La comisión de Constitución del Congreso de la R...
El mayor logro de los sectores que promueven la asamblea constituyente en el Perú es haber detenido el crecimiento y el proceso de reducción de la pobreza. Sin necesidad de haber instalado una constituyente, sin necesidad de haber modificado globalmente el modelo económico, la inversión privada ha comenzado a decaer y el crecimiento se ha ralentizado de tal manera que será imposible seguir reduciendo la pobreza.
Para reflexionar sobre el tema vale recordar que, desde los años noventa, el modelo económico produjo la inclusión económica y social más sorprendente de toda nuestra historia republicana: se redujo la pobreza del 60% de la población a solo 20% antes de la pandemia, se triplicó el tamaño del PBI, el Perú pasó a ser una sociedad de ingreso medio y cerca del 50% de su población se consideraba de clase media. Todos los organismos multilaterales señalaron que más de dos tercios del total de la reducción de pobreza en esas décadas fue aporte privado.
Sin embargo, el crecimiento económico y la reducción de pobreza se comenzaron a ralentizar desde el gobierno nacionalista, sobre todo con el bloqueo de los proyectos mineros de Conga en Cajamarca y de Tía María en Arequipa. De reducir la pobreza entre tres y cuatro puntos porcentuales por año, el Perú comenzó a reducir solo un punto de esta lacra social. En ese contexto la reducción de pobreza se estancó y los sectores vulnerables comenzaron a impacientarse por temor a volver a sufrir de pobreza.
De una u otra manera se creó un escenario económico y social favorable al desarrollo de los relatos progresistas y colectivistas que crean los enemigos políticos artificiales de la sociedad, que suelen desarrollar narrativas en contra del supuesto neoliberalismo excluyente, la supuesta defensa del medio ambiente en las regiones mineras y la lucha contra la explotación de las empresas que explotan recursos naturales.
En ese escenario, la guerra política fratricida entre pepekausas y fujimoristas luego de las elecciones del 2016 preparó el camino para la llegada de la administración Vizcarra y una época marcada por el populismo económico y la democracia plebiscitaria.
El modelo se mantuvo, pero el Perú empezó a perder todas las oportunidades por la inestabilidad política. Hasta que llegó el Gobierno de Pedro Castillo, Perú Libre y el Movadef, y frenó en seco tres décadas de crecimiento y proceso de reducción de pobreza.
El modelo económico había continuado sin detenerse hasta ese momento y, de alguna manera, dos décadas de democracia ininterrumpida –a través de cinco elecciones nacionales continuas– nos hicieron creer que la economía era suficiente, que solo bastaba que la gente comiera mejor para que la sociedad continuará con su progreso ascendente.
No obstante, ¿cómo pudo triunfar el peor candidato de la elección pasada, con un programa que prometía acabar con el modelo que había reducido tanta pobreza? Lo mismo había sucedido en Chile. ¿Acaso la economía no tenía ninguna importancia para los electores? Las lecciones parecen ser claras: las sociedades no solo se alimentan de lo que comen, sino también de narrativas.
En el Perú, los relatos acerca de que hubo “un conflicto armado interno”, de una “supuesta violación sistemática de derechos humanos de parte del Estado en la guerra contraterrorista”, permitió que los vínculos de Castillo con el maoísmo pasaran por agua tibia. Y, en ese contexto, se sumaron todas las narrativas en contra del modelo neoliberal, para posibilitar que ganara las elecciones el peor candidato de la historia, el menos preparado, el candidato que agitaba contra el modelo que reducía la pobreza como nunca, el candidato que tenía vínculos con el maoísmo.
La conclusión es incuestionable: la gente no solo come comidas sino también narrativas. La oposición debe entonces defender el modelo, pero escribiendo los nuevos relatos, las nuevas narrativas.
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