LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El fin de un experimento estatalista: el lenguaje inclusivo
Congreso deroga norma que obligaba a planificar el lenguaje
Algunos sectores liberales y conservadores todavía no entienden el parteaguas ideológico y cultural que existe entre las corrientes democráticas y republicanas y las tendencias comunistas, progresistas y neocomunistas. ¿En dónde reside la diferencia radical? En que los verdaderos liberales y conservadores pretenden empoderar a la sociedad y la evolución natural de las instituciones sociales, mientras que las izquierdas planetarias pretenden reforzar cada vez más al Estado hasta crear evidentes formas de totalitarismo en nombre de “la libertad y los derechos”.
Estas reflexiones sirven para analizar la última decisión del Congreso de eliminar “el lenguaje inclusivo”, que se había vuelto obligatorio en las dependencias estatales por una ley que hizo pasar el progresismo. Ahora el experimento lingüístico no va más porque la nueva norma señala que “el uso del lenguaje inclusivo no implica el desdoblamiento del lenguaje para referirse a varones y mujeres”.
¿En qué momento el Estado se volvió el árbitro de estas diferencias que deberían ser resueltas por la evolución natural y social del lenguaje? La decisión del Congreso deroga un experimento social que avanzaba por la coerción estatal, por la intervención del Leviatán. En ese sentido, la decisión del Legislativo es una norma que le devuelve a la sociedad el poder del lenguaje.
Planteadas las cosas así, es hora de proponer algunos apuntes sobre el llamado progresismo, que ha llevado a algunos liberales –incluso hayekianos– a confundirse sobre temas alrededor de la libertad. El progresismo y todas las corrientes neocomunistas suelen proponer “la libertad absoluta del individuo” frente a todas las instituciones intermedias que explican la construcción de Occidente (familia, propiedad, mercados, lenguaje, empresa y otros), pero al mismo tiempo, señalan que esas "libertades" deben transformarse en derechos resguardados por el Estado. De esta manera, pregonando la libertad absoluta se llega a construir un Estado despótico, a semejanza de los totalitarismos del siglo XX.
Es necesario considerar que la libertad siempre tendrá restricciones, de lo contrario desaparecería la idea de sociedad, de comunidad. El problema es determinar de dónde deben provenir las restricciones: de las instituciones intermedias surgidas por evolución social o del Estado, del Leviatán. Allí reside el gran parteaguas ideológico.
En ese camino de la libertad absoluta, el progresismo y el neocomunismo proponen una reingeniería general de las instituciones de Occidente: por ejemplo, el lenguaje inclusivo es uno de estos experimentos. Mediante una ley, el Estado pasa a ser el guardián del lenguaje, como en la novela 1984 de Orwell. Sin embargo, las corrientes progresistas y neocomunistas también se proponen experimentar en otras instituciones que evolucionan naturalmente en la sociedad –al igual que el lenguaje–, tales como la familia como fuente única de la propiedad privada, la propiedad privada (al denominarla “propiedad social”), al propio capitalismo (al denominarlo “capitalismo woke o capitalismo consciente”) y a otras entidades intermedias que explican el control de la sociedad sobre el Estado en la experiencia de Occidente.
Todos los liberales y conservadores deberían entender que la propiedad y los mercados, así como el lenguaje, son instituciones que nadie ha creado por voluntad o planificación racional, sino que son entidades surgidas de la evolución natural y espontánea de la sociedad. Es decir, el orden espontáneo del que hablaba Hayek.
Muy por el contrario, el socialismo, el comunismo y todas las formas de colectivismo son planificaciones racionales que pretenden aplastar la evolución natural de la sociedad y, por lo tanto, convierten al Estado en el déspota que nadie controla.
A reflexionar entonces.
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