La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
Cuando los dirigentes de la Federación Universitaria de San Marcos pretendían justificar la toma del claustro universitario, impidiendo el libre tránsito y la continuidad de las clases electivas, argumentaban que no se había tenido en cuenta el criterio estudiantil sobre la implementación de los estudios generales. Y cuando se les preguntaba por qué recurrían a semejante método de protesta, señalaban que se había cortado el diálogo. En todas las respuestas de los dirigentes subyacía el criterio de que los estudiantes tienen las mismas prerrogativas que los profesores y los graduados en la conducción académica de la universidad.
El mencionado criterio representa el eje central de la llamada “reforma liberal de Córdova”, que generalizó el tercio estudiantil en gran parte de las universidades latinoamericanas. En ese entonces el impulso reformista cumplía un papel modernizador del claustro latinoamericano, sobre todo considerando la herencia de la universidad colonial en la que existían, por ejemplo, la cátedra vitalicia. Sin embargo, el establecimiento del tercio estudiantil en los órganos de gobierno de la universidad pública fue revelando una verdad incuestionable: que los asuntos académicos, científicos y culturales no se pueden resolver por votación o mediante la democracia. De lo contrario, las universidades de la región no estarían tan relegadas por los claustros de Estados Unidos, Europa y Asia.
Cuando los dirigentes sanmarquinos se oponen a la implementación de los estudios generales, ¿qué nos están diciendo? Que se deben seguir graduando, por ejemplo, abogados sin formación humanista y que escriben de manera terrible. Pero no solo se trata del despropósito en que el alumno discute con el profesor y el graduado sobre por dónde debe enrumbar lo académico. En el siglo XX, a inicios de la década de los sesenta, los tercios estudiantiles de la mayoría de las universidades públicas comenzaron a ser controlados por las corrientes del marxismo maoísta, particularmente las facultades de educación.
Con el maoísmo en los tercios estudiantiles, el nombramiento y la promoción de los docentes —a cargo de los órganos de gobierno, con el respectivo tercio— dejó de ser un proceso en base a la meritocracia y los pergaminos académicos. El proceso se convirtió en una fuente de proselitismo político y los activistas políticos llegaron a determinar, incluso, el nombramiento de los rectores y las autoridades centrales.
La Universidad de Huamanga en Ayacucho es un ejemplo paradigmático de cómo el llamado tercio estudiantil se convirtió en la herramienta para que Sendero Luminoso “acumulara fuerzas” y luego desatara una orgía de sangre y terror en contra de todos los peruanos. La mayoría de estudiosos del fenómeno senderista coincide en señalar que la guerra senderista contra el Perú, en realidad, fue una guerra de maestros y alumnos.
Pero el tercio estudiantil no solo fue una herramienta al servicio del proselitismo maoísta, sino que también tuvo mucho que ver con el control del magisterio nacional y la debacle de la escuela pública. Desde el control de las facultades e institutos de educación superior, el maoísmo se propuso controlar también la escuela pública y el magisterio nacional. La educación peruana entró en una larga noche de retrocesos, mientras el presupuesto de la educación se adelgazaba por el fracaso del Estado populista.
Contemplar a los jóvenes de la segunda década del nuevo milenio repitiendo los mismos argumentos de algunos estudiantes de las últimas décadas del siglo pasado, escuchar las invocaciones al sacrosanto tercio estudiantil, nos lleva a pensar que la historia siempre avanza de manera caprichosa. En zigzags, en círculos y también retrocediendo e involucionando hasta tiempos impensados.
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