Editorial Política

¿“Patrones y esclavos” o consolidación de las clases medias?

¡Increíble! En pleno siglo XXI, vuelve el debate de “lucha de clases”

¿“Patrones y esclavos” o consolidación de las clases medias?
  • 19 de abril del 2021

Pedro Castillo de Perú Libre ha resucitado el viejo discurso marxista de la lucha de clases hablando de “patrones y esclavos”, de “ricos y pobres”, de “provincianos y limeños”. En general, se percibe una voluntad de enfrentar a “los abajo con los de arriba”, a los peruanos del mundo rural con los de las ciudades. Quizá en esta matriz de su mensaje resida el talón de Aquiles de la estrategia electoral de Castillo, siempre y cuando Fuerza Popular y los sectores que defienden el sistema republicano logren organizar un relato alternativo.

No obstante, los desastres de las administraciones de Vizcarra y de Sagasti –y la tragedia sanitaria, institucional, política, económica y social, causada por el Estado fallido que no puede comprar vacunas pese a tener enormes recursos–, la sociedad peruana sigue siendo una con mayoría de clases medias asentadas principalmente en las ciudades. Si bien el desmanejo de la pandemia y la emergencia ha aumentado la pobreza en cerca de 30%, el 70% restante sigue perteneciendo a las clases medias, de las cuales un 20% está en situación muy vulnerable.

De otro lado, vale mencionar que el 80% del Perú es urbano y el 20% es rural. Asimismo, Lima y las ciudades de la costa se han convertido en ciudades andinas por excelencia, en donde se fragua el futuro de la peruanidad. En otras palabras, la mayoría de los Andes se ha traslado a la franja costera.

En este contexto, Pedro Castillo empieza a hablar de “propietarios y esclavos” en vez de criticar al Estado fallido administrado por una burocracia frívola. Según el mensaje del candidato de Perú Libre la existencia de ricos explica la existencia de pobres; y el camino para eliminar esta desigualdad, entonces, pasa por desaparecer a los ricos. Esta receta marxista ya se ha aplicado en el siglo XX y se sigue escenificando en Venezuela y en algunos países chavistas. El resultado de este proyecto igualitario siempre ha sido la pobreza de la abrumadora mayoría de la población.

Una de las preguntas que se debe formular al señor Castillo es, ¿cómo se financian los gastos de una sociedad en que no existen ricos, en que no existe el sector privado? ¿Cuáles son los ingresos del Estado –en una sociedad igualitaria– para construir carreteras, escuelas y hospitales? Es evidente que un Estado sin ricos no tiene cómo financiar sus ingresos, a menos que se explote un recurso natural hasta cierto tiempo. Después sobreviene la urgencia de emitir moneda sin respaldo y se desatan las conocidas hiperinflaciones, como en el Perú de los ochenta y la Venezuela de hoy. En cualquier caso, allí reside la consecuencia del discurso acerca de “patrones y esclavos”. 

El otro camino es del crecimiento en base a la inversión privada, un crecimiento que tiende naturalmente a reducir la pobreza y ensanchar a las clases medias. Sin embargo, para que ese crecimiento se sostenga, se requiere un Estado reformado, pequeño, ágil y con capacidad de ofrecer servicios en salud, educación, justicia y seguridad. En el actual modelo peruano, entonces, el Estado ha fallado, sobre todo en la tragedia sanitaria que contemplamos. De allí proviene la ira popular.

Pero ninguna furia puede justificar eliminar lo único que ha funcionado en las últimas tres décadas: es decir, el sector privado y los mercados populares, tal como lo pretende Castillo. Y tampoco agrandar el monstruo ineficiente en que se ha convertido el Estado fallido. 

Finalmente, de este fracaso estatal provienen todas las desgracias nacionales. Si nos preguntamos por qué alrededor del 70% de la economía es formal y el 30% informal, siempre nos remitiremos al sistema tributario, laboral y las infinitas sobrerregulaciones del Estado. Si nos preguntamos por qué más de siete millones de peruanos no tienen agua, igualmente, la respuesta estará en la negligencia del Estado.

La rabia nacional es justa y legítima. Pero de ninguna manera nos puede condenar a destruir todo lo avanzado en las últimas tres décadas.

  • 19 de abril del 2021

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