LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¿Y la izquierda democrática?
Tiene hoy una segunda gran oportunidad para deslindar con la violencia.
Después del Arequipazo, el Baguazo, el Congazo y ahora el Tía Mariazo, es hora de hacer balances y poner los puntos sobre las íes. En primer lugar, las cosas que aproximan a todos: una de las causas de los conflictos socio ambientales es el colapso del Estado que ha cobrado millonadas en tributos a la minería, pero no ha llevado bienestar en las comunidades adyacentes a los proyectos mineros. La desconfianza y la irritación de la provincia, entonces, son más que justificados.
En segundo lugar, la indolencia de los llamados partidos políticos que, ante el fracaso general del Estado, no han luchado por la representación de las comunidades del interior. En el Perú profundo solo quedan las comunidades, la policía, los municipios y las compañías mineras. No hay política democrática.
En tercer lugar, en ese contexto, el discurso contra la inversión privada en recursos naturales prospera y algunos pretenden legitimar la violencia como método de acción. Esta conducta es una clara expresión de la política antidemocrática. ¿Por qué? En la mayoría de los casos, el discurso contra la inversión en recursos naturales es una suma de psicosociales y leyendas. No hay argumentos ambientales justificados para oponerse a Conga y a Tía María, por ejemplo. Cuando amaine la violencia debe ser hora de intensificar los debates sobre estos emprendimientos. ¡Que se abran las cien flores!, como decían los comunistas chinos.
Hay consensos en la responsabilidad del Estado y de los partidos. No lo hay en los argumentos ambientales. Semejante diferencia hay que debatirla, airearla hasta el infinito. Pero lo que es inaceptable es contemporizar con la violencia que vemos hoy en Islay y que hubo en el Congazo. Aquí no creemos en los argumentos del “terrorismo antiminero”, por el contrario, estamos reconociendo la enorme raíz social del problema cuando sentamos al estado en el banquillo de los acusados. Pero la tolerancia con la violencia, ineludiblemente, nos recuerda la indolencia frente a la violencia de ayer.
Por ejemplo, cuando se desató la violencia senderista, la izquierda solía explicar los fenómenos sociales, mencionaba al estado excluyente y enumeraba todas las plagas sociales, desde la pobreza hasta la mortalidad infantil. Se resistía a denunciar la raíz ideológica de la violencia maoísta. Únicamente cuando el país se bañó en sangre ensayó el deslinde, pero ya era muy tarde. Había perdido uno de los mejores momentos de su historia.
Algunos dirán que no valen las comparaciones porque la violencia “de hoy tiene un carácter social y proviene de las comunidades”. Revísese las dudas de los ochenta y se verá que son los mismos argumentos de ahora.
En los diversos análisis, a veces algo exagerados, se suele mencionar la necesidad de una izquierda en la democracia. Bueno, es hora de que esa izquierda democrática se pronuncie y empiece una gran aproximación en el Perú alrededor de estos temas que ya cruzan a toda la sociedad. Pero es evidente que se tiene que condenar y excluir a la violencia. Las diferencias e interpretaciones ambientales son parte del juego de la democracia, pero no el bloqueo de la carretera ni el ataque al puesto policial y a la infraestructura de la sociedad.
En todo caso, ante la izquierda se despliega otra oportunidad de oro. No la desperdicien otra vez.
Por Víctor Andrés Ponce
15 - May - 2015
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