Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
La noticia acerca de que el presidente Castillo se reunió con el dictador Nicolás Maduro ha dejado en shock a la mayoría de peruanos que pretendemos vivir bajo el régimen de la Constitución de 1993 y continuar preservando las libertades políticas y económicas.
La junta entre Maduro y Castillo se produjo en México durante las sesiones del Celac. No estaba programada oficialmente, como sí lo estuvieron las reuniones con los mandatarios de Cuba, Vicente Díaz Canel; el de Bolivia, Luis Arce y el de México, Manuel López Obrador.
En este contexto, el vicecanciller, Luis Enrique Chávez, señaló que “ desde el 5 de enero” el Perú no reconoce autoridades legítimas en Venezuela, refiriéndose a un acuerdo del Grupo de Lima, una convergencia de países que se ha convertido en política del Estado central de nuestra diplomacia. La respuesta del presidente del Consejo de Ministros (PCM), Guido Bellido, fue áspera, por decir lo menos: “Si al canciller o su adjunto no le gusta, tienen las puertas abiertas”, señaló en un tuit.
El incidente nos revela de principio a fin los juegos que se practican en la administración Castillo. El canciller Óscar Maurtua fue designado en reemplazo de Héctor Béjar, el ex ministro de Relaciones Exteriores del eje bolivariano, solo para calmar la irritación nacional causada por las delirantes declaraciones del ex titular de Torre Tagle en contra de la Marina y sus pasiones declaradas a favor de Cuba y Venezuela.
Como reemplazo de Béjar se buscó una figura que generara la impresión de que se continuaría con las políticas de Estado que ha practicado Torre Tagle, sobre todo en el caso de Venezuela. La imagen de que el actual canciller, Óscar Martúa comienza a convertirse en figura decorativa de la política exterior se refuerza con las declaraciones de Harold Forsyth, embajador del Perú ante la OEA, quien acaba de señalar que el Grupo de Lima ha cumplido su ciclo.
En otras palabras, ni el canciller ni el vicecanciller definen la política exterior. Con una insolencia de dirigente universitario, Bellido despacha a Maurtua y el embajador ante la OEA ajusta el timón de Torre Tagle. Y si a estos hechos le sumamos el absurdo e inaceptable reconocimiento de la llamada República Democrática del Saharaui, en contra de los criterios de las Naciones Unidas y solo en función de los objetivos bolivarianos, entonces las cosas están absolutamente claras.
La única manera de contradecir la imagen de figura decorativa que ha adquirido el canciller Maurtua es el relevo inmediato de Bellido de la presidencia del Consejo de Ministros. Cualquier otra salida solo confirmará que Torre Tagle no existe más, que está, como se dice, pintada en la pared.
Lentamente, poco a poco, hora a hora, el Perú comienza a virar su política exterior hacia los intereses de Cuba y Venezuela que, en nombre de “los excluidos y los pueblos originarios”, practican una geopolítica mundial que busca redefinir las relaciones de América Latina en contra de Occidente y el ejercicio de las libertades políticas y económicas.
Los resultados del viaje del presidente Castillo a los Estados Unidos, entonces, parecen confirmar los peores temores de la mayoría de peruanos: la actual administración está influenciada por las corrientes comunistas más ortodoxas del planeta y se pretende cambiar el régimen político y económico en base a las libertades.
La mayoría de peruanos, la mayoría republicana del actual Congreso y las instituciones del Estado democrático deberán definir si desean defender la Constitución y preservar las libertades políticas y económicas o aceptar pasivamente la instauración de un régimen totalitario que expropiará la patria por varias décadas.
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