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Geografías electorales
La izquierda solo entiende del viejo estado empresario que hundió al Perú.
Los intelectuales y sociólogos de izquierda suelen señalar que la derecha está sobrepoblada con candidaturas que se disputan el mismo espacio: Keiko Fujimori, Alan García y PPK. En seguida este razonamiento plantea la necesidad de que surja una alternativa de izquierda para “que el país se equilibre” y “los protagonistas de la derecha se retroalimenten de otras propuestas”. La primera impresión es que estas consideraciones tienen algo de verdad.
Sin embargo tales razonamientos obvian otra verdad: que en el Perú ha surgido una convergencia mayoritaria sobre el modelo económico y social que, de una u otra manera, se expresa en las confluencias ideológicas de las candidaturas de Keiko, Alan y PPK. La mayoría de los sectores de izquierda se excluye de esta visión común y persiste en las ideas del siglo pasado.
De otro lado, las reflexiones de los sociólogos de izquierda también ignoran que, de una u otra manera, desde el fin del fujimorato, la mayoría del electorado se ha vuelto conservador en el sentido de que busca preservar las vigas maestras de un modelo que ha permitido reducir pobreza y expandir las clases medias como nunca en nuestra historia. Si no fuese así quizá Humala habría podido implementar la Gran Transformación.
Muchas veces esos sociólogos parecen equilibristas apurados cuando tratan de desmarcarse de la propuesta económica bolivariana y del llamado modelo neoliberal. En todo caso, quizá todo esto indique que la izquierda apuntará a convertir la crítica contra el modelo económico actual en el eje de su estrategia electoral. Si la izquierda ingresa al debate económico tiene mucho que perder. No solo por los desastres latinoamericanos en Venezuela, Argentina y Brasil, sino porque el país ha sido el laboratorio de todos los yerros económicos del estatismo: velascato e hiperinflación de los ochenta.
La paradoja de la izquierda reside en que sus mayores posibilidades electorales pasan por exacerbar el discurso en contra de “los políticos tradicionales de la derecha”, pero su plena ubicación dentro del sistema le impide desarrollar plenamente el discurso antisistema. De una u otra manera, un discurso de este tipo tendría que empatarse con el clásico antiaprismo y antifujimorismo, tal como ensayó el inefable Daniel Urresti cuando ejercía la cartera de interior.
Un mensaje de esta naturaleza tendría que resucitar la división entre “políticos decentes versus corruptos”, pero semejante mensaje podría ser un trapo viejo ahora que los antiguos voceros de estos discursos están empapelados en los pasillos judiciales.
Como se ve, por más voluntad que exista, las posibilidades de mensaje de una izquierda sin renovación ideológica y programática se angostan considerablemente. Qué diferente sería una izquierda moderna que se ponga sobre los hombros la economía de mercado y reconozca al empresario como el protagonista de la transformación de las últimas décadas. Una opción semejante se plantearía reformar el estado del siglo pasado y convertirlo en un facilitador de las iniciativas y creatividad de la sociedad. Pero la izquierda peruana, cada vez que reflexiona sobre el estado, solo entiende del viejo estado empresario que hundió al Perú y hoy destroza a Venezuela y Argentina.
Por Víctor Andrés Ponce
15 - Abr - 2015
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