónico. Pero está lastrada por una estructura floja, un tono indeciso y un guion que no se atreve a ir más allá del material de origen. Lo que pudo ser una exploración audaz sobre la identidad, el consentimiento y el libre albedrío, termina siendo una serie tibia, a veces divertida, pero nunca memorable. Y en la era de la saturación televisiva, eso es lo mismo que decir olvidable.
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