Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
Reformas de segunda generación y convergencia nacional
A estas alturas es evidente que la administración PPK ha decidido malgastar la segunda luna de miel que le otorgó la ciudadanía por su voluntad de movilizar el Estado adiposo para la atención de la emergencia desatada por el llamado Niño Costero. ¿A qué nos referimos? Ya no parece una casualidad que en el único reencuentro entre el presidente Kuczynski y la lideresa de la oposición, Keiko Fujimori, a propósito del vigésimo aniversario de la Operación Chavín de Huántar, el jefe de Estado elogie a Alberto Fujimori y se niegue a llamar a Keiko por su nombre. Horas después el vicepresidente Martín Vizcarra se atrevió a señalar que “el líder indiscutible de Fuerza Popular es Alberto Fujimori”. Todo esto sucedía antes de la aprobarse la llamada ley de reconstrucción, en medio de un innecesario manoseo político alrededor de la situación carcelaria del ex presidente Fujimori.
¿Tiene una lógica esta conducta? Nadie lo entiende. ¿Hay consciencia de los hechos? Pareciera que sí. De lo contrario, la cosa se agravaría porque revelaría un déficit político de ribetes trágicos. El gobierno está haciendo lo mismo que hizo luego de su primera luna de miel: cabalgar sobre el antifujimorismo de los medios y de algunos izquierdistas encallecidos por la ideología, en tanto se niega a asumir su responsabilidad de organizar la gobernabilidad.
No nos cansaremos de repetirlo. La única posibilidad de éxito en la administración PPK es una convergencia del Ejecutivo con la mayoría legislativa del fujimorismo, porque así suceden las cosas en cualquier democracia en la que el gobierno expresa a la tercera bancada frente a una mayoría absoluta en el Congreso. No hay otra. Más aún cuando el Perú empieza a acercarse peligrosamente en la llamada trampa de ingresos medios, que ralentiza el crecimiento e interrumpe la sostenida reducción de pobreza, debido a la ausencia de reformas de segunda generación.
No es un asunto teórico. Países como Argentina, Venezuela y Brasil, que habían crecido y reducido pobreza en la década pasada, se negaron a desarrollar reformas institucionales, a resolver los problemas de infraestructura, a avanzar en las reformas educativas y de salud, y el resultado ya lo conocemos: destrucción económica, deterioro institucional y regreso a fórmulas estatistas. Bueno, el Perú, de alguna manera, ya está en ese camino, sin reformas de segunda generación.
La administración PPK debe entender que sin un nivel de entendimiento con la mayoría legislativa solo está condenada a administrar la crisis y alejarse de las reformas centrales. No solo porque el pepekausismo necesita los votos del fujimorismo en el Congreso para hacer pasar leyes, sino porque también requiere un amplio respaldo político para posibilitar semejantes reformas. Un solo ejemplo: mientras sectores del gobierno desarrollaban sus guerritas y sus prácticas maquiavélicas alrededor de la situación carcelaria de Fujimori, en el Congreso se mediatizaban las ideas de recentralizar competencias y funciones del gobierno central y los necesarios procedimientos fast track para impulsar una reconstrucción exitosa. Si bien en el Congreso no se aprobó nada malo, la sensación es que todo pudo ser mejor con un acuerdo político.
Pero eso no es todo. Si el jefe de Estado decidiera convocar a una convergencia, en el acto se convertiría en el líder natural del espacio abrumadoramente mayoritario que se expresó en las pasadas elecciones nacionales y que votó en contra de las propuestas estatistas y antisistema del Frente Amplio. PPK pasaría entonces a convertirse en el presidente que decidió superar la polarización fujimorismo versus antifujimorismo que envenena a la democracia desde hace quince años.
Organizar esa mayoría política sin que el fujimorismo renuncie a su perfil opositor crearía una base social y política a favor del relanzamiento de los proyectos mineros, de las asociaciones público privadas y de otras reformas centrales, como la temida reforma de la legislación laboral. A estas alturas, pues, es difícil entender la conducta oficialista con respecto a su segunda luna de miel.
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