Raúl Mendoza Cánepa

Educación cívica y democrática

Voto voluntario para los adolescentes

Educación cívica y democrática
Raúl Mendoza Cánepa
14 de agosto del 2017

Voto voluntario para los adolescentes

Un auspicioso e importante proyecto ha sido presentado hace un tiempo por la congresista aprista Luciana León. Se trata de una iniciativa que propone que los adolescentes de 16 y 17 años puedan ejercer su derecho al voto de forma voluntaria. La participación política de los jóvenes debe ser la locomotora que jale algunos vagones; por ejemplo, la formación cívica a través de contenidos como la democracia, la representación, la comunidad, el voto, la responsabilidad de conocer las ideas políticas con juicio propio, la separación de poderes, el Estado de derecho y la vigencia de los derechos fundamentales.

El proyecto, por tal, señala además que “el Estado tiene el deber de educar, incentivar y generar conciencia cívica en los adolescentes de 16 y 17 años  a fin de que puedan ejercer su derecho al sufragio de forma facultativa”. Tan enfocado está el Ministerio de Educación en la llamada “ideología de género” que ignora un tema central y que atañe a la formación para votar.

Desde luego, una iniciativa de tal calibre requiere de condiciones especiales y de un período de análisis y prueba para su vigencia. Para empezar, el maestro debe estar impedido de encauzar el voto y preparado para que, con neutralidad, pueda explicarle al alumno que la sustancia de la democracia es la elección periódica de autoridades. Pero por sobre todo, que la democracia no es la tiranía de la masa, sino la sujeción del gobernante a la Constitución y el respeto a la libertad, vida e integridad de los ciudadanos; el ideal jeffersoniano del respeto al derecho a la búsqueda de la felicidad.

Los más jóvenes podrían persuadirse de la importancia del voto por conciencia individual, al margen del voto familiar o barrial. La opción permite tender un puente formativo para los mismos maestros, internalizando en ellos el concepto cabal de democracia, que no es aquel al que suelen apelar nuestras izquierdas anquilosadas (así en plural), como lo hizo el fascismo de los años treinta, al número. En una elección el número pesa menos que las ideas y las ideas deben concordar con el Estado de derecho, la pirámide kelseniana, la dogmática constitucional; todo eso que precisamente es chino para ciudadanos de treinta o cuarenta años, pero que votan por el carisma o el odio.

Ortega se espantaba del gobierno de la masa en la vida. En cierta forma, los más jóvenes deberían comprender que, al margen de lo que puedan leer o escuchar fuera del aula, los derechos individuales prevalecen a la mayoría.

Los jóvenes tampoco ejercen prácticas democráticas o de juego político en el aula, y a veces reciben en avispero la ponzoña del antagonismo antisistema. No conocen de Locke ni de Montesquieu, menos de Berlin y su concepto cabal de libertad individual. No experimentan el contrato social, la cooperación experimental, dinámicas de operatividad de los derechos fundamentales ¿Se enseña la Constitución en los colegios? ¿Es solo una abstracción extraña? ¿Creen en el respeto al otro? ¿Están en posición de tomar decisiones en grupo? ¿Y el liderazgo democrático?

Si bien se debe ser muy cuidadoso en temas que atañen a la democracia —por las experiencias ya vividas por el terror—, el magisterio de la libertad y del respeto a las reglas del juego democrático desde los 16 años de edad puede ser un buen ensayo de contención de ideas antidemocráticas. Con la vigilancia debida de la autoridad, esta posibilidad, acompañada del voto voluntario, nos permitiría formar en valores que solemos descartar ¿Alguien le dice a los alumnos los peligros que representa el odio en una democracia y las ventajas del diálogo y de la paz?

Si el concejal joven ha rendido buenos frutos (algunos recias y elaboradas semillas políticas ya están sembradas para bien), por qué no ensayar la participación desde esta perspectiva, quizás primero en el laboratorio municipal.

En cuarto o quinto de secundaria, el joven solo piensa en lo inmediato individual, egresa sin formación cívica. Interesarlo en los asuntos públicos y de su comunidad podría germinar en una vocación idealista temprana y en ciudadanos bien formados, quienes sabrán elegir en el futuro y conocer los límites. Como todo proyecto es siempre una apuesta, pero bien valdría ensayarla.

 

Raúl Mendoza Cánepa

Raúl Mendoza Cánepa
14 de agosto del 2017

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