LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Cae Pulpín, ¿quién gana?
Todo indicar que con la derogatoria ganaría otra vez el outsider desconocido.
A estas alturas para nadie es un secreto que el principal derrotado con la derogatoria de la ley del Régimen del Empleo Juvenil ( ley Pulpín) es el gobierno de Ollanta Humala. Pero luego de la batalla aparecen los generales victoriosos que reclaman la paternidad de la derogatoria. El primero en hacerlo ha sido el ex presidente Alan García. Atribuye su autoría en el supuesto triunfo al hecho de haberle doblado la mano en el asunto a Keiko Fujimori y a PPK.
Como se sabe, el fujimorismo, un sector del Apra y el propio PPK, se habían manifestado a favor de la ley del empleo juvenil, pero luego de la audacia alanista todos retrocedieron. ¿Significa que Alan se lleva los puntos? De ninguna manera. Aquí debe repetirse el viejo aserto sobre el que nadie sabe para quién trabaja. Únicamente hay que escuchar a los líderes de las protestas estudiantiles para notar que los muchachos están demasiado encantados con los discursos de la izquierda estatista.
Ensoberbecidos con la derogatoria y, seguro considerando las marchas estudiantiles sureñas que cambiaron el escenario político mapocho y el brillo fugaz de Camila Vallejos, los dirigentes juveniles ahora pretenden marchar por una ley del trabajo que establezca, inclusive, condiciones más rígidas para la contratación y el despido. Así están las cosas en el movimiento estudiantil y algunos generales pretenden apropiarse de una victoria que ahora aparece demasiado lejana.
En otras palabras, en los líderes de la protesta no hay la menor idea sobre las causas de la precariedad del empleo, la extendida informalidad y ni siquiera existe un esbozo de un modelo económico alternativo, como suelen decir, excepto los desgastados latigazos que la izquierda gusta lanzar contra el neoliberalismo. En otras palabras, no obstante la vitalidad y la frescura de los rostros de los manifestantes, las ideas y las aproximaciones los acercan más al pasado. Y es que los políticos se han portado tan mal, pero tan mal, que hasta los mismos infiernos pueden aparecer lugares viables para las nuevas generaciones.
¿Quién gana, pues, con la derogatoria de la ley Pulpín? Sostener que la izquierda es la ganadora sería soltar palabras al viento. Las posibilidades de que una propuesta zurda, al margen de la evidente militancia de los dirigentes, represente el movimiento, son bastante remotas. De una u otra manera, la sociedad ha sido inmunizada contra los colectivismos de todo tipo con el velascato, la hiperinflación de los ochenta y el terrorismo senderista. Que los muchachos son demasiado jóvenes para haber vivido esas tragedias es verdad, pero la memoria social que se transmite en las mesas familiares, los medios y las reacciones sociales están allí para recordar los yerros.
Todo parece indicar que con la derogatoria de la ley empleo juvenil podría haber ganado el outsider desconocido que se atreverá a desafiar el status quo. El apellido del hipotético martillo que demuela todo lo conocido no sería de izquierda sino de la “antipolítica”, del viejo “una nueva manera de hacer política”, de “refundar la república” y todas esas monsergas que han agitado los candidatos a tiranos en América Latina.
Para quienes alguna vez fueron también dirigentes estudiantiles no es extraño contemplar la natural tendencia a la radicalización de los jóvenes. Pero todo lo que dura en política casi nunca ha nacido de los impulsos de la adrenalina sino de la reflexión. Así como una golondrina no hace un verano, varias marchas contra una ley no hacen nada nuevo.
Por Víctor Andrés Ponce
28 - Ene - 2015
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