Vilcatoma dispara a Humala

¿Cómo se deterioró el presidente hasta convertirse en punching ball político?          

La procuradora Yeni Vilcatoma, defenestrada por el titular de Justicia, Daniel Figallo, a través de un programa de televisión, parece decidida no solo a denunciar “el especial interés” del ministro en la posibilidad de que Martín Belaunde Lossio se acogiera a la colaboración eficaz –situación ahora negada - sino que ha disparado al blanco, tal como lo haría el mejor político profesional. Como se dice en los escenarios de guerra, ha escalado el nivel de la confrontación acusando al Presidente de haber visitado “La Centralita”, el local donde una organización planificaba sus actos de corrupción, e incluso, asesinatos de opositores.

A estas alturas la pareja presidencial se ha convertido en una especie de punching ball que todo el mundo golpea cuando pretende pasar al ataque o cuando intenta neutralizar una investigación en contra. Así parece haberlo hecho el propio Óscar López Meneses insinuando reuniones con los esposos de Palacio luego de que Humala asumiera el poder, así también parece haberlo hecho alguien del entorno de Belaunde Lossio soltando una foto de una reunión social en la casa del gerente de Antalsis, empresa clave para las investigaciones. Y ahora Vilcatoma, con motivos absolutamente diferentes, dispara a la cúspide.

Al margen de evaluaciones y de razones detrás de los bazukazos contra el jefe de Estado habría que preguntarse cómo hemos llegado a esta situación. ¿En qué momento la figura del Primer Mandatario llegó a tal nivel deterioro hasta convertirse en un punching ball?

El régimen nacionalista está recibiendo de su propia medicina y la oposición no parece reparar en cómo el emponzoñamiento del sistema político que propició el humalismo, de una u otra manera, también ha comenzado a afectarla, porque los opositores ahora comienzan a asumir el papel de caja de resonancia de todos los golpes contra la cúspide de Palacio.

Y es que el envilecimiento de la política que practica esta administración es de tal nivel, de tal magnitud, que, de pronto, todos parecíamos acostumbrarnos a ver cómo se pretendía estirar la Carta Política como un chicle para intentar inhabilitar a Alan García, un candidato en plena campaña hacia el 2016. O cómo el propio jefe de Estado lanzaba el anzuelo para que la principal fuerza política del país solicitara el indulto de Alberto Fujimori mientras se ponía a silbar con las manos en los bolsillos.

Los actos del gobierno humalista apuntaban a desencadenar una polarización sin cuartel, un conflicto político que, en los tiempos de la Guerra Fría, podría haber evolucionado hacia una guerra civil. Pero la aprobación popular inviabilizó el proyecto autoritario y el barco nacionalista ha encallado y hoy todos empiezan a saltar de la nave.

La manera cómo se dispara a las cornisas de Palacio y la forma cómo se desmorona la bancada nacionalista, donde una escisión se suma a otra, parecen indicarnos que el infierno para la mal llamada pareja presidencial recién empieza. Pero al margen de la justicia de las denuncias de Vilcapoma, el cargamontón contra el jefe de Estado también nos lleva a preguntarnos sobre las fortalezas de la democracia.

En cualquier momento una nueva denuncia, con menos testimonios y más documentada, podría desatar una crisis de gobernabilidad. Quizá la noticia alentadora en medio del desmadre general es que la lección democrática es clarísima: así terminan todos los que juegan con el fuego del autoritarismo en una sociedad abierta. ¿O no?

Por Víctor Andrés Ponce

10 - dic - 2014