Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
El efecto pernicioso de los relatos de izquierda
La captura de Abimael Guzmán por el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Policía Nacional nos recuerda que el Perú le ganó la guerra a uno de los grupos terroristas más letales del planeta. Nos evoca que el senderismo llegó a controlar una tercera parte del área rural del país; y que la alianza del Estado, de las Fuerzas Armadas, y los comités de autodefensa campesinas (Decas), simplemente pulverizó la influencia senderista en el campo, obligando al Comité Central terrorista a replegarse a la capital en donde la policía desarrolló uno de los trabajos más brillantes de inteligencia en contra de un devastador grupo terrorista.
Sin embargo, cuando se conmemora un año más de la captura de Guzmán, vale preguntarse por qué no celebramos el triunfo del Perú sobre Sendero Luminoso como una victoria de todos los peruanos. No hay una celebración general, pese a que la guerra que los peruanos libraron contra Sendero, en realidad, fue la primera guerra nacional de este país. Ni siquiera las guerras de Independencia ni la Guerra del Pacífico movilizaron a toda la peruanidad como sucedió en la lucha contra el terror: ricos y pobres; pobladores de la costa, sierra y selva; y gente de barrios mesocráticos como Miraflores junto con habitantes de las comunidades más elevadas de las cordilleras. Hubo atentados en contra de todos los peruanos, incluso en las mismas puertas de Palacio de Gobierno. En otras palabras, fue la primera guerra nacional del Perú. Y la ganamos.
Algo más. Nunca en el área rural se compenetró de manera tan estrecha con las ciudades y la capital. Allí está la más impresionante movilización campesina que derrotó al senderismo en el campo. ¿Qué locura ha pasado por nuestras cabezas para no celebrar semejante acontecimiento?
Los relatos de la izquierda —recogidos en gran parte por el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)— que señalaban que en los años noventa hubo una política de Estado de sistemática violación de Derechos Humanos y que, en la práctica, terminaron equiparando la brutalidad del terrorismo con los evidentes excesos de las Fuerzas Armadas, simplemente anularon cualquier intento de celebración. Se anuló la posibilidad de reconocer la heroicidad campesina —sin la cual no sería posible la democracia actual— y el hombre de campo se convirtió en un “pobrecito” que debía ser asistido por las ONG de izquierda.
No se trata de negar los excesos de las Fuerzas Armadas –como en los casos de Barrios Altos y La Cantuta—, pero hablar de una política sistemática de violación de Derechos Humanos, cuando el Estado desarrollaba una alianza inédita con el campesinado, es reescribir la historia con tal de financiar a las ONG de izquierda.
Pero eso no es todo. Las nuevas generaciones de peruanos han bebido de estos relatos izquierdistas y se mantienen distantes de cualquier celebración. Si a estos hechos le agregamos que algunos medios nacionales han bajado la guardia ideológica de tal manera que hasta la revista Somos —de El Comercio— le dedica una portada y 19 páginas a Maritza Garrido Lecca —incluyendo fotos de niña en traje de ballet—; es evidente que la frivolidad y el glamour de los personajes terroristas puede ser una terrible tendencia que solo servirá para que el nuevo Sendero Luminoso —hoy plenamente reconstituido— avance en las juventudes desencantadas del sistema político.
Ahora que Sendero Luminoso se ha estrenado socialmente en la pasada huelga magisterial, hoy que es evidente que el grupo terrorista de Guzmán se ha vuelto a plantear un proyecto ideológico de control de la educación pública, es deber de todos los demócratas denunciar los relatos antinacionales de la izquierda, que pretenden equiparar a Sendero y nuestras Fuerzas Armadas, y permanecer atentos ante cualquier intento de frivolizar el tratamiento de la reciente historia. Es un deber ineludible para evitar que haya pesca comunista en las nuevas generaciones.
COMENTARIOS