Las paradojas del anti

Los otrora adalides de la anticorrupción atrapados hoy en remolinos de corruptelas

El régimen humalista se parece a un náufrago que bracea exhausto en busca de una orilla, pero, cada día, un nuevo destape sigue desvelando los cables que conectan a Palacio con el affaire  Belaunde Lossio, amigo y colaborador de la pareja presidencial. El asunto va desde movidas en el Congreso para favorecer a compañías, y licitaciones cuestionadas en gobiernos regionales, hasta publicidad estatal comprometida con Juan Carlos Rivera Ydrogo, gerente de Antalsis, una de las empresas favoritas del amigo de los Humala.

Las cosas comienzan a aparecer tan contundentes que Palacio intenta desmarcarse del mencionado personaje, pero más allá de cualquier aproximación, es lamentable que la democracia, la política y el espacio público sigan rodando cuesta abajo. ¿Hasta dónde seguiremos cayendo? Difícil cualquier pronóstico, porque un video o un documento podrían desatar una crisis de gobernabilidad. Así está la democracia peruana.

Si al caso de los Humala le sumamos la evidente cruz judicial que deberá cargar Alejandro Toledo, uno tiene derecho a interrogarse sobre el porqué de la paradoja: Ambos políticos se caracterizaron por escarmentar sin piedad la corrupción del fujimorato, sin embargo, están atrapados en un remolino de denuncias. ¿Una característica del proceso político peruano?

En una sociedad dominada por los anti, por las reacciones primarias, los políticos que se encumbran, generalmente, son aquellos capaces de representar los sentimientos viscerales. Con ese humor predominante la política se judicializa y el hombre público invade las funciones de fiscales, jueces y contralores. Antes que el estadista surge el inquisidor reavivando una vieja tradición colonial. De allí que las campañas electorales nacionales y la última contienda municipal en Lima hayan sido teñidas por esas pasiones.

Pero la vida nos demuestra que detrás de esos émulos de fiscales se esconden potenciales pícaros dispuestos a meter la mano. Si analizáramos las elecciones regionales nos sorprenderíamos cómo la judicialización de la política se intensifica hasta el paroxismo. De pronto, los “hombres decentes”, “los representantes de la ética” se multiplican por doquier en busca del puesto público para luego terminar apresados por evidentes casos de corrupción. ¿Cómo entender estas imágenes públicas tan lacerantes?

Quizá la explicación sea más sencilla de lo que parezca. Los verdaderos políticos, aquellos personajes que ingresan al territorio público por vocación y que, por lo tanto, se proponen una carrera política, si bien deben derrotar a los rivales necesitan cooperar con ellos. Una carrera se hace con buenas maneras porque se espera el mismo trato. El político profesional de cualquier democracia saludable debate, confronta, pero, finalmente, colabora con el adversario. Para eso se necesita que el político haga su trabajo y los jueces y fiscales el suyo, y solo cuando la denuncia es irrefutable la política debe cruzarse con lo judicial.

En la sociedad del anti del Perú las cosas se han invertido radicalmente. Los políticos no se parecen en nada a un Víctor Raúl Haya de la Torre pactando con Prado y Odría, sus peores y mortales enemigos, sino que se asemejan a un Torquemada, presuroso por hacer chicharrón del rival acorralado. En la sociedad del anti hasta un personaje incuestionable puede terminar salpicado luego de haberse convertido en garante del nacionalismo, precisamente, por detener “a la corrupción del fujimorato”. Pero la más terrible de todo: en la sociedad del anti la democracia y los partidos padecen de una enfermedad crónica, imposible de curar.

Por Víctor Andrés Ponce
(26 - nov - 2014)