Y si dejamos huérfana a la patria

Reflexiones a propósito de la proximidad de un nuevo año electoral.

Próximos a celebrar el 194 aniversario de nuestra independencia, la contribución de los denominados padres de la patria no ha sido la más significativa. Salvo en contadas excepciones, en las que circunstancias extremas hicieron que los políticos escucharan a la ciudadanía y lograran el consenso necesario para afrontar problemas que agobiaban a la sociedad peruana, en la mayoría de los casos la patria bien pudo haber estado huérfana.

En la actualidad, la inseguridad ciudadana logra particular relevancia, así como los hechos de corrupción que parecen alcanzar la cúspide del poder; sin embargo, pese a las dificultades que esto representa para la sociedad peruana, siempre habrá algo por hacer y en ello la responsabilidad recae en la ciudadanía.

El próximo año se cumplirá otro ciclo en la construcción del aún inacabado proceso de consolidación de la democracia peruana. El 2016 se realizarán las elecciones generales para elegir un nuevo mandatario así como a los nuevos representantes al Poder Legislativo.  Otra vez, se nos presenta la oportunidad para renovar a nuestras autoridades y elegir a quienes ostenten las mayores capacidades y virtudes para generar bienestar y desarrollo.

Que el 2016 no sea otro año de entusiasmo fugaz, de acogida irresponsable a la demagogia, de prepararnos fatuamente para escuchar cómo vamos a celebrar la fiesta cuando la realidad nos obliga a ser conscientes de que tarde o temprano habrá que pagarla.

¿Qué ha pasado en los últimos cinco años? Hemos visto disminuir progresivamente la velocidad de crecimiento del país, se hizo lo que el pueblo quiso y se renunció a educar a la mayoría de ciudadanos.  Quienes resultaron elegidos no fueron capaces de reconocer el errado mensaje que comunicaron durante la campaña electoral; sobre todo, una vez que fueron enterados de la realidad del país. Faltó hidalguía y propósito de enmienda.

En el Perú no hay que establecer privilegios entre las actividades económicas, pero tampoco debemos desconocer la realidad. Todos los países se caracterizan por poseer ciertas potencialidades respecto de otros y aprovechan sus particulares ventajas. En nuestro caso, nuestras principales potencialidades deben ser empleadas para financiar nuestro desarrollo, cerrar las brechas de infraestructura, promover la inversión y confiar en la ecuación exitosa que ha empleado el mundo desarrollado, “ahorro-inversión”.  Si eso es así -está demostrado que funciona- ¿por qué no seguir el camino del éxito?, ¿por qué creer que las cosas cambiarán en función a una norma que nos ofrezca demagógicamente el mejor de los mundos?

No obstante, las normas sí pueden generar condiciones para propiciar la confianza de los agentes económicos. Si elegimos a personas que no creen en la ciudadanía, en su capacidad para autorregularse, se seguirá implementando una legislación poco promotora de la confianza en todos los aspectos, disfrazándola de supuestas normas de protección ambiental o social.

Por ejemplo, cuando el país registró los más altos índices de crecimiento en su Producto Bruto Interno, el resultado fue que se vendió un mayor número de vehículos nuevos y, progresivamente, dejamos de lado vehículos cuya combustión era deficiente y, por consiguiente, emitía mayores emisiones al ambiente. Una prueba más de que el bienestar también impacta favorablemente al ambiente.

El 2006 debemos renovar y depurar la clase política, dejar de lado a aquella que nos ofrece efímeros “cantos de Sirena” para seguir el discurso del emprendimiento, la creatividad, la innovación, la disciplina y el orden necesario para progresar.

Por Guillermo Vidalón del Pino

15 – Jul – 2015