LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El Leviatán de rodillas
Sobre el colapso del estado actual y su reforma indispensable
En los diversos análisis y enfoques sobre la realidad peruana se suele mencionar la crisis del estado y la debacle de las instituciones como enfermedad crónica del “modelo peruano”: crecimiento económico sin estado, sin buena política. Durante una década hubo alguna forma de tolerancia con esa realidad porque la economía funcionaba sola, “era independiente de la política”. Sin embargo, con la desaceleración económica, todos empiezan a percatarse que no puede haber democracia, ni tampoco economía de mercado, al margen de una buena política. De pronto, la tecnocracia no era toda la solución sino un factor importante.
No obstante, luego de las acciones pre-insurreccionales que hemos visto en Islay, la violencia en Tablada de Lurín, los muertos y heridos en los conflictos, y los pistoleros que aparecen en los distritos de Lima, surge la percepción de que no solo se trata de que la política fracasa, sino que los islotes que restaban de estado comienzan a hundirse, uno por uno. El actual estado, que combina viejas instituciones con otras modernas, ya no da más. Algo grave comienza a suceder en el país que, a lo mejor, se vela con el inicio de la campaña electoral hacia el 2016, pero que definitivamente explotará sobre la democracia y la economía de mercado.
Cuando se hablaba de que la democracia sin partidos del Perú era un fenómeno atípico para la ciencia política quizá no se extrajo todas las conclusiones. En una democracia sin partidos en la que es imposible ejercer poder por encima de la ley, ¿cómo se organiza la autoridad? En las democracias saludables el poder democrático se ejerce a través de las relaciones institucionales que median los partidos. Eso no existe en el Perú. Ni buenas instituciones ni partidos, no obstante que seguimos siendo una democracia. Pero las cosas empiezan a deslizarse hacia el abismo. De allí que durante los regímenes de Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala la idea de autoridad comenzó a desmoronarse de a pocos hasta llegar hasta el 2015, donde una imagen borrosa de un far west parece surgir en el horizonte.
Cuando Sendero Luminoso bombardeaba a los peruanos pretendía derribar el estado desde sus cimientos. Fracasó. Pero la desidia política en reformar el estado de los políticos está logrando lo que el colectivismo terrorista nunca pudo. De alguna manera el Leviatán peruano comienza a ponerse de rodillas mostrando el cogote para un eventual sablazo. Y aquí es donde surgen los intereses más diversos en la decapitación estatal.
El narcotráfico y el crimen organizado pretenden zonas liberadas dentro del territorio para imponer un “orden delincuencial”. Desde una naturaleza distinta, sobre toda ideológica. Y el radicalismo anti minero y estatista también pretende construir “otro estado” sobre los escombros del actual. De allí que apunte a deslegitimar cualquier expresión estatal en la sociedad.
No obstante, ninguna propuesta democrática puede pretender reformar el obsoleto estado sobre las ruinas de éste. Eso no existe, a menos que se oculte el diente y la garra autoritaria. Cualquier demócrata tiene que reformar partiendo de lo existente, porque no se trata “refundar una república”, sino de construir un nuevo estado, una nueva autoridad, dentro de la democracia y la libertad que disfrutan los peruanos.
Por Víctor Andrés Ponce
27 – May – 2015
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