Martin Santivañez

Bodas de odio

Bodas de odio
Martin Santivañez
14 de febrero del 2017

Sobre pasiones y exclusiones políticas

Alejandro Toledo es el fruto del matrimonio entre la progresía caviar y el antifujimorismo liberal. Toledo fue un candidato de esta alianza táctica que logró derrotar al aprismo apropiándose del discurso antifujimorista y obteniendo el respaldo abierto de la izquierda caviar y del liberalismo empresarial. El gobierno de Toledo estuvo basado en estas dos columnas: la infiltración de los caviares en el ámbito político y el liberalismo en el plano económico, con una clara desviación mercantilista. Este matrimonio ideológico llevó a Toledo al poder, ocultando su programa político fundamental (la ingeniería social) y apelando al antifujimorismo. Sin esta alianza el toledismo no habría vencido y Toledo jamás hubiese durado los cinco años que duró.

La boda de la izquierda caviar y los liberales vargasllosistas estuvo basada en el odio al fujimorismo. El odio permitió este extraño contubernio que se ha prolongado hasta las últimas elecciones con la candidatura de Kuczynski. El antifujimorismo agrupa a estos segmentos ideológicamente dispares y permite la creación de frentes que hacen convivir sus propias agendas siempre y cuando el odio se mantenga como la argamasa política. Las bodas de odio de la izquierda son profusas históricamente (las alianzas tácticas del comunismo son el ejemplo de su camaleonismo) y el vargasllosismo ha demostrado un cinismo selectivo a la hora de apoyar a sus garantizados. Sin embargo, el escándalo de Odebrecht ataca las raíces de esta alianza porque golpea frontalmente la esencia del antifujimorismo.

El antifujimorismo se construye sobre una idea esencial: la superioridad moral de los caviares y los liberales vargasllosistas sobre el fujimorismo y el APRA. Odebrecht liquida esta premisa fundacional y vincula a la izquierda al origen de la corrupción. El socialismo del siglo XXI es el marco ideológico en el que prosperó la corrupción de las empresas brasileñas. Estas empresas fueron actores geopolíticos de una estrategia continental. Así, la izquierda promovió el expansionismo ideológico sin importarle que sus operadores empresariales crearon en el camino poderosas redes de corrupción trasnacional. La destrucción de la falsa superioridad moral de los protagonistas de estas bodas de odio atenta directamente contra el ADN del antifujimorismo porque todo el discurso de la “decencia” versus la “corrupción” fue promovido interesadamente como parte de una estrategia de poder. Destruida la raíz, el árbol cae por su propio peso. 

El odio político es estéril cuando se trata de construir un proyecto nacional. El odio produce polarización y sectarismo, división y también radicalismo. El matrimonio antinatural de los caviares con el vargasllosismo engendró a Toledo. Pero su prolongación en el tiempo puede abrir las puertas al radicalismo de cualquier signo. A estas alturas, estas bodas de odio han contribuido a generar distorsión electoral y sectarismo por diecisiete años. Sin embargo, si no hay divorcio a pesar de la evidencia, si se mantiene el concubinato de los odiadores, el radicalismo tendrá una opción clara y todo el país padecerá las consecuencias nefastas de este pacto contranatura de cinismo sectario y soberbia amoral.

Por Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
14 de febrero del 2017

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