Renatto Bautista
A los adversarios se les gana en las urnas
Y no con venganzas judiciales

A los adversarios se les derrota en las urnas, no mediante absurdas inhabilitaciones que solo evidencian revanchas políticas. En democracia, las diferencias se resuelven con ideas, con debate y con propuestas, jamás con violencia ni con el uso del poder judicial como arma de persecución.
El adversario político se enfrenta en el terreno cultural y electoral, nunca desde el escritorio de un juez. Ganar con votos, no con leyes arbitrarias, es la esencia de la verdadera competencia democrática. Creer que una ola electoral puede ser detenida con una ola de expedientes es el mayor error de los políticos autoritarios, porque la historia siempre termina poniendo a cada quien en su lugar.
Bajo esta lógica, la reciente condena a 27 años de prisión impuesta al expresidente brasileño Jair Bolsonaro no puede interpretarse sino como una venganza política promovida desde el Foro de São Paulo, a través de su brazo judicial. No se trata solo de la desproporción de la pena contra un hombre de 70 años que aún carga las secuelas del atentado terrorista que sufrió el 6 de septiembre de 2018. Lo realmente grave, desde una perspectiva política, es que Bolsonaro ha sido respaldado en dos elecciones por la mitad del electorado brasileño. Por lo tanto, su condena no es únicamente contra un individuo, sino una inhabilitación política indirecta del 50% de los votantes de Brasil.
Conviene recordarlo con claridad: Bolsonaro no ha sido acusado de corrupción, ni se le han comprobado enriquecimientos ilícitos, ni vacaciones pagadas por empresas bajo investigación internacional. Muy distinto es el caso de su principal rival político, Luiz Inácio Lula da Silva, quien sí fue condenado y encarcelado por corrupción, aunque posteriormente regresó al poder.
Lula, actual presidente de Brasil y figura central del Foro de São Paulo, mantiene estrechos vínculos con regímenes autoritarios como los de Díaz-Canel, Maduro y Ortega. En su tercera administración, el país enfrenta una preocupante deriva: cientos de presos políticos y un poder judicial cada vez más subordinado al Ejecutivo, bajo la influencia del controvertido juez Alexandre de Moraes.
Ante este panorama, solo cabe esperar que el pueblo brasileño conserve la lucidez y el coraje necesarios para no dejarse intimidar por esta sentencia, que no solo busca silenciar a Bolsonaro, sino enviar un mensaje de amedrentamiento a todo aquel que se atreva a desafiar el poder del Partido de los Trabajadores y de Lula da Silva.
Porque en democracia, el poder no se defiende encarcelando opositores, sino respetando la voluntad popular expresada en las urnas.
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