Manuel Gago

Anemia y TBC, el legado de Humala

Anemia y TBC, el legado de Humala
Manuel Gago
23 de noviembre del 2015

Balance crítico de la gestión del gobierno nacionalista 2011-2016

Ollanta Humala nos habla de su legado, de la herencia que le dejará a un Perú pedigüeño que se empeñó en construir, en esa sociedad que en sus sueños deberá ser eternamente protegida por el Estado; una población, para él, paralítica de ideas y acciones, sin iniciativas, suplicando migajas, sentada en un banco de enormes posibilidades, postergadas cada cinco años, de elección en elección. La inclusión social, su discurso bandera, sirve para que proveedores de Qali Warma ansíen estrenar y conducir autos de lujo, mismos Oropeza, convertidos en aportantes para su campaña nacionalista, vendedores de pan con paté, leche en polvo y avena mezcladas sabe Dios con qué, los nuevos pudientes con ayuda del Estado.

La inclusión ha derivado en falsa compasión y solidaridad. Dar pena no puede ser constante nacional. Estirar la mano por pan no puede ser situación eterna. En algún momento deben sacudirse tantos complejos de inferioridad e ineptitud. Salir adelante por esfuerzos y riesgos propios debe ser aleccionado en lugar de lucir caras de tristeza y melancolía. La vida es una cadena de sacrificios y desventuras, de portazos y maltratos, de ímpetus y perseverancias. Dar lástima no puede ser el objetivo de los desafortunados. Ese no es el legado que Perú quiere recibir de Humala.

Hacer Consejos de Ministros en poblados de la sierra no ha servido de mucho. No han aportado nada, tanto como esos diálogos interrumpidos con los partidos políticos. Diálogos de sordos, útiles para la foto de un recuerdo que mejor no se recuerda. La gente quiere soluciones hoy y no promesas para un mañana que nunca llega.

Choleo y serraneo siguen ofendiendo a muchos. El vestido todavía acomplejando. Usar ropa de marca adulterada indica no querer ser marginado. Regalar cocinas y bicicletas a quienes no lo merecen, fortalecen rencores nacionales. Los pobres de verdad no integran portátiles ni bases políticas que dicen representan. Nada. Todo es un engaño. Una farsa construida para la limosna. Del total invertido en obras sociales, ni el 30% ni le llega al poblador abandonado. El 70% del total acaba en los bolsillos de quienes maquinan el cuento de la pobreza e inclusión. Negocio redondo.   

Para Ollanta Humala la inclusión es la niña de sus ojos. Ojos que no ven la realidad, que se engaña y no observa los deseos de los emprendedores, que no habla el lenguaje de los nuevos tiempos y no conoce de liderazgos sólidos, decisiones firmes y valentías contra toda adversidad, dispuestos a sacrificios. ¡Tantos emprendimientos abriéndose paso en tiempos del terrorismo, tanta gente trabajando cuando los paros armados eran anunciados! El recurseo de los pobres sobreviviendo en esos años tormentosos. Y aun ahora, menospreciados, perseguidos y apaleados, saliendo adelante sin apoyo de nadie.  

Si un 80 % de la población cree ser de clase media, es porque ambiciona, no está conforme y quiere un futuro mejor. Los jóvenes, con tantos medios de comunicaciones, ya saben con qué velocidad se mueve el mundo. Imaginativos, proactivos y ansiosos por modelos diferentes y NO los asistencialismos que Humala quiere legar. NO aceptan sus mentiras. NO soportan a los ladrones todavía camuflados, retaceando los presupuestos del país.

El pernicioso legado de Humala también incluye un 35% de anemia infantil y un incremento del 14% de la TBC, segundo país después de Haití. Legados así apestan.

Por: Manuel Gago   

Manuel Gago
23 de noviembre del 2015

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