La comisión de Constitución del Congreso de la R...
No se puede negar que las movilizaciones ciudadanas, la decisión de los medios y la formación de una mayoría en el Congreso han permitido detener el proyecto de la asamblea constituyente de la administración Castillo. Todos los observadores señalan que la diferencia entre los avances comunistas y colectivistas en Perú y Chile tienen mucho que ver con el papel de una constituyente. En el país del sur, la Convención Constituyente está desorganizando a Chile con extrema rapidez.
La oposición entonces ha logrado detener la constituyente, las nacionalizaciones del gas y los recursos naturales, la llamada segunda reforma agraria sin agroexportaciones, entre otras iniciativas que destruían el modelo económico y hacían trizas la Constitución. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, como se suele decir, la oposición parece haber reducido su estrategia únicamente a la vacancia presidencial. Y, de pronto, el desconcierto se generaliza porque no se consiguen los votos requeridos para ese procedimiento en el Legislativo.
Nadie puede negar que el presidente Castillo ha sumado todos los errores que justifican la vacancia por incapacidad moral. Sin embargo, el destino y la identidad de la oposición no puede agotarse en ese objetivo, porque en toda buena política hay objetivos máximos, medianos y mínimos,
Partiendo de estos criterios la oposición –mientras se propone la salida máxima– debería considerar un criterio fundamental: ¿cómo se cambia el sistema político que posibilitó la llegada del comunismo más ortodoxo al poder y cómo se reforma el mismo sistema para ampliar el sistema de libertades políticas y económicas?
Por ejemplo, ya no debe continuar el proceso de destrucción institucional que se desarrolló durante la administración Vizcarra y que, sobre todo, se expresa en la ausencia de un Senado y en la absurda prohibición de reelegir a los congresistas. Si observamos con detenimiento las cosas, la falta de un Senado tiene que ver con la crónica disyuntiva de vacancia o disolución que se ha instalado en el sistema político.
Vale recordar, por ejemplo, que en los sistemas bicamerales cuando se procesa la vacancia presidencial, la cámara baja acusa mientras que la cámara alta (Senado) juzga o decide. En el caso de la disolución del Legislativo, solo cesan las funciones de la cámara de diputados. La cámara alta permanece. De esta manera el Senado perfecciona todo el equilibrio y control de las instituciones. Los excesos desaparecen.
Algo parecido sucede con las leyes. El Senado revisa y controla las leyes probadas por los diputados y aleja la posibilidad –extremadamente peligrosa– de que el Tribunal Constitucional ejerza el papel de una segunda cámara. La oposición entonces debería concentrarse en este objetivo, y en otros temas de reforma institucional, todas sus energías e inventivas.
Por otro lado, la oposición necesita reinventarse para la defensa del modelo económico, la inversión privada, el crecimiento y la generación del empleo. Por ejemplo, hoy el Ejecutivo implementa la llamada “Agenda 19” que busca colectivizar las relaciones de trabajo ignorando la productividad de las empresas (formas de combinar capital y trabajo para producir más) con objeto de desatar una ola de quiebras en el sector privado.
Hasta hoy la oposición no entiende que la eliminación de la tercerización laboral y el aumento de los costos para contratar y despedir, sobre todo, afecta a millones de pymes de los mercados emergentes, a las que solo les resta seguir sumergiéndose en la informalidad. Es decir, afecta a las empresas que producen más del 80% del empleo. ¿A quién protegen y promueven las medidas del Ejecutivo? Pues solo al 20% de los trabajadores formales que, seguramente, muy pronto avanzarán a la informalidad ante el encarecimiento de la legislación laboral.
A nuestro entender la oposición necesita reinventarse y entender las causas institucionales que nos han llevado a este desastre nacional, en el que el Perú se baja del ciclo del crecimiento y reducción de pobreza. Sobre la base de ese entendimiento, toda buena política siempre tendrá objetivos máximos y mínimos.
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