Hugo Neira

Conversando con Renato Cisneros

En el Perú tenemos revolucionarios reaccionarios

Conversando con Renato Cisneros
Hugo Neira
01 de octubre del 2018

 

Me llamaron del programa «Nada está dicho». Y fui sin saber de qué íbamos a hablar. Sin embargo, fue un momento grato. Cada pregunta de Renato Cisneros vino de una límpida reflexión. Comencé por preguntarle si estaba por viajar. Y nos dijo que «retornaba». Luego hizo su primera pregunta.

— Usted todos los años tiene la costumbre de viajar por lo menos una vez a Europa.

— Sí una vez al año religiosamente, para volver a informarme del mundo. En París, se estudian las culturas del mundo.

Y le cuento que acababa de visitar Madrid, «y me había impresionado la estructura extraordinaria del Metro». Me responde, «es fantástico, el cuarto mejor metro del mundo según las estadísticas de hace dos años. Pero los madrileños se quejan, porque los trenes no pasan cada tres minutos como antes, sino cada cinco». ¡Si vivieran en Lima! ...

A la entrevista, aquí le añado algo de lo que a ratos pensé. Vayamos, pues, a la mejor pregunta de Renato.

— En España se ha reavivado el franquismo a través de la exhumación de los restos del dictador y allí toda una discusión (…). Pero creo que es una discusión que atañe a todo el mundo (…) ha habido una suerte de reubicación de las posturas más autoritarias. Y da la impresión que en nuestros países también… Hoy vemos en la elección municipal de Lima que los principales candidatos tienen una propuesta de cierto grado de autoritarismo. Urresti, Belmont y Reggiardo para un sector representan un poco la mano dura. ¿Usted siente, doctor Neira, que en el Perú puntualmente tenemos una vieja debilidad por la mano dura, nos gusta en el fondo ese caudillo que pueda ordenar la casa, disciplinar la sociedad, y que somos demócratas en el discurso pero que en el fondo reclamamos una estructura mucho más disciplinaria?

— Por desgracia, sí (risas). Fíjate una cosa simple, ¿quiénes han hecho grandes cambios desde el poder? Leguía, que se transformó en un dictador, echó a los civilistas, era tan intransigente que a un joven de veinticuatro años, presidente de la Federación de Estudiantes, lo deportó: Haya de la Torre. (...) Luego Odría, Velasco y Fujimori. Una vergüenza, reformas sin democracia.

Pero en ese momento me pregunté si la combinación de autoritarismo arriba y apoyo popular es un patrón de conducta. Seamos francos. Hay una ideología silente. Nostalgia conservadora y a la vez popular del tiempo en que mandaban hacendados, patrones señoriales, despóticos pero algo paternales. El resultado es que tenemos revolucionarios reaccionarios. Marchas callejeras de gente democrática que desfila en actos antidemocráticos, como querer cerrar un parlamento.

Karl Popper hablaba de la «sociedad abierta». Pero en Perú se vive en microgrupos «cerrados». Poco o nada los nexos clasistas, sino la sociabilidad peruana, el grupo de conocidos. La collera. Así, sobre bases sociales sin ninguna educación cívica, se instalan «autocracias elegidas» (Alain Rouquié).

Confesé que mi militancia fue la de otra época. El velasquismo. Y sobre lo anterior (estudiante en San Marcos) me expliqué con una parábola. La del caso del señor a quien le dicen que debe ser muy católico, todos los domingos en la Iglesia del Pilar de San Isidro. Y este responde: ¿Muy católico? ¡Estudié para cura!

Yo no fui de izquierda. Me hice comunista. Y sin apoyo familiar, vivía en un callejón en jr. Walkuski, hoy «Héroes de Tarapacá», cercano a la plaza Bolognesi. Trabajaba de obrero en una fábrica de tejidos en la Colonial. En todo caso, hubo una coherencia entre mis ideas y mi vida. Hoy tenemos gente que se dice de izquierda. Me sonrío. Son una marca, como las zapatillas Adidas que se venden en Saga.

Renato Cisneros me pide describir esa militancia. En mi caso fue fundar sindicatos. Además íbamos a lugares como El Agustino y San Cosme ¡para alfabetizar! Cuando lo recuerdo, me parece que estábamos más cerca de los monjes franciscanos del siglo XVI que de Lenin. No éramos Sendero, era un partido obrerista. Ser comunista era una renuncia a hacer política criolla. Las masas eran apristas. Al partido no se entraba, te llamaban. De alguna manera éramos una élite. Fuenzalida, Carlos Franco.

Renato se interesa por los asistentes de Porras. El maestro formó a mucha gente, pero en sus últimos años en la casa de la calle Colina (hoy un instituto), Vargas Llosa, Pablo Macera y Carlos Araníbar leíamos y hacíamos fichas para Porras, ocupado en el Senado. Una tarde, después de un café en el Haití, le pregunté cómo eran Mariátegui, Haya, Vallejo, gente de su generación. La respuesta fue, «como ustedes, insolentes y eruditos». Acaso nos reclutó porque teníamos algo en común. Una generación de insumisos, pero cultos. Lo digo para que los jóvenes comprendan que los conocimientos no están en los smartphones, sino en los malditos libros.

A Renato le explico cómo dejé el comunismo. Visitando la Europa del Este bajo el yugo soviético. Al punto que escribí un artículo en Socialismo y Participación, pronosticando el fin de la URSS. Antes de 1990. Si no, ¿qué gracia? Y tras la Transición Española, comprendí que una sociedad democrática equivale hoy en día a una revolución.

Según Cisneros, me atribuyen un pasado fujimorista. Es el colmo. Ante el intento de Fujimori padre por el tercer mandato, fui parte del Foro Democrático. Y con Cucho Haya de la Torre y Lourdes Flores peregrinamos por desoladas aulas universitarias. En cuanto a mi actitud actual, he sido profesor titular en Europa y, en la línea de Weber, intento la «neutralidad axiológica». Mi sociología no distribuye sanciones o elogios, sino que se ocupa de lo real, aunque no guste. Deliberadamente no formo parte de ningún partido. Me crean o no, poco me importa. Eso es lo que soy.

Y lo del encuentro de Porras con Borges, el amable lector puede verlo en Youtube.

 

Hugo Neira
01 de octubre del 2018

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