LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Tan lejos y tan cerca del fundamentalismo religioso
Reflexiones sobre el ataque terrorista a asentamientos civiles en Israel
Las imágenes que llegan a través de los medios y las redes sociales –en las que se observa que los soldados de Hamas vejan y asesinan mujeres y secuestran soldados, ancianos, niños y mujeres de asentamientos civiles israelíes– nos recuerdan que, en unos años, la humanidad podrá llegar a Marte, pero la naturaleza animal que atraviesa la condición humana puede resurgir en cualquier circunstancia.
¿Qué puede llevar a un soldado de Hamas a considerar que una mujer o un niño israelí son enemigos que se deben eliminar? La respuesta de un sector de palestinos será que semejante violencia también fue perpetrada por el soldado israelí. Sin embargo, es evidente que todos sabemos que el ejército israelí nunca secuestró ancianos ni niños ni menos vejó a las mujeres palestinas. La pregunta entonces merece una reflexión.
La interpretación fundamentalista del Islam en todas sus variantes lleva a los extremos la llamada “guerra santa”, y convierte la tradición musulmana en una ideología de guerra para eliminar al adversario. Bajo ese universo ideológico –revestido de ropaje religioso– los intelectuales del mundo árabe han encontrado un espacio dentro de las sociedades del Medio Oriente luego del proceso de descolonización de mediados de siglo XX y el fin de la Guerra Fría. De alguna manera todos los movimientos fundamentalistas religiosos conocidos –desde Al Qaeda hasta el llamado Estado Islámico– tienen esa connotación ideológica y son movimientos organizados por intelectuales formados en las mejores universidades de Occidente.
La reinterpretación fundamentalista del Islam niega la tradición de tolerancia e inclusión que, a lo largo de la historia, han practicado los seguidores de los textos sagrados islámicos. Allí está el Califato de Omeya de Córdoba, en donde musulmanes, judíos y cristianos solían vivir en paz. Allí también está la obra de recuperación universal de las obras de Aristóteles por parte de los filósofos musulmanes.
Cuando desde América Latina y el Perú se reflexiona sobre el fundamentalismo religioso que desangra el Medio Oriente, cualquiera podría sentir que es una tragedia que se escenifica demasiado lejos, porque el nivel de violencia y muerte no tiene nada que ver con los fenómenos y procesos sociales en la región. Desde ese punto de vista es evidente que es un proceso demasiado lejano, que no nos toca.
Sin embargo, si reparamos en que las corrientes comunistas, neocomunistas y progresistas –al igual que el fundamentalismo religioso– han convertido las relaciones entre los adversarios entre una lucha entre el bien y el mal, porque consideran que el paraíso comunista, el igualitarismo y la libertad absoluta son fenómenos inevitables en el devenir de la historia, en el avance del progreso, entonces, podemos señalar que no estamos tan lejos de las tragedias de otros continentes. Todo podría ser cuestión de tiempo.
Si las corrientes antioccidentales pretenden refundar las sociedades, derribar las estatuas de los fundadores de las repúblicas, quemar los libros de los clásicos “que aceptaban el esclavismo” y cancelar sin miramientos al conservador, al liberal, que representan el pasado, entonces se puede decir que ya nos estamos acercando a la tragedia. Allí están las milicias comunistas del verano pasado en el Perú –también las de Chile y Colombia– que pretendían incendiar aeropuertos y buscaban desesperadamente muertos y cuotas de sangre para legitimar sus objetivos.
En cualquier caso, más allá de las distancias y las diferencias, estas reflexiones valen como advertencias. El hombre es religioso por naturaleza, por esencia. Si no se adscribe a una religión sagrada asumirá cualquier relato profano. Por ejemplo, el marxismo que, en nombre de la ciencia y el materialismo histórico, ha organizado una nueva religión. El mundo entero puede fracasar con el colectivismo –como acaeció ayer en los países de la ex Unión Soviética–, pero hoy los creyentes siguen reafirmando su fe en los evangelios colectivistas.
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