LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¿El final de medio siglo de leyendas y mitos sobre Allende?
Las narrativas de la izquierda chilena y latinoamericana
Las fábulas y narrativas construidas sobre el Gobierno de Salvador Allende, a inicios de los setenta del siglo pasado en Chile, pueden ser la demostración de que los comunistas y marxistas son los mejores fabuladores de la historia moderna. De alguna manera todos hemos escuchado medio siglo de cuentos y narrativas sobre Allende, luego del golpe militar que puso fin a una experiencia soviética en marcha.
Allende fue un marxista de la Guerra Fría que desarrolló el mismo programa que Hugo Chávez implementó antes de instaurar una dictadura en Venezuela y empobrecer una sociedad que siempre fue una de mayoría de clases medias. Allende no avanzó más por el golpe militar.
Más allá de su rostro paternal y amable, Salvador Allende fue un comunista que lanzó un amplio programa de expropiaciones mineras y de empresas agrarias, que aumentó los impuestos para desarrollar nacionalizaciones veladas y que desató una inflación incontrolable. Como todo programa chavista o populista –a semejanza de Bolivia, Argentina y Venezuela– dejó casi en cero las reservas internacionales de su país. Una de las cosas más graves de su gestión –al igual que las de todos los caudillos del eje bolivariano– fue que debilitó en extremo el Estado de derecho, a tal punto que la Democracia Cristiana pasó a la oposición frontal.
La leyenda edulcorada de Allende nos señala que era un socialista democrático. Sin embargo, durante su Gobierno la sociedad chilena comenzó a convertirse en un sistema de soviets que empezó a reventar la democracia. En ese contexto, se produjo el cruento golpe militar. A partir de allí todo es historia conocida. Luego de la interrupción constitucional, la economía de mercado en Chile convirtió al país del sur en un milagro en cuanto a crecimiento y reducción de pobreza en los países emergentes.
Sin embargo, como la economía no define la cultura, Chile siguió alimentándose de las fábulas sobre Allende durante medio siglo, hasta que en el 2019 la derecha chilena se rindió ante la violencia callejera y terminó aceptando la convocatoria de una convención constituyente. El proceso frenó en seco el milagro económico del sur y el texto constitucional fue tan descarado en sus intenciones soviéticas –incluso amenazó la unidad del Estado chileno– que los sureños rechazaron abrumadoramente el nuevo proyecto. En una siguiente elección, los chilenos, igualmente, rechazaron las intenciones constitucionales de la izquierda comunista.
Más allá de que las leyendas sobre Allende pueden llegar a su final con el estrepitoso fracaso de las izquierdas en el sur, es incuestionable que gracias a esas narrativas la izquierda chilena instaló una convención constituyente, eligió al Gobierno de Gabriel Boric y frenó en seco, brutalmente, el milagro económico mapocho.
No es exagerado, entonces, sostener que las corrientes comunistas y progresistas son las mejores fabuladoras de la historia moderna. Por ejemplo Allende, un soldado de la dictadura del proletariado, se convirtió en un demócrata golpeado por los militares. Una obra maestra de la comunicación. Un poco más lejos en la geografía y en el tiempo, los comunistas españoles, quienes quemaban iglesias –al igual que sus pares chilenos– y asesinaban sacerdotes y monjas, se convirtieron en víctimas del fascismo derechista. A inicios de siglo, los inclementes bolcheviques convirtieron al zar Nicolás, un hombre frágil, dubitativo y tembloroso, en una bestia negra de la represión mundial. Pero la obra maestra de todas las fabulaciones es haber convertido al comunismo, una ideología que masacró a más de 100 millones de hombres en Europa y Asia en el siglo XX, en una religión profana que todavía practican con fervor los comunistas y progresistas contemporáneos.
Cuando se pelea con un fundamentalismo religioso no importan los millones de muertos del siglo XX y las sociedades que se empobrecen con el credo colectivista, porque todo eso es tomado como parte del “sacrificio que la humanidad debe desarrollar para instaurar el paraíso comunista”.
El primer deber de los demócratas y republicanos, entonces, es comprender que la amenaza a la libertad proviene de un fundamentalismo religioso.
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