LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¿El peor o el mejor Congreso de los últimos años?
Falta defender el modelo económico para sumar un saldo positivo
El actual Congreso acaba de aprobar la bicameralidad y la reelección de los parlamentarios, luego de haber censurado al ministro del Interior, Vicente Romero. El Legislativo se decidió por una reforma de fondo del sistema político mientras ponía algunos puntos sobre las íes sobre su papel opositor.
La bicameralidad es una reforma política urgente, imprescindible e impostergable. La reelección parlamentaria es la única medida inmediata que se puede aprobar para relegar a “los niños y los mochasueldos” y la proliferación de bancadas que los peruanos heredamos de la reforma electoral progresista de Vizcarra. Sin embargo, ambas medidas son totalmente impopulares y convocarán a todos los demagogos y populistas, que aparecen como hongos bajo la lluvia en épocas de crisis y ausencia de salidas.
Al parecer detrás de la aprobación de la bicameralidad está la decisión de todos los jefes de las derechas y las izquierdas –de la multitud de bancadas que han surgido– de encontrar espacios para todos en un eventual Senado y en una cámara de diputados. Sin embargo, al margen de cualquier intención, la bicameralidad le echará varios balones de oxígeno al sistema político y a los líderes políticos, que solo han reducido sus estrategias a la presidencia de la República. Por ejemplo, de alguna manera, los líderes de la derecha tendrán más espacio para reflexionar en frentes y en convergencias, mientras se fomenta una gran unidad y se buscan alternativas. Los candidatos indiscutibles podrían encabezar la lista al Senado. ¿O no?
De alguna manera también el proyecto de restablecer la reelección de los alcaldes y gobernadores abona en ese esfuerzo –que ya parece imposible– de construir una clase política con cierta viabilidad en el país.
Ahora bien, si recordamos que el actual Congreso jugó un papel protagónico en detener el golpe de Pedro Castillo, en archivar el proyecto de la constituyente, en elegir a los miembros del Tribunal Constitucional, en precisar que el Ejecutivo no puede establecer confianzas contra funciones y exclusivas del Congreso para justificar golpes de Estado (como el de Vizcarra), entonces, el saldo a favor del Legislativo es abiertamente positivo. ¿Por qué? En muy poco tiempo, a pesar de la extrema fragmentación política, en el Legislativo se ha comenzado a desmontar la llamada “República caviar”, que destruyó el sistema político, que judicializó y liquidó a la clase política que contuvo el avance del antisistema y el colectivismo en el siglo XX y el XXI, hasta que, finalmente, ese pervertido sistema institucional y político encumbró a Castillo en el poder.
Más allá de la cantidad de “mochasueldos” y “niños” en el Legislativo, la aprobación de la bicameralidad es una de las mejores noticias de los últimos tiempos, porque acaba, liquida, el proyecto de algunas oligarquías que pretenden gobernar la democracia sin formar partidos políticos ni menos ganar elecciones. Mangonear, arrinconar a una asamblea unicameral a través de acciones de amparo prevaricadoras es largamente más fácil que pretender hacerlo frente a un Congreso con un Senado.
Si el actual Congreso defendiera abiertamente el modelo económico basado en la inversión privada, que en las últimas tres décadas ha avanzado en reducir la pobreza como nunca en nuestra historia republicana, sería más fácil establecer el saldo positivo de la actual representación parlamentaria. Pero como todavía no lo hace, es muy difícil sostener que estamos frente a uno de los mejores Legislativos de los últimos años.
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