LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
¿Despierta el antifujimorismo?
El anti es la principal causa de que no emerja un nuevo sistema de partidos.
En el momento en que el nuevo jefe del Gabinete Ministerial, Pedro Cateriano, se empinaba sobre el antifujimorismo y el antiaprismo que había cultivado con tesón, y anunciaba sendas reuniones con Keiko Fujimori y Alan García, el sociólogo Julio Cotler se encargaba de plantear que las banderas del antifujimorismo deberían seguir desplegadas. Sin dudar, sostuvo que un eventual gobierno de Keiko Fujimori representaría una segunda etapa de la gestión de Alberto Fujimori. Las cosas están relativamente claras: Un sector de la sociedad se niega a aceptar una evolución democrática del fujimorismo.
Desde el punto de vista de la sociología y de los estudios históricos no aparece apropiado condenar a una fuerza política tan gravitante en el escenario nacional de hoy, sobre todo si consideramos que su papel de oposición durante los gobiernos de Toledo, García y del propio Humala se ha ajustado a los cánones de las sociedades libertarias. Desde el punto de vista democrático no hay puntos en contra.
Algunos militantes del antifujimorismo señalan el tema de la historia como el problema. Es decir, que un nuevo fujimorismo debería condenar su pasado autoritario. Aquí debemos recordar una regla de la democracia y la política libertaria: solo importa la conducta del presente y el compromiso actual con la democracia y el pacto. Muy por el contrario, todos los extremismos, desde los nacionalismos, los fundamentalismos religiosos y las ideologías intolerantes siempre han reclamado una “misma interpretación de la historia”. La democracia de Estados Unidos no se habría reconstruido luego de la Guerra de Secesión con una exigencia de este tipo. Hasta hoy existen versiones encontradas sobre las causas del desangramiento estadounidense. Después de las masacres de la Guerra Civil Española no habría emergido la España democrática si los ex republicanos les hubiesen exigido al Partido Popular, heredero político del franquismo, una condena abierta a los actos del Caudillo. Hasta hoy sigue el debate histórico.
Lo repetiremos una vez más. La electricidad de la libertad y las instituciones democráticas es la política. Y la política democrática nació para que los rivales cooperen entre sí y eviten la guerra. ¿Los militantes del antifujimorismo no se dan cuenta que promueven la guerra cuando le niegan a ese movimiento un lugar en la democracia?
El antiaprismo fue un cáncer terminal para la democracia del siglo XX y allí está la sucesión de gobiernos electos por dictaduras de todo tipo. El antifujimorismo en el siglo XXI se ha convertido en el principal partido político y, de una u otra manera, explica las elecciones de Toledo y Humala. Pero, sobre todo, es la principal causa de que en el país no haya emergido un nuevo sistema de partidos luego del fin del fujimorato.
A diferencia de los casos de España y Chile, donde los diversos sectores encontrados consideraron que debían cooperar mediante acuerdos y pactos, dejando en el terreno privado las versiones sobre la historia, la ideología y otros tópicos, en el Perú el antifujimorismo nos sigue desangrando. De allí que no hayan surgido el socialismo moderno ni la derecha liberal –sobre los marxismos y autoritarismos pasados- que hoy prosperan en tierras ibéricas y mapochas. En el Perú todo se anquilosa: al antiaprismo se suma el antifujimorismo, las izquierdas huelen a formol ideológico y las derechas siguen en lo mismo.
Por Víctor Andrés Ponce
13 - Abr - 2015
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