Otra vez el anti-fujimorismo rampante

Ollanta Humala se reafirma como el presidente de la confrontación y el NO diálogo

El Presidente Humala volvió a atizar las brasas de la polarización política, recordándonos que él es el jefe de Estado de la confrontación y de la negativa al diálogo. Es decir, subrayando un comportamiento absolutamente contraproducente para la institución que él representa. Humala es el primer magistrado de la nación, es la única autoridad elegida por los 30 millones de peruanos. La otra entidad con ese nivel de expresión de soberanía es el Congreso, la asamblea que sintetiza la pluralidad.

Humala se sacó la camisa y, compitiendo con Pedro Cateriano, su ministro de Defensa, volvió a agraviar a la oposición. Nervioso, desencajado, por las investigaciones al irregular resguardo a la casa del ex operador de inteligencia López Meneses, señaló que el fujimorismo es “un partido que nació de la cloaca”. Precisó que el partido naranja no tenía la menor legitimidad para investigar casos de corrupción “porque se habían levantado en peso el país”.

Para cualquier observador desapasionado es evidente que Humala no está liderando una cruzada moralizadora contra casos que, por cierto, ya han sido juzgados, sentenciados, y que han sucedido una década y media atrás, sino que está levantando una cortina de humo para evitar que se vean los cables que conectan los casos de López Meneses y el affaire de Martín Belaunde Lossio.

Sin temor al equívoco se podría sostener que la humareda que lanza Humala es una de las propiedades del anti. En el siglo pasado todos los políticos acorralados hacían algo parecido con el antiaprismo y Víctor Raúl Haya de la Torre se convertía en el demonio a exorcizar.

Ahora bien detrás de la curiosa reacción presidencial no solo podría haber el intento de levantar humo sino también una estrategia bien estudiada de cara a las elecciones del 2016. Es decir, el oficialismo estaría definiendo su posición y perfil político electoral envuelto en las banderas del antifujimorismo. De allí que los gestos y la bilis presidencial se hayan parecido demasiado a las facetas que suele presentarnos Pedro Cateriano, un hombre neto de militancia vargallosista.

La voluntad de polarizar con el fujimorismo crea un enorme espacio de centro que podría terminar favoreciendo a los planes de Alan García y PPK de presentarse como las figuras equidistantes de cualquier extremo, una estrategia que siempre ha funcionando en las elecciones nacionales.

De allí la importancia de que el fujimorismo, como se dice, evite pisar los palitos que le ponen en el camino. La oposición frontal que comienza  a desarrollar el partido naranja en contra de Palacio solo abona a favor de una polarización donde inevitablemente se gestará un enorme espacio de centro.

Sin embargo, más allá de cualquier especulación, estos cruces de espada representan una mala noticia para el país, porque confirman las predicciones de algunos acerca de que la sociedad peruana, fiel sus tradiciones coloniales, es un universo privilegiado para los anti, incapaz de encontrar en el rival al potencial colaborador, tal como sucede en las democracias saludables y en todos aquellos países que superaron los traumas de los autoritarismos, guerras civiles y confrontaciones estériles.

En la sociedad de los anti todos los asuntos dependen del cristal con que se miren las cosas. No hay un espacio para los hechos y la realidad al margen de las pasiones. Se trata de la sociedad desbordada por la histeria, el pánico. Un ejemplo de este fenómeno se produjo en la segunda vuelta del 2011, cuando Humala ganó solo porque el antifujimorismo se convirtió en el partido mayoritario del país.