La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Una de las preguntas que se formulan los observadores internacionales es cómo así Chile y Perú, dos países considerados estrellas del mundo emergente en las últimas dos décadas –por sus niveles de crecimiento y reducción de pobreza–, hoy están conducidos por gobiernos comunistas. En el caso del Perú, las interrogantes se vuelven acuciantes considerando que tres décadas atrás padeció una de las hiperinflaciones más cruentas de la historia y la brutal ofensiva del terrorismo maoísta.
Perú, un país que sufrió todas las lacras sociales del estatismo (pobreza y descomposición social) y toda la crueldad del genocidio maoísta, ¿cómo así en la última elección nacional eligió a Pedro Castillo, un candidato sin formación para el cargo y con claros vínculos con el maoísmo?
Los sectores comunistas, colectivistas, comunistas y progresistas suelen afirmar que la llegada de Castillo fue el resultado inevitable del "modelo neoliberal" –consagrado en la Constitución– que, según ellos, produce explotación y exclusión. Sin embargo, el Perú, en las últimas tres décadas, ha logrado el mayor proceso de inclusión social de toda su historia republicana: redujo la pobreza del 60% de la población a solo 20%, y comenzó a configurar una sociedad con mayoría de clases medias. ¿Cómo entonces explicar la llegada de Castillo y las corrientes comunistas más ortodoxas del planeta al poder?
Es la misma pregunta que vale para Chile, si consideramos los acuerdos de las comisiones de la Convención Constituyente que buscan instaurar un sistema soviético en el país del sur. ¿Cómo llegó Gabriel Boric al poder? ¿Cómo así se instaló una constituyente comunista en un país que tiene el ingreso per cápita más alto de América Latina y una pobreza por debajo del 10% de la población? Los resultados políticos en Perú y Chile parecen absurdos e imposibles.
La única respuesta es la cultura. Las corrientes progresistas, de una u otra manera, allanaron la llegada de los marxismos ortodoxos con todos los relatos posmodernos que, si bien no cuestionaban directamente el modelo económico, si erosionaban todos los fundamentos occidentales desde los márgenes de la sociedad. Por ejemplo, muchos sectores liberales consideran que los discursos progresistas sobre el lenguaje inclusivo y la ideología de género no tienen nada que ver con las luchas entre capitalismo y anticapitalismo. Grave error. Semejante discursos buscan asociar las exclusiones con un supuesto patriarcado, intrínsecamente asociado con el hombre blanco occidental que, a su vez, está “genéticamente” relacionado con su "modelo capitalista".
En las guerras culturales, cuando un sector avanza en una cabecera de una playa es imposible que no afecte a las demás relaciones. En la cultura no hay compartimentos estancos, sino vasos comunicantes. Algo de eso saben los neomarxistas y de allí que, en una primera fase, no cuestionen el libre mercado.
En el Perú, luego de la derrota de Sendero Luminoso y la caída del fujimorato, el progresismo posmoderno organizó el relato y las narrativas para las nuevas generaciones. Por ejemplo, luego del informe de la Comisión Verdad la urgencia de un sentimiento anticomunista y antiterrorista se difuminó porque “el Estado había violado sistemáticamente los DD.HH.” con la misma vesania del maoísmo senderista. Todo había sido “un conflicto armado interno” de dos bandos, y no una agresión contra la sociedad peruana de uno de los terrorismos más cruentos del planeta”.
En el caso de la ecología y el medio ambiente, igualmente, las narrativas sostenían que las empresas modernas que invertían en minería, gas y recursos naturales, “destruían el medio ambiente”. No eran el estado empresario del velascato ni los municipios los que contaminan los ríos (con la falta de desagües) los principales responsables del deterioro del medio ambiente. Esos relatos de las oenegés comunistas y progresistas han servido para detener en seco el avance de la minería nacional en momento de un nuevo superciclo de precios de los metales.
Con todos los relatos progresistas taladrando la conciencia de las nuevas generaciones y gran parte de las clases medias, Pedro Castillo logró ganar las elecciones con menos de 50,000 votos y desatar la crisis nacional que padecemos. Allí reside gran parte de la explicación de las tragedias de Perú y Chile.
COMENTARIOS