La comisión de Constitución del Congreso de la R...
No se habla de transición política ni cómo enfrentar la desaceleración
Es evidente que el reciente mensaje presidencial de Fiestas Patrias de Ollanta Humala es superior a los anteriores. El jefe de Estado logró presentar una lista de logros de los programas sociales y de la reforma de la escuela pública. Pero si consideramos las grandes encrucijadas nacionales que debe afrontar la democracia peruana en el último año del Gobierno, entonces, sin lugar a dudas, se puede afirmar que Humala no quiso asumir el papel de estadista que se demanda del Primer Magistrado de la Nación.
Si bien el Presidente no atacó a sus rivales políticos como solía hacerlo, no tuvo una sola palabra, una sola convocatoria, a favor de una convergencia nacional para que el Ejecutivo y el Legislativo como los dos poderes soberanos del Estado (elegidos por el sufragio de todos los peruanos) encabecen una transición ordenada hacia la administración del 2016.
Humala olvidó que el Perú avanza hacia su cuarta elección nacional sin interrupciones y que él es el tercer jefe de Estado elegido sin sobresaltos de la democracia post Fujimori. Si se hubiese colocado en ese papel, la polarización política habría amainado considerablemente y la gobernabilidad se habría fortalecido.
Al respecto, al jefe de Estado le valdría recordar cómo se reconstruyó la imagen de Alejandro Toledo que llegó al cuarto año con menos de 10% de aprobación y terminó con más de 30%, debido a que él encabezó la transición hacia la administración de Alan García. ¿Por qué no se sumó a los esfuerzos concertadores de Luis Ibérico, presidente del Legislativo, y del propio PCM, Pedro Cateriano?
Nadie puede negar los méritos. El Presidente no cayó en la tentación populista de elevar el sueldo mínimo vital y eso merece destacarse. Sin embargo nos dijo que la política “Incluir para crecer” ha permitido sacar a más de 1 millón 300 mil personas de la pobreza. Pero, ¿cuánto se hubiera reducido la pobreza si los proyectos mineros paralizados desde el 2010 se hubiesen ejecutado? Según el IPE la pobreza no se habría reducido a 22.7% sino a 17%. Es decir, alrededor de 2 millones más de personas habrían abandonado la condición de pobres. En otras palabras, durante el Gobierno nacionalista más de 3 millones de peruanos habrían logrado superar la pobreza en vez de la cifra presentada por Humala.
De allí que la enumeración de los logros sociales al margen de una idea sobre cómo enfrentar la desaceleración, la caída de la inversión privada y de las exportaciones, puede lograr algunos réditos ante las tribunas. Quizá uno o dos puntos más de popularidad, pero, una vez más, el estadista está ausente. Cerca del 75% del total de reducción de pobreza de cerca del 60% de la población al 22% actual solo se explica por el crecimiento y el aporte privado. ¿Cómo se puede celebrar entonces logros sociales cuando los motores anti pobreza comienzan a apagarse?
Volviendo a la política. El Gobierno y el jefe de estado aparecen impotentes ante la desaceleración porque saben que no tienen credibilidad ante los mercados. Pero eso ahora solo se explica por la negativa a tender puentes con la oposición para impulsar un cronograma electoral impecable que, paradójicamente, le devolvería predicamento a la administración nacionalista ante los mercados e inversionistas.
El mismo razonamiento tiene que aplicarse con respecto a las medidas de seguridad ciudadana y el desborde de la criminalidad. Si no hay puntos de encuentro y confluencia en la política, no se podrá impulsar una movilización de abajo hacia arriba de toda la sociedad que articule el esfuerzo de la policía, los fiscales y los jueces con los gobiernos locales y regionales.
De alguna manera cuando el jefe de Estado renuncia a una posible concertación, también renuncia a la reconstrucción de su imagen como el tercer jefe de estado democrático del siglo XXI que entregará el poder a un cuarto elegido democráticamente.
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