LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¡La guerra cultural como estrategia de anexión territorial!
El fundamentalismo andino boliviano contra la unidad del Perú
Bajo las tesis de Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia e ideólogo de Evo Morales y de la dictadura boliviana, Evo ha lanzado la propuesta del Runasur, de la creación de la república aymara o la creación de la república del sur del Perú. Considerando que existen un poco más de dos millones de aymaras distribuidos en Bolivia, Perú, Chile y Argentina, y considerando también que dos tercios de ellos están en territorio boliviano, la creación de una república aymara solucionaría, en el acto, el problema de la salida al mar de Bolivia. Se incluirá el altiplano boliviano y peruano y, por supuesto, la costa peruana.
Pero eso no es todo. Perú y Chile tienen el 40% de las reservas de cobre del planeta, y en el caso peruano casi todo está concentrado en el sur; además de las reservas de litio, uranio y metales raros, en Puno. De esta manera, Bolivia (antes llamada el Alto Perú), un territorio artificial creado por Bolívar y los enemigos del Perú, se convertiría en una potencia sudamericana y mundial.
Sin embargo, he aquí la impresionante novedad: la estrategia anexionista de Bolivia no se propone una guerra convencional, como solía suceder hasta el siglo XX en todas las estrategias de anexión territorial de un país a otro, sino que se basa en la guerra cultural, en la guerra de ideas, en la guerra de narrativas. Uno de los signos incuestionables de la posmodernidad en la que todo es relativo: la nación, la familia, el barrio, la identidad, el lenguaje y, por supuesto, las repúblicas de Perú y Bolivia.
Las tesis de García Linera, considerado por el eje bolivariano como un especie de Lenín andino y posmoderno –más allá de sus delgadeces intelectuales– se propuso la “andinización” de Bolivia, iniciando un cuestionamiento frontal al mestizaje de las repúblicas creadas bajo los escombros del imperio de España. El cuestionamiento del mestizaje se expresó en la famosa tesis de los “pueblos originarios”, una entelequia, una brujería, una fábula, que no resiste el menor análisis. Para entender el intenso mestizaje únicamente basta recordar que la gramática aymara es obra de sacerdotes españoles, y que las comunidades campesinas de los Andes, las vestimentas de hombres y mujeres, los bailes y cultura en general, parecen réplicas morenas de las expresiones de la Castilla española.
Si hay más dudas, basta recordar que el 90% de los ejércitos realistas en las batallas de Ayacucho y Junín eran soldados del Alto Perú de origen aymara y quechua, mientras que los ejércitos de San Martín y Bolívar estaban repletos de mercenarios de Europa. Algo más. El sur del Perú se mantuvo en rebeldía en defensa de la corona española hasta tres décadas después de la independencia nacional. Luego de la independencia, en los Andes no se buscaba un inca, como sostiene la historiografía de izquierda. Se buscaba recuperar al rey. Historia pura, al margen de leyendas negras.
La fábula de los pueblos originarios es una hechicería que se parece al trapo viejo de la dictadura del proletariado. Ambos tienen la misma naturaleza. Sin embargo, los hombres de buena voluntad deben entender que el hombre no solo se alimenta de pan, sino también relatos. Es evidente que el aserto marxiano acerca de que la religión era el opio de los pueblos, solo buscaba reemplazar las religiones sagradas por la fábula de la dictadura del proletariado.
Y las narrativas tienen más poder que los ejércitos y el dinero. Miren cómo la brujería de la dictadura proletaria reventó la historia mundial del siglo XX y el XXI, con más de 100 millones de muertos. Observen cómo el relato de los pueblos originarios está destruyendo a países como Chile, Perú y Colombia, no obstante haber sido milagros económicos y sociales del mundo emergente.
El hombre, pues, es un ser religioso, que se alimenta de relatos, cualquiera sea el ángulo de análisis.
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